BUENOS AIRES/ SARAJEVO

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Por Antonio Costa
Fotos: Consuelo deArco

 

   Goran Bregovic daba un concierto en Buenos Aires. Al final declaró que su escritor argentino preferido era Ernesto Sábato y que su novela “Sobre héroes y tumbas” lo había ayudado en momentos de desesperación cuando estaba enrolado en el ejército en condiciones muy duras. Entonces del público se levantó Ernesto Sábato, se acercó y dijo que admiraba mucho a Bregovic y que su música le había ayudado mucho en los momentos más tristes. Acababa de pasar por su hotel y le había dejado un ejemplar dedicado de “Sobre héroes y tumbas”. Las cosas ocurrieron así o de forma muy parecida, lo he leído hace tiempo en viejos periódicos.

   Goran Bregovic ha puesto música a las películas locas y visionarias de Emir Kusturica. Sus obras están llenas de vitalismo, bebe de diversas fuentes para levantar el ánimo de forma torrencial, recoge las fuerzas de diversas tradiciones balcánicas, tiene algo de vibración popular y borrachera telúrica, asume una fuerza de integración y de esperanza desbordante. Era la música ideal para “La vida es un milagro” de Kusturica, en la que un serbio tiene unos amores enloquecidos y sorprendentes con una muchacha musulmana bosnia. Bregovic es de un barrio al norte de Sarajevo que siempre ha llevado en la sangre, allí vivió una infancia que informa sus creaciones, y siempre se ha proclamado yugoslavo. Por encima de las divisiones nacionalistas y religiosas y sectarias, yugoslavo con entusiasmo y sin fronteras.

     Ernesto Sábato habla de un mundo envuelto en la crisis y la desesperación, donde se ponen en cuestión todos los valores, donde se derrumban todas las creencias, un mundo de angustia y de desorientación, en el cual la razón y la ciencia no sirven para orientarnos sino que nos cosifican, en el que estamos perdidos e incomunicados. Y sin embargo encuentra un optimismo trágico, enlaza con el sentido de lo trágico del que hablaban Nietzsche o Karl Jaspers, esa potencia humana invencible que se mostraba en las tragedias griegas, esa lucidez y profundidad a través de la tragedia. Y sus obras sombrías y atormentadas al final dan un mensaje de optimismo imparable y de fe misteriosa que nos invita a resistir en nombre del humanismo y el espíritu, como clama en su penúltimo libro “La resistencia”. La vida debe de tener un sentido, dice, porque si no todos nos suicidaríamos; de un modo oscuro e inconsciente, que no alcanza la razón, todos sabemos que hay un sentido.

     De modo que los dos se unen en un vitalismo que levanta a los hombres torrencialmente y les hace vivir de forma apasionada y misteriosa. Y ellos representan a dos ciudades donde también ocurrió lo mismo. Donde hubo tragedias y divisiones y crisis terribles y hundimientos, pero donde la gente quiere vivir de modo indomable por encima de todo y sigue viviendo y creando y reinventándose.

   Sarajevo fue siempre símbolo de lo múltiple y el conflicto, de la unión difícil y el intercambio. Ya en los años veinte decía Ivo Andric que se notaban unos odios que acabarían por estallar de forma trágica. Lo que hizo siempre interesante Sarajevo fue esa mezcla loca de cultura y religiones y visiones, esa mezcla de mezquitas con campanarios ortodoxos y con iglesias católicas, esa unión de judios y croatas y musulmanes y serbios, esa zona antigua donde se vendía de todo, esa unión paradójica e imposible de Oriente y Occidente, de lo turco con lo austriaco, de la cruz con la media luna. Era como un sueño donde todo se mezcla y se influye, donde no están claras las fronteras. Las callejuelas del barrio turco y las mezquitas de la montaña Vratnik se prolongan en las avenidas austriacas de Ferhadija y mariscal Tito y se complementan con las iglesias ortodoxas y las sinagogas judías y se amplían con las construcciones vanguardistas de los años ochenta para los Juegos Olímpicos de invierno en la avenida de los Francotiradores . Toda su fascinación radica en eso pero muchos fanatismos quisieron deshacerlo. No solo los serbios sino también los musulmanes bosnios y por un tiempo los croatas.

     La propaganda simplificó mucho la batalla de Sarajevo en los noventa. Se tiene la visión de una ciudad bosnia sitiada por los serbios. La verdad es que la parte norte era musulmana y croata y judía y la parte sur del río Miljacka era serbia desde hace siglos. Los serbios proclamaron lo serbio pero Itzebegovic defendía una Bosnia solo musulmana y un país islámico desde Marruecos a la India. Los serbios tenían francotiradores hacia el norte pero también los tenían los musulmanes hacia el sur. Los serbios asfixiaban la ciudad norte, pero el gobierno musulmán tenía un pasillo hacia el aeropuerto y solo dejaba pasar a quien le convenía. La ONU mandaba alimentos y el gobierno de la ciudad los vendía a su población. Tiene gracia que Juan Goytisolo hable en “Cuaderno de Sarajevo” de unos serbios fanáticos opuestos a una ciudad multicultural cuando Itzevegovic defendía un estado islámico desde los años setenta y cuando en el mismo “Cuaderno” el imán de la mezquita Gazi declara que no quiere la democracia europea sino la ley islámica y aparecen desmanes de los defensores islámicos de la ciudad (sin hablar de los yihadistas que iban a pelear a ella) . Y sobre la famosa Biblioteca Nacional bombardeada, símbolo de la cultura contra la barbarie, etc nadie dice que el gobierno bosnio invirtió fuertes sumas en construir una Biblioteca Islámica mientras dejaba la Biblioteca Nacional aparcada.

     Buenos Aires también sufrió varios sitios en el siglo XIX. Y en el siglo XX tuvo momentos de penuria y de desesperación que están en la mente de todos. Quien no recuerda las escenas del corralito, miles de personas se quedaban sin nada, la angustia se extendía por las calles, parecía descender a lo más bajo la situación económica. Después se habla de aumento de la inseguridad, de asaltos y secuestros, de venganzas personales y linchamientos. Todo eso también es simplificación de la prensa y sensacionalismo de titular, porque yo pasé un mes en Buenos Aires y vi una ciudad que funcionaba perfectamente y que tenía montones de actividades y que se mostraba elegante en los barrios del norte y que tenía millones de personas sentadas en los bares leyendo la prensa o con discusiones intelectuales o los miles de librerías llenas o los pijos tomando comidas de diseño en los restaurantes de Palermo. Pero a pesar de todo es cierto que hay mucho sufrimiento y muchas dificultades en esa ciudad conflictiva y vibrante, a la que han machacado los militares y los políticos ineptos y los bandidos corruptos. Y sin embargo sigue habiendo siempre una de las vidas culturales mas vibrantes de la Tierra, hay infinidad de teatros que ponen a todos los autores del mundo de manera inmejorable, hay librerías en la calle Corrientes que no cierran en toda la noche, hay centros culturales por todas partes, hay infinitos cines que siguen poniendo las formas más creativas, y todos los taxistas son intelectuales que discutirán contigo de la cultura contemporánea, y el portero de un edificio tiene cuatro obras teatrales inéditas y el camarero del bar se está preparando para protagonizar una película, y en los centros de tango se ensaya ese baile dramático y potente y desgarrado, y los arrabales se siguen comunicando con las zonas elegantes para crear una cultura asombrosa, llena de vida, trepidante, que le da lecciones al mundo entero.

   También en Buenos Aires se han mezclado gentes de todas las procedencias, polacos, italianos, rusos, sirios, judíos, libaneses, noruegos, islandeses, pero al estar en el quinto pino y ser todos fugitivos de una Europa condenada y dados a la aventura y a las ansias de vivir por encima de todo acabaron uniéndose de una forma milagrosa y creando un mismo espíritu y dando algo prodigioso en esa mezcla. Algo que no han podido realizar en Sarajevo en mitad de los torturados Balcanes, por más que lo intenten gentes como Goran Bregovic o incluso Kusturica aunque se lo considere solo serbio o Ivo Andric que en sus novelas siempre llenó de vida y fascinación a personajes de todas las culturas. Y pese a todo lo que sigue siendo fascinante en Sarajevo es que haya elementos de todas las culturas, que se vea esa mezcla casi imposible y superadora, para ver solo mezquitas hay de sobra adonde ir y para ver edificios austriacos está Viena y para ver iconos se puede ir a Belgrado o Moscú, pero ese sueño casi imposible solo se encuentra en Sarajevo, ver el caos de un zoco oriental en la Bascarsija, tener que tomar naranjada junto a la plaza Sebili, pero en callejuelas escondidas allí al lado atiborrarse con pintas enormes de cerveza y más allá entrar en cafeterías elegantes de los bulevares.

     Y por último señalar dos puntos de sensualidad y originalidad, dos lugares que no son santos y por eso son abiertos, donde lo sensual significa el disfrute de la vida y la tolerancia en Sarajevo y Buenos Aires. En Sarajevo el local Zlatna Ribica (Peces de colores) donde uno se encuentra un water a la entrada y dentro fotos y objetos de todas las épocas y procedencias y en el baño una grabación que te invita a hacerlo con alegría y bebidas de todos los tipos. Y en Buenos Aires podría escoger el café Tortoni donde fueron escritores de todas las tendencias y grandes de la tierra y lloró Alfonsina Storni y sonrió extrañamente Sábato y saludó el ya no rey Juan Carlos. Pero si ese local parece demasiado exclusivo y grandilocuente y La Biela lo mismo porque esta en el barrio de Recoleta y lo llenaban los paparazzi, podemos coger el Clásica y Moderna en la zona de Corrientes, donde a veces hay actuaciones de jazz o teatro o discusiones literarias entre las mesas, pero tal vez mejor el café Dorrego en San Telmo donde en el interior encantado de canción de Gardel o en las mesas extendidas por la plaza uno puede evocar la decadencia de todas las culturas europeas y soñar con su reconstrucción audaz en otro lugar de la tierra austral y atrevido donde todo era posible.

 

 

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