Visible oscuridad de John Milton

 

No hay que regresar a los clásicos por obligación, sino por devoción. Reducidos no pocas veces a una muestra de enrevesada retórica arcaica, los versos del poeta y ensayista inglés John Milton (Londres, 1608 – 1674) ganan con el paso del tiempo: “No hay luz aquí, sino más bien una oscuridad visible” (mi traducción, al igual que las restantes). La crítica de referencia considera su poema épico El paraíso perdido (Paradise Lost; 1667; Oxford University Press, 2018) la quintaesencia del espíritu puritano, pero no es, o al menos no sólo es, eso: sus peripecias siguen teniendo una cualidad intemporal: en “regiones de tristeza, sombras tristes”, sus pecadores y demonios parecen salir de la página.

En el reciente número 58 de la revista británica Slightly Foxed, trata el escocés Christopher Rush (1944) de restaurar la música vocal del autor de Lycidas (1637) mientras abunda en expurgaciones y literalismos. Alaba el punzante ritmo del original, subraya la tensión cadencial de afirmaciones como la de que “una mente no ha de ser cambiada por ningún lugar o tiempo. / La mente es su propio lugar, y en sí misma/ puede hacer que el Cielo sea un Infierno, / o un Infierno el Cielo”. Considera a Milton la expresión más alta de la civilización, cristiana o no, mientras enumera su variedad de influencias literarias, desde la épica en verso a la crónica medieval del inframundo. El Paraíso es, en definitiva, una transformación creativa que merece nuestra mayor admiración y respeto.

Sostiene el erudito de To Travel Hopefully (2006): “El poema está henchido de teología, pero no hace falta ser teólogo para llegar a su mensaje emocional”. Leer la saga miltoniana nos da idea de cómo pudo haber sido la Inglaterra del autor de L’Allegro e Il Penseroso (1631), dominada por las facciones monárquicas y republicanas: “Quien vence/ por la fuerza, ha vencido, pero sólo a la mitad de su enemigo”. El factor político importa, pero no es el único que determina la trascendencia del largo poema. Se trata, insiste el británico, en volver a él sin ideas preconcebidas, sin un sentido restrictivo del deber de retornar a las fuentes. A fin de cuentas, “largo es el camino/ y difícil, que lejos del Infierno conduce a la luz”.

Nos acerca el autor de Will (2007) a la mente de Milton, mientras desvela cómo y por qué su influencia parece haber crecido con el paso del tiempo: “Todos tenemos nuestros edenes, nuestros paraísos perdidos, llámense amor, prosperidad, inocencia, idealismo, poder…” Una empresa valiente, si tenemos en cuenta los ejemplos de augustas figuras literarias que han intentado lo mismo en siglos anteriores, a menudo empañando la luminosidad del poeta en el proceso. ¿No habremos reducido al autor de Areopagitica (1644) a un mero dechado de sobriedades? “Mejor reinar en el Infierno, que servir en el Cielo”, concluye Satán en uno de los pasajes más memorables. Y aunque la creencia en la retribución infernal ha perdido algo de su poder disuasorio, todavía es posible emocionarse con este viaje de salvación y autoconocimiento.

Talsi, Letonia, 2018

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