¿MUCHO Y BARATO O POCO PERO BUENO?

Rafael Caunedo

Estamos viviendo momentos económicamente convulsos, llenos de dudas e incertidumbres que, aplicados a todos los campos, conforman un trasfondo difuso en el que por desgracia impera el miedo a gastar. El dinero es muy miedoso, dicen unos, y no les falta razón. Hasta hace bien poco las modas en la decoración iban pasando cíclicamente como en cualquier otra demostración creativa, de suerte que los muebles tenían su vida propia cuyo fin era el contenedor o, en el mejor de los casos, donados a ONGs para su reutilización.

Hubo generaciones que vestían su casa con muebles a medida que forraban paredes enteras con librerías y armarios tan grandes como ostentosos. Su idea era la perdurabilidad, casi perpetuidad. Una pareja se casaba y montaba la casa con la idea de que la heredaran sus nietos. Lo curioso de esa costumbre es que los carpinteros no se andaban con chiquitas y fabricaban unos muebles increíblemente buenos precisamente basados en ese espíritu de persistencia. Mesas de comedor de pata torneada tan perfectas como robustas en las que el paso del tiempo no empobrece la calidad de su acabado. Sillas pesadas que sólo requieren la visita a un tapicero cada pocos años. Aparadores, vitrinas y alacenas que por más que se empeñen las vajillas, nunca combaran sus baldas ni flaquearan las bisagras de sus puertas. Aún hoy, los cajones abren y cierran como si fuera el primer día, tan suave como entonces.

Modas posteriores, en las que aún vivimos, tienden a lo contrario, a lo eventual y pasajero. Hemos creado un mundo impersonal en las casas, todas iguales por cierto, en las que prima la economía y el desapego. Ciertamente no cogemos cariño a las cosas. Que dure lo que tenga que durar, decimos, dando por hecho que en unos años, o meses, la silla comenzará a cojear o el extensible de la mesa de comedor dejará de funcionar. Y nos dará igual ¿Por qué?, pues porque compramos con fecha de caducidad y no nos cuesta reponer ya que el gusto por la armonía ha sido sustituido por el gusto por la economía. Y que conste que no voy por ahí dando clase de cómo dilapidar el dinero, pero sí que es verdad que nos hemos aprendido el camino fácil a un mismo y único sitio del que todos salimos tan contentos con nuestros paquetes para montar, sin darnos cuenta que tal vez compremos más cosas de las que necesitemos por el sólo hecho de que son baratas.

Yo conozco más de uno que compra poco, pero lo que compra es ‘distinto’. Y cuando digo distinto, no digo necesariamente caro. Uno nota cuando visita la casa de alguien que se ha esforzado en hacer acogedor su lugar de aislamiento del mundo. Uno sale de la oficina y llega a casa, decorada con los mismos muebles que su despacho, y piensa que aún sigue trabajando. Después va a la guardería a recoger a su hijo y observa que está puesta igual que la habitación que le han montado en casa. No sé, puede que me equivoque, pero me gustaría que todos empezáramos de cero para darnos cuenta de lo verdaderamente trascendente en nuestra vida y lo que sobra por superfluo.

Los dos extremos de estas posturas son corregibles. Achacamos a la falta de tiempo el dejarnos seducir por lo cómodo. No es tan difícil, se lo aseguro, tan sólo se trata de probar, visitar sin prisa, dejarse aconsejar y hacer las cosas con prudencia, económica y temporal. La precipitación es el peor enemigo de la decoración. Una casa no se monta en dos tardes. Empiece por lo imprescindible (creo que la cama es una buena opción) pero no compre el primer cabecero que vea entre cuatro o cinco opciones de la primera macrotienda que visite. Pasee por su ciudad, camine, cotilleé por ahí, verá cómo de pronto, un viernes por la tarde mientras da una vuelta con su pareja, ve el cabecero de su vida. Porque tiene que ser ‘el cabecero de su vida’, no el cabecero que le proponen sin alternativas, no, será el cabecero que a usted le seduzca. Y no importa si luego está tres meses sin mesillas, da igual si por la noche deja el libro en el suelo durante una temporada, ya tendrá el momento de ir a por ‘las mesillas de su vida’. Creo que en decoración es bueno hacer las cosas por amor, porque las piezas nos han llegado, aunque enamorarse sea una opción compleja. Tal vez tarde más de lo que se espera, pero… ¿tiene prisa? Pues no debería si quiere tener una casa original y ajustada a ‘su estilo’.

Piense incluso en la opción de personalizar algunos de sus muebles. Mucha gente me dice que no sabe qué hacer con un mueble, que ha dejado de gustarle, pero que le da pena tirarlo ‘porque es bueno’. Lo entiendo, a mí también me daría pena. Bueno, pues llegado a ese extremo existe la opción del reciclaje, es decir, decorar el mueble con pintura decorativa. Una cómoda de nogal, o de pino mismo, barnizada en oscuro que nos hemos cansado de ella pero que nos vendría muy bien para la habitación de los niños. No la tire, ni la deje en el trastero ni la ponga tal cual esté en la habitación del bebé. No se resigne y recíclela, decápela y apliqué técnicas para cambiarla el aire. Dicen que la crisis agudiza el ingenio. Pues créame si le digo que reciclar todo tipo de muebles es la solución para tanta dejadez e impersonalidad.

En definitiva, siempre he creído que nosotros no encontramos los muebles, sino que son los muebles los que nos encuentran a nosotros. Sólo debemos dejarnos ver por allí dónde ellos están, actualmente acogotados y algo temerosos por desgracia, pero con ganas de salir a la luz.

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