¿Por qué se cree en “teorías de la conspiración”?

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Desde el asesinato de Kennedy al accidente de la Princesa Diana, pasando por la supuesta muerte de Paul McCartney y su sustitución por un doble, o la creencia de que un anciano Elvis estaría en realidad vivo en alguna parte, la idea de que no conocemos toda la verdad sobre lo que ocurre en el mundo está bastante extendida. Al menos, es llamativa la amplia lista de ámbitos y temas en torno a los cuales ha proliferado: intrigas políticas, sociedades secretas, guerras promovidas por poderes ocultos, profecías apocalípticas, contactos con extraterrestres, experimentos genéticos con humanos, uso de tecnología para el control de la mente, creación de patógenos en laboratorios…e incluso según una teoría, la transición a la televisión digital no ha sido sino una artimaña para introducir subrepticiamente en cada casa cámaras y micrófonos, convenientemente instalados en nuestros nuevos televisores y descodificadores por algún poder oculto.

Las llamadas “teorías de la conspiración” tratan de explicar las causas de acontecimientos que son socialmente perturbadores aludiendo a actores que –en secreto y de manera coordinada- trabajan para lograr objetivos ocultos, ilegales, malévolos o poco acordes con la ética. Pero, ¿por qué se llega a dar veracidad a algunas de estas creencias? Alguien podría pensar que se trata de síntomas delirantes, tan sólo compartidos por personas que tienen alguna enfermedad mental con componentes de paranoia; pero lo cierto es que –lejos de tratarse de un fenómeno individual- las “teorías de la conspiración” son un “fenómeno de masas”, y sólo hay que echar un vistazo a Internet para convencerse de ello. De hecho, algunos autores se han referido a ellas con el término más técnico de “cognición social paranoide”.

En un estudio publicado recientemente en el European Journal of Social Psychology, Van Prooijen y Jostmann (2013) han analizado algunos de los factores que podrían estar asociados con la creencia en las teorías de la conspiración. En concreto, los autores identifican dos variables que serían clave: la existencia de un contexto de incertidumbre y las dudas sobre la moralidad de los agentes supuestamente implicados. Según plantean los investigadores, las teorías de la conspiración son una forma de “dar sentido” o explicar acontecimientos que resultan estresantes para el ciudadano de a pie, porque son incontrolables, aleatorios, confusos, o difíciles de comprender con las categorías de pensamiento que habitualmente usamos. Son hechos que se salen de lo común (p. ej. atentados, enfermedades, catástrofes sociales o naturales, etc.) y que conllevan una cierta sensación de ser vulnerable ante lo desconocido, pues sus causas y la forma de hacerles frente son inciertas.

Pero, como previenen Van Prooijen y Jostmann (2013), la existencia de un contexto de incertidumbre no es suficiente por sí solo para activar la creencia en una teoría de la conspiración. De hecho, en ocasiones, ante algunos eventos sociales estresantes lo que se observa es precisamente una tendencia a confiar aún más en las autoridades y poderes establecidos y a aglutinarse en torno a ellos (líderes, gobernantes, etc.), tal vez como forma de recuperar una cierta sensación de protección. Sin embargo, si a la incertidumbre se suman dudas sobre la moralidad de aquellos que podrían estar implicados en los acontecimientos, entonces la cosa cambia. Y esto parece ser así incluso aunque se dude de los agentes por otras razones no directamente relacionadas con el hecho en cuestión. En tales condiciones, la creencia en intereses ocultos y planes maquiavélicos sostenidos por grupos secretos empezaría a ser tomada como una explicación posible del acontecimiento perturbador.

Van Prooijen y Jostmann (2013) comprueban esta hipótesis realizando dos estudios –muy similares- en los que usan un diseño experimental 2×2. Sus dos variables independientes, cada una de ellas a su vez con dos niveles, son la incertidumbre (situación de saliencia de incertidumbre vs. situación neutra) y el grado de moralidad que se atribuye a un agente relacionado con un acontecimiento socialmente impactante (moralidad vs. inmoralidad). La variable dependiente analizada fue el grado de creencia en una teoría conspirativa como explicación a lo ocurrido. El procedimiento experimental, en los dos estudios, tenía tres momentos. Primero, mediante una tarea sencilla se lograba hacer saliente la sensación de incertidumbre en los participantes (o no saliente, según la condición experimental). Después, se les proporcionaba información acerca de algún agente, siendo la manipulación experimental en este caso el caracterizar su comportamiento como moral o inmoral. Finalmente, se evaluaba el grado en el que los participantes creían en una posible teoría de la conspiración referida a tal agente. En el estudio 1, el agente eran las compañías petroleras y su papel en la guerra de Irak; mientras que el estudio 2 se refería a una noticia sobre el fallecimiento de un líder político de la oposición y al posible papel del gobierno de turno como agente.

La gráfica adjunta, elaborada a partir de uno de los estudios de Van Prooijen y Jostmann (2013) reflejaría el patrón de resultados obtenidos. Como puede apreciarse, el nivel de credibilidad que se da a una teoría de la conspiración tendía a incrementarse entre los participantes para los que la incertidumbre era saliente, cuando habían recibido además información en la que se presentaba a un agente como inmoral.

 

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El estudio de Van Prooijen y Jostmann (2013) nos ayuda a entender cómo se generan las teorías de la conspiración, el porqué de su amplia difusión y la variedad de temas a que se refieren. No es rara la ocurrencia de eventos socialmente perturbadores de toda clase, y en muchas ocasiones, por desgracia es relativamente fácil encontrar motivos para cuestionar la moralidad del poder. En definitiva, las teorías de la conspiración pueden florecer allí donde hay incertidumbre; y si además la forma de proceder de alguno de los actores con poder e influencia se percibe como éticamente reprobable, el terreno está abonado. Pero también esta investigación dice mucho acerca de nuestra sociedad. Si las teorías conspirativas están tan extendidas, ¿no apunta eso a que estamos sometidos a un exceso de incertidumbre? Y si tenemos en cuenta la segunda variable analizada, ¿no implica también que existiría un cuestionamiento bastante generalizado a propósito de la ética del poder?

Bien, alguien podrían pensar que algunas de tales teorías tienen visos de realidad y es completamente plausible que en el mundo se den conspiraciones urdidas por grupos de poder y presión. El objetivo del estudio de Van Prooijen y Jostmann no es cuestionar esto –que no es labor de la psicología- sino simplemente entender las condiciones en las que el fenómeno emerge. Por supuesto, y aunque los autores no citan ningún conflicto de intereses en su artículo, quedaría por determinar si tienen alguna vinculación con la CIA, los Illuminati o cualquier otra sociedad secreta…

Puedes leer el artículo de Van Prooijen y Jostmann (2013) aquí.

 

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