John Cage, el amor, la libertad, y la búsqueda del silencio.

El Budismo Zen salvó a John Cage de sí mismo e inspiró sus obras más radicales  – incluyendo 4’33 » – cuatro minutos y 33 segundos de silencio. Cage inició una revolución intelectual, creativa y espiritual que ha saltado más allá de él para transformar las artes durante el último medio siglo.

 

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John Cage es uno de los nombres más reconocidos de la vanguardia musical del siglo XX. Su audacia, su talento, su lúdica inteligencia, hicieron del él un compositor polémico, oscilante entre el genio y el humor, la obra maestra y la broma de talante casi infantil.

Sin embargo, sabemos bien que el estadounidense no era para nada inocente y sus piezas, que solo una apreciación superficial encontraría banales, poseen un profundo contenido conceptual que busca cuestionar las bases mismas de la música, los procedimientos por los cuales un compositor se acerca a esta, cómo el público la recibe, qué pensamientos y actitudes se generan cuando entramos en contacto con ella, etc. No por nada Cage fue discípulo de Arnold Schoenberg, el austriaco que cambió radicalmente la composición musical contemporánea.

 

cageCoverHomeEn su biografía   (Where the Heart Beats: John Cage, Zen Buddhism, and the Inner Life of Artists), Kay Larson, una conocida crítica de arte y budista ella misma, explora las relaciones de Cage con el budismo zen, en particular la influencia que esta práctica tuvo en su vida creativa.

Después de deambular por distintas tradiciones y búsquedas espirituales, Cage finalmente recaló en el budismo, en buena medida gracias a los ensayos sobre el tema escritos por D. T. Suzuki, quien a la postre se convirtió en uno de sus maestros más decisivos que le mostró una manera diametralmente distinta de comprender el mundo, en comparación con lo que es usual en Occidente.

De Suzuki Cage aprendió a rompen con el individualismo tan propio de las sociedades occidentales, a renunciar y a “insertar al individuo en el flujo de lo corriente, el flujo de todo lo que pasa”, a preferir las preguntas sobre las decisiones (teniendo como guía los 64 hexagramas del I Ching); en suma, Suzuki primero y después la profundización en el zen, dio a Cage las claves para liberarse de la “propia ceguera espiritual” que de alguna manera entorpecía su actividad creadora.

En esta, por cierto, dicha aventura espiritual se refleja tanto en las formas de la composición como en el sentido último que estas intentan inspirar. Partiendo del principio de que “la función de la música, como cualquier otra ocupación saludable, es juntar de nuevo esas partes separadas” que son la mente consciente y la inconsciente, Cage se propuso en varias de sus piezas favorecer las condiciones para que sucediera una especie de instante de iluminación, de entendimiento, en que lo imprevisto, lo aparentemente absurdo, adquiriera pleno sentido, pero menos por una vía racional que por una espiritual.

Para finalizar este breve recuento, vale la pena rescatar esta anécdota que de algún modo anticipa la inclinación de Cage por el budismo zen, como si ya antes de iniciarse en su doctrina y su práctica, supiera de antemano que este sería el camino espiritual que mayor satisfacción le generaría:

Mis composiciones surgen de formular preguntas. Recuerdo una historia acerca de una clase con Schoenberg. Nos pidió que fuéramos a la pizarra a resolver un cierto problema sobre contrapunto (creo que era una clase de harmonía). Dijo: ‘Cuando tengan una solución, voltéense y déjenme verla’. Lo hice. Entonces él dijo: ‘Ahora otra solución, por favor’. Di otra y otra hasta que finalmente tuve siete u ocho; pensé un poco y después dije con alguna certeza: ‘No hay más soluciones’. Él dijo: ‘Está bien. ¿Cuál es el principio subyacente en todas estas soluciones?’ No pude responder la pregunta, pero siempre adoré al hombre y en ese momento incluso más. Él ascendió, por decirlo de alguna manera. Pasé el resto de mi vida, hasta hace muy poco, escuchándolo hacer la pregunta una y otra vez. Y entonces se me ocurrió que a través de la dirección que mi trabajo había tomado, es decir, la renunciación a las elecciones y la sustitución de interrogantes, que el principio subyacente de todas las soluciones que le di era la pregunta que él había hecho, porque aquellas ciertamente no provenían de ningún otro punto. Él habría aceptado la respuesta, creo. Las respuestas tienen preguntas en común, por lo tanto la pregunta subyace a las respuestas.

 

 

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