Anaïs Nin, el testimonio de una vida entregada a buscar lo maravilloso cada día.

 

anais nin

 

Hoy se cumplen 36 años de la muerte de Anaïs Nin,  una de las autoras de diarios más prolíficas del siglo XX: en más de 35 mil páginas escritas desde que tenía 11 años hasta su muerte, a los 73, Nin fue una fuente de reflexiones ávidas, lúcidas y sobre todo personalísimas sobre la literatura, el amor, el deseo y cómo mantener una vida creativa en medio de un mundo sumido en el desastre.

Su vida misma fue un curioso ejemplo de aventuras intelectuales y pasionales, como la que la unió en un romance imperecedero (pero secreto, por respeto a su esposo) con el novelista estadunidense Henry Miller, fruto del cual establecieron una copiosa correspondencia. Sin embargo, sus reflexiones más personales ocuparon cada día un espacio en su diario, editado hasta ahora en siete tomos.

En el correspondiente a sus últimos años, Nin sigue desplegando un asombro infantil por los hechos de la vida, así como una fascinación (¿una fe?) por lo desconocido, fuente de toda belleza:

Es posible que yo nunca haya aprendido los nombres de las aves para descubrir al ave de la paz, al ave del paraíso, al ave del alma, al ave del deseo. Es posible que evitara aprender los nombres de los compositores y su música para mejor cerrar mis ojos y escuchar el misterio de toda la música como un océano. Es posible que no haya aprendido las fechas de la historia para alcanzar la esencia de lo atemporal. Es posible que nunca haya aprendido geografía para mejor formar mis propias rutas y descubrir mis propias tierras. Lo desconocido fue mi brújula. Lo desconocido fue mi enciclopedia. Lo que no tiene nombre fue mi ciencia y mi progreso.

En esta mística de la atención y el presente, Nin prefirió siempre abordar el misterio de la existencia con sus propias herramientas, con sus propios medios e incluso con sus propias carencias. Un espíritu refinado que no permitió que las definiciones mundanas acallaran su propia percepción, a la cual permanecería fiel hasta el final:

La vida ordinaria no me interesa. Busco tan sólo los momentos altos. Estoy de acuerdo con los surrealistas, buscando lo maravilloso. Quiero ser una escritora que les recuerde a otros que tales momentos existen, quiero probar que hay un espacio infinito, un significado infinito, una dimensión infinita. Pero no siempre estoy en lo que llamo un estado de gracia. Tengo días de iluminaciones y fiebres. Tengo días en que la música en mi cabeza se detiene. Entonces remiendo calcetines,  podo árboles, hago conservas de fruta, pulo los muebles. Pero mientras estoy haciendo esto siento que no estoy viviendo.

 

 

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