Robert Capa y Gerda Taro: tiempo de exposición

Por Gloria Serrano (imágenes  Robert Capa / Gerda Taro © International Center of Photography)

Hay canciones que llegan a ti sin anunciarse, por casualidad, con la discreción de lo que no aparece de inicio en la lista de Billboard, pero con la contundencia suficiente para provocar que las escuches, insistentemente, una, dos, tres veces más. En ocasiones es la forma en que el ritmo te invita a mover tu cuerpo de diletante, con la misma soltura y cadencia de un experto bailarín al estilo de ¿quién les gusta?, ¿Fred Astaire?; en otras, es la letra que te atrapa o la voz que te hace entrar en trance y, solo a veces, la suma de todo esto. Hace unos días, escuchando Taro de Alt-J (símbolo Δ), la banda inglesa de indie rock surgida en 2007, confirmé con enorme placer cómo los procesos artísticos y culturales a menudo se vinculan para ofrecernos una gama infinita de posibilidades a través de las cuales adquirir nuevos conocimientos y disfrutar espléndidas experiencias.

El cine, la pintura, el teatro, la música o las letras, son disciplinas que no pueden permanecer ajenas unas de otras o incólumes dentro de una burbuja impenetrable. Observar un mural de José Clemente Orozco puede llevarnos a comprender el simbolismo que reside en la filmografía de un cineasta como Eisenstein; igual que apreciar el Retablo de los Reyes en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México nos acerca a la naturaleza barroca de un soneto de Sor Juana o una partida de ajedrez a descubrir la exquisita concepción de la estética en una obra de Marcel Duchamp. En mi caso, Alt-J, fue una suerte de reencuentro con el trabajo del fotógrafo húngaro Endré Frieddman, mejor conocido como Robert Capa (1913-1954). Para componer Taro, canción que forma parte de su primer álbum An awesome wave (2012), este joven trío británico se inspiró en las fotografías de conflictos bélicos capturadas por Capa a lado de su compañera profesional y sentimental, Gerda Taro (1910-1937), pseudónimo de Gerda Pohorylle, alemana pionera del periodismo gráfico de guerra. Fue así que la mezcla de rock, instrumentos acústicos y sonidos electrónicos, se transformó en una sugerente motivación para profundizar en la biografía del hombre que se narró a sí mismo en la frase “si tus fotografías no son lo suficientemente buenas es que no te has acercado lo suficiente”.

Obviamente él sí lo hizo y consiguió lo que pocos, capturar impactantes momentos de dolor humano en diversos enfrentamientos: Madrid, noviembre-diciembre de 1937. La inocencia sobreviviendo el daño se refleja en los cuerpos de tres niños que, sentados en la calle, charlan frente a los restos de aquello que alguna vez se llamó hogar. Bilbao, mayo de 1937. En primer plano una mujer cruza la calle tomando de la mano a una pequeña niña; ambas levantan la mirada ante el sonido de la alarma que anuncia el terror, un nuevo bombardeo franquista. Playa de Omaha, junio de 1944. El soldado Edward K. Regan del 116 Regimiento de Infantería encabeza, agazapado en el mar, el desembarco en Normandía. La borrosa fotografía dio la vuelta al mundo y se convirtió en la representación del fuego aliado contra el fuego nazi. Son 11 imágenes las que se conservan del Día D, el verano en que el hombre prefirió hacer la guerra y no el amor en la playa. Toda una cátedra del reporterismo que se vive en carne propia, el que se hace a punta de disparos… de cámara. Eso nos dejó Capa.

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Gerda Taro siguió con permanente complicidad los aventureros pasos de Capa y también se decantó por fotografiar el costado más oscuro de la humanidad  antes que salvarse a sí misma. Fue en la Batalla de Brunete, en plena Guerra Civil Española (1936-1939), que los ojos valientes y sensuales de esta joven de veintisiete años se cerraron para siempre cuando un tanque republicano le pasó por encima dejándola sin vida. A Gerda, la primera fotoperiodista caída en el campo de acción, debemos las crudas imágenes del combate en blanco y negro visto a través de una lente que busca documentar más allá de lo apremiante de la escena para construir una perfecta narrativa de los acontecimientos: rostros desamparados buscando refugio en algún muro aún no destruido, afectos sin sepulcro mutilados y desperdigados por el camino, ofensivas militares capaces de herir el alma y enterrar en vida a todo un pueblo en cuestión de minutos, miradas tremendamente inertes que piden tregua, risas tenues que se niegan a morir, desoladores páramos que antes fueron campos fértiles. ¿Qué tan cerca se necesita estar para quedarse realmente con eso? Quizás lo suficiente para que la muerte también te alcance.

Indochina. Capa salta del jeep. Dos pies se arrastran por la carretera para fotografiar, para grabar trozos de carne y guerra. Avanzan como pueden. Flash de un blanco amarillento. Un movimiento lento desató el desastre. Luz desgarradora. Destrozan, cortan como trapos. Una explosión tan fuerte que finalmente Capa cae.

[Taro, Alt-J, traducción inglés al español]

No poner límite a su profesión y trasladarse hasta donde fuera necesario, se constituyeron siempre como sus preceptos más categóricos. Con esa osadía Robert Capa recorrió Francia, España, Italia, Alemania, China, el Norte de África y Vietnam. En 1947 fundó, junto con otros reconocidos fotógrafos como Henri Cartier-Bresson y David Saymour “Chim”, la prestigiada agencia internacional de fotografía Magnum. Y si algo más supo hacer con genuina habilidad, fue relacionarse con grandes personalidades como Pablo Picasso, Ernest Hemingway e Ingrid Bergman. Este fotoperiodista de talento excepcional, murió en 1954 al pisar una mina en Vietnam durante el seguimiento que daba a las actividades de un destacamento francés.

Taro y Capa, dos corresponsales gráficos que se expusieron con el pensamiento, con la voz, con el cuerpo y con todo lo que tuvieron a su alcance. Que buscaron con esmero ir más allá de lo evidente para retratar  el sufrimiento asfixiante, la tristeza sin lágrimas y lo hondo de un gemido. Si su trabajo es parte imprescindible de la llamada edad de oro de la fotografía y de la historia visual del siglo XX, es porque aprendieron a mirar y miraron lo suficientemente cerca para reflejar la cara única y helada de la guerra; esa crueldad irracional, ese calmoso abandono y esa paulatina agonía que se perciben en memorables instantáneas como Víctimas de los ataques aéreos en la morgue, Valencia (Taro, 1937) y Muerte de un miliciano (Capa, 1936). En 2013, en México, fue hallada una misteriosa maleta que en su interior contenía material fotográfico de la arriesgada cobertura realizada por Capa, Taro y Seymour durante la Guerra Civil Española que por 70 años se creyó perdido. El ánimo de los contendientes, los milicianos atrincherados, el Madrid de García Lorca, la emblemática pareja de fotógrafos posando juguetones para Seymour, son ahora porciones recuperadas de identidad que reaparecen para recordarnos que “nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra […] por eso la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad” (John Donne).

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La vida de Robert Capa, la de Gerda Taro, la de ustedes o la mía, están determinadas por la exposición constante a infinitos estímulos que pueden significar una colosal sacudida. Al respecto, el filósofo e historiador Michel Serres nos dice: “la piel es una variedad de contingencias: en ella, a través de ella y con ella, el mundo y mi cuerpo se tocan uno al otro, el sentimiento y el sentir, eso define su margen de encuentro. Contingencia significa tangencia común: en ella el mundo y mi cuerpo se intersectan, se acarician. No llamaría “medio” al lugar en el que vivo, prefiero decir que las cosas se vinculan unas con otras y yo no soy la excepción. Me relaciono con el mundo y este conmigo. La piel interviene de muy diversas formas entre el mundo y las cosas, generando esa conexión” (Michel Serres, Los cinco sentidos: una filosofía de los cuerpos mezclados, traducción inglés al español).

Capa y Taro, dos pieles que con osadía enfrentaron la hostilidad, que tocaron y fueron tocadas por un mundo convulso. ¿Por qué lo hicieron? Pudiera ser que, como le sucedió a Fogwill en el ámbito de la literatura, ellos también sabían que fotografiar “es más fácil que evitar la sensación de sinsentido de no hacerlo”.

@gloriaserranos

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