Porque el amor revela lo menudo que somos y la fugacidad de nuestro viaje

Eres la luz de mis ojos, es el bellísimo título con el que María José Rivera irriga una providencial mirada literaria. La construcción del Canal de Suez nos conduce a la complejidad del alma humana.

 

MENUDOS Y FRÁGILES.  El ser humano transita por el mundo como un mendigo. No colma sus aspiraciones, las persigue denodadamente y se resiste a abandonarlas. Triste sino este devenir cuyo presagio va emergiendo en el alma y suscitando en su conciencia la angustia de un pasaporte a lo fútil. Su rastro es apenas un suspiro que arrastra la aridez con la que guarda memoria de lo realmente vital y esencial. A trompicones va recomponiendo la expresión y compostura, mientras su interior va resquebrajándose. Es pasajero de un convoy con paso directo por las estaciones: visto y no visto. Ilusoriamente cree saber el destino final. Pero los indicios son irrefutables. El rasgo de inconsciencia lo delata. El latido aminora lentamente y el deseo acude para satisfacer el ego con la absurda recompensa de lo instantáneo y lo pretendidamente justo y necesario. En cierta manera, es la reconvención de todo ese proceso caníbal donde las emociones quedan a merced de las tribulaciones. La tramoya no puede soportar el peso de la realidad y el escenario queda desnudo. La salvación no existe salvo en nosotros mismos. La posteridad es silencio tallado en los mármoles que celebran las hazañas de unos nombres que nadie recuerda.

 

ERES LA LUZ DE MIS OJOS – Ediciones Casiopea, 2017- con el subtítulo Amor y venganza durante la construcción del Canal de Suez, concita el interés lector por esa acentuación en los espacios humanos, que se escapan de la propia fabulación literaria y respira junto a nosotros mientras desentrañamos su discurrir a través de una lectura plácida y envolvente. En un doble plano de argumentación, la obra toma como fondo la construcción del Canal de Suez pero el relieve de los personajes principales, la concurrencia azarosa en sus relaciones y la introspección en el laberinto de las  emociones, la dota de cuerpo y alma. Parece convenir cierto paralelismo entre ese hito de la ingeniería de finales del siglo XIX y la edificación del sentido corresponsable del amor. Stefan Vertheimer, un joven y flamante banquero suizo, heredero de Zürcher Kommerz Bank, se desplaza a Manila por motivos comerciales. La carta de Ferdinand Lesseps, diplomático e ingeniero, le acompaña. En ella le confirma, tras la muerte de su padre, que tiene el firme propósito de que la Compagnie Universelle du Canal Maritime de Suez, siga contando con el respaldo de su banco. Al rigor requerido por su responsabilidad financiera, adiciona una generosa dosis de exigencia y autocontrol. Sin embargo, se verán superados por el encuentro con Federica, hija de una familia de navieros, cuya fortuna ha ido menguando por mor de una desastrosa gestión familiar que les llevará a la ruina ante la imposibilidad de saldar el empréstito con el banco que él dirige. Dentro del contexto histórico, la trama de intereses gubernamentales y personales va tejiendo un cúmulo de conspiraciones para ejercer el control sobre esta vía artificial de navegación con 163 kilómetros de longitud que une el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo, a través de la Península del Sinaí. Su construcción supuso el tránsito directo entre Europa y Asía, con pingües beneficios económicos, y no precisamente para Egipto.

María José Rivera

MARIA JOSÉ RIVERA nos embarca en un viaje gratamente sorprendente. El acierto de su ejecución novelística, proviene de un trabajo depurado en cuanto a la imbricación de la secuencia meramente histórica con la sentimental y realmente interesante. En el personaje de Stefan Vertheimer la capacidad de análisis sobre sí mismo a través de la escritura, subraya la dimensión literaria que vive y revive. Es una práctica que le confiere ante el lector una reflexión crítica que comparte desde la intimidad de un diario. La visión de la realidad se matiza y serena tras cada jornada. Empatizamos con la verdad profunda que desgrana en sus anotaciones y que queda al margen del ruido cotidiano. La autora libiense aunque afincada en Valencia, realiza un celebrado homenaje a la literatura epistolar. En cada una de las cartas que consigna hay una exaltación a ese otro modo de concebir la literatura del que lastimosamente nos alejamos, no sin cierta melancolía. El poder seductor de las cartas se origina en el propio hecho de la comunicación manuscrita: medida, precisa y no exenta de belleza estilística y reflejo psicológico. Es la complementación de ese diario que alumbra el acontecer de su autor y a quienes acoge en sus pensamientos. Entre ellos Ahmed el Saadawi, fiel amigo y colaborador, que sostiene una pugna interior y permanente entre la tradición y la modernidad, el interés autóctono y colonial ante la construcción del canal. La relación fraternal que les une sirve de aparejo para introducirnos en la realidad social de Egipto. Se trata de la intrahistoria que acuñara Miguel de Unamuno y que la profesora María Dolores Pérez Murillo identifica como “las gentes sin historia” pero  protagonistas de “historias de vida”. Entre estas las más de 120.000 de aquellas que perecieron para culminar el proyecto faraónico. El joven y animoso egipcio que acaba de pasar tres años estudiando en École Royale Polytechnique de Paris, a pesar de las reticencias iniciales y el convencimiento personal que las consecuencias económicas que reporte el proyecto no tendrán afectación en sus compatriotas, decide incorporarse a él. La modernización del país es una razón de peso que no puede obviar desde su visión cosmopolita tras haber tenido la oportunidad de estudiar en el extranjero. Ahmed el Saadawi se convierte en un valedor no solo de la obra también de la inestable relación que Stephan mantiene con Federica. Motivando a que aquel no sucumba ante las apariencias, deje fluir su corazón y liberando los prejuicios entone Ya nour el ain la canción egipcia que da título a la novela, Eres la luz de mis ojos.

 

ENFRENTAMIENTO DE DOS MUNDOS. En esta obra coexisten dos posiciones que chocan inevitablemente. El sustrato del colonialismo persiste en su influjo como metrópoli. Considerando a aquellos territorios que fueron parte de su imperio como transacciones mercantiles y granero de recursos con los que seguir incrementando su establishment. Mientras tanto un espíritu liberador va ganando adeptos entre los ciudadanos. Cimentando un estado de opinión y resistencia que se transforma, en algunos casos, en acción punitiva ante lo que consideran la esquilmación de su legítima riqueza. Las vitrinas de los Museos Británico, Louvre o Neues son la constatación y evidencia que incluso las piezas arqueológicas formaron parte de ese mercado. El saqueo y el expolio no tuvo límites y sus consecuencias aún persisten en el horizonte del siglo XXI. En la densidad de este trasunto, la hilatura del amor teje una presencia sobrenatural. Y propicia la conversión de los protagonistas en buscadores impenitentes de su luz.

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