El sacrificio de un ciervo sagrado, la disección de Yorgo Lanthimos

Barry Keoghan y Collin Farrell, antagonistas de este thriller psicológico de Yorgo Lanthimos

Por Ana María Caballero, 

A modo de disección quirúrgica el director griego Yorgo Lanthimos nos plantea un  thriller psicológico y terror, con drama familiar de trasfondo, en su última película El sacrificio de un ciervo sagrado. Ganadora del mejor guion en la pasada edición del Festival de Cannes, con especial reconocimiento a su reparto estelar con Nicole Kidman y Colin Farrell a la cabeza, la propuesta desde luego remueve, incomoda y resulta desconcertante. El sacrificio de un ciervo sagrado es eso, una perversa historia de sacrificio con oscuras sombras del alma y conciencia humanas.

Colin Farrell, en un sorprendente cambio de registro y en su segunda colaboración con el cineasta tras Langosta (2015), es Steven un reputado cardiólogo, padre de familia al que le une una relación inquietante con el hijo de un paciente fallecido. Martin, magníficamente interpretado por Barry Keoghan, resulta aparentemente vulnerable e inofensivo, pero pronto este lobo con piel de cordero se propaga como un cáncer silencioso en esta “modélica” familia. Anna (Nicole Kidman) es la perfectísima mujer de Farrell, una reputada oftalmóloga y la otra referencia adulta de esta historia en la que Kim y Bob, los hijos de la pareja serán las piezas de un macabro juego.

Es imposible no hacer una comparativa con el universo Kubrick: Desde la fría escenografía pasando por la chirriante e inquietante composición musical hasta los desconcertantes actos de sus personajes. Precisamente es aquí donde habría que poner, si acaso, alguna pega al filme, ya que éstos están creados de tal forma que resultan cuanto menos poco “reales” en el sentido más humano de la palabra. Actúan como autómatas, con diálogos sin alma en ese afán por recrear ese halo de perfeccionismo y disciplina férrea. Pero he aquí el código de este cineasta que no obstante, ofrece un miembro, el único, que se sale de este molde, y ése es Bob, el hijo pequeño que encarna un reducto catártico para con el espectador que asiste con bata blanca a un experimento sociológico y un patrón conductual deliberadamente buscado por el director.

Lanthimos sabe cómo crear atmósferas angustiosas (ya lo hizo en Canino y Langosta) y personajes aislados de las convenciones sociales (y morales) de las sociedades que supuestamente conocemos. Para ello maneja lo que son los elementos constantes de su cine, cargado de ironía, humor negro y alegoría para contarnos una situación que, en otro contexto, sería factible o llevando al límite la moralidad humana planteando situaciones extremas. El Sacrificio de un ciervo sagrado es un claro ejemplo, pues asistimos a la paradoja de contraponer ese relato casi científico del comienzo con ese otro que se va cubriendo con un aura de misticismo y religiosidad a medida que avanza. La fe y el miedo, el germen (en la mayoría de los casos) que suele desencadenar las mayores tragedias y maldades de la humanidad.

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