«Aquaman»: DC hace aguas
Ya completamente ajenos a la guerra de cifras (da igual si «Aquaman» es mejor o peor, arrasará en taquilla, como hace unos meses lo hacía esa pobre propuesta llamada «Venom»), el duelo que enfrenta a DC y Marvel empieza a ser más apasionante que sus propias películas, quitando algún título que otro («Infinity Wars», por ejemplo) que se ha ganado merecidos elogios. Una muestra de la inquina de ese enfrentamiento: días antes del estreno de «Aquaman», Marvel lanzaba el primer tráiler de «Vengadores: Endgame» (quizás ya a esta hora el más visto de la historia), y un puñado de imágenes apenas reveladoras de nada importante lograban que detonasen todo tipo de especulaciones. Y así ha sido como ha llegado a las pantallas el Rey de Atlantis, nadando en las aguas revueltas agitadas por Marvel que sabe muy bien gestionar expectativas.
Aunque ese no es el gran problema de «Aquaman», que contaba, de salida, con dos grandes ventajas.Jason Momoa de protagonista (de nuevo en otro intento de consolidarle como el nuevo midas de la testosterona, pese a ser un actor mucho más interesante que el actual soberano, ese monumento granítico a la insulsez al que llaman «La Roca») se hace sin problemas con el personaje, aunque es muy evidente que de forma forzada se le encorseta en solemnidades varias que difícilmente encajan con un físico y un sentido del humor al que parecería buena idea no ponerle muchos frenos en producciones de este tipo. Y desde luego, la novedad de explorar un nuevo mundo, una mitología a descubrir, lo apasionante que resulta contemplar por primera vez, hartos ya de Gotham y compañía, un universo que existe bajo el agua y que ofrece, de lejos, las imágenes más bellas de la película. Ambos factores se alzan como los dos mejores aciertos de este estreno. No tarda mucho Momoa en lograr que se le eche de menos cada vez que el argumento se pierde por otras mareas, y despertar el apetito y las ganas de saber más de Atlantis es una baza muy sagaz (ni que decir tiene que a nivel técnico la película es fascinante, como todas las que se gastan una fortuna en serlo), aunque uno se queda con hambre.
Pero estamos en territorio DC. Y en ese territorio siguen sembrando abatimientos.
De nuevo, una complejidad alarmantemente artificial en los personajes (incluso en los que están tan trazados a vuela pluma que si no aparecen ni te enteras) y una carga no menos pesada y soporífera a la hora de plantear argumentos que de un modo ridículo juegan a lo veraz, a lo profundo. La ya insalvable cámara lenta de DC de nuevo dilata metrajes ya de por sí dilatados. Y allá que van complejos conflictos íntimos que se miran con lupa freudiana, aunque se les olvida limpiar la lente, y se acumulan los borrones. Otro director de prestigio, otro «autor» buscando dejar su impronta y su sello (en este caso James Wan, quien resuelve cuanto expediente Warren se le ponga por delante o es el teórico orquestador de la séptima entrega de esa sinfonía de desastres en la que se ha convertido la serie «A todo gas»), con ese estilo tan cautivo de su obligación de no arriesgar ni un solo dolar, y a años luz de la pasión y lo arriesgado de ciertas decisiones de, por citar un par de nombres, los hermanos Russo, responsables de mucha de la épica lograda por Marvel. Y claro, conocidos personajes del mundo del cómic que o bien son despojados de sus historias y reducidos a nombres para hacer bulto, y otros, prometedores sobre el papel, que a medida que discurre la película son desterrados a la zona de los comparsas.
Willem Dafoe o Nicole Kidman tratan de dar lustre a este proyecto. Aunque nada sobrevive a lo pretencioso. Rupert Gregson-Williams añade la música, y aunque le ponen trabas para lograr una composición uniforme, se las arregla como puede para conformar amalgama de estilos que en ocasiones parecen lejos de la órbita de lo narrado.
Hay demasiadas vías de agua como para que «Aquaman» (un híbrido entre la identidad con la que DC lucha por definirse, con una querencia muy mal disimulada a imitar algunos títulos de Marvel) no se hunda en su solemnidad de ocasión, la misma que ha cubierto de una pátina de complejidades de segunda mano la vida y obras de Superman o Batman.
Deslumbrante por momentos, como no podía ser de otra manera, divertida cuando se despoja de su fraudulento disfraz de seriedad, y soporífera en sus inclemencias psicológicas, «Aquaman» se ha ganado, cuanto menos, una secuela donde el personaje pueda eclosionar con todo lo que aquí parece prometer, y sin azotarle con tanta trascendencia. Se lo deben.
Y así es como en ese particular duelo entre Marvel y DC, la primera ha ganado esta partida contra el rey de Atlantis y le han bastado dos minutos y medio de tráiler para conseguirlo.