«El vicio del poder»: desde el centro de las sombras
Es de lamentar que una vez más el capricho de las distribuidoras nos priven del título original de las películas, que muchas veces, como es el caso de este estreno, son arietes de la fuerza con la que se presentan. Y «Vice» es ya desde su propio nombre un sinónimo que aúna, hermana y considera gemelas las palabras vicio y vicepresidencia. Y quien espere encontrarse con una biografía al uso de Dick Cheney, algún sesudo recorrido por los vericuetos de los pasillos de la política estadounidense, se encontrará con una seria decepción. Pero a cambio se llevará una obra muy brillante, por momentos magistral.
La película arranca mostrando el momento en el que un joven Cheney es detenido por conducir tan borracho que ni siquiera puede permanecer sentado. En el siguiente plano, sí que ya está más que sentado, en este caso como responsable máximo del gabinete de crisis que tomó las primeras decisiones mientras las Torres Gemelas se estaban desmoronando tras el ataque terrorista. El hecho de que en esa reunión no estuviese el Presidente, ya es revelador del poder que ostentaba Cheney, quien daba órdenes sin el menor miramiento. Pero es que, tal y como nos cuenta el inesperado narrador que nos acompañará a los largo de la historia, allí donde todos veían una de las mayores tragedias de nuestro tiempo, Dick Cheney veía una oportunidad. No han pasado ni cinco minutos de película y ya el personaje está tan bien definido que ninguna de sus acciones, anteriores o posteriores, puede librarse de tan aterradora etiqueta.
Adam McKay, director y guionista, logra deslumbrar con su planteamiento para mostrar el ascenso hasta lo más alto de su ambición de un personaje sobre al que, como se nos advierte al inicio, rodea un muro de misterio. Pero McKay no tiene temor alguno en saltarse esa barrera y menos aún en recurrir a cualquier recurso narrativo que considere necesario para que su denuncia no haga aguas en el más simplista de los panfletos. Por momentos casi rozando el documental, por momentos capaz de proponer secuencias disparatadas e hilarantes (esos créditos a mitad de la película) o mirar directamente a los ojos del horror, McKay va señalando, libre de titubeos, los puntos más oscuros de tan siniestro personaje, que recorrió la historia de la política estadounidense (ya pisaba la Casa Blanca cuando Nixon era Presidente) para perpetrar una de las atrocidades más aterradoras que se conocen, y germen de la violencia que hoy en día nos sigue sometiendo.
Christian Bale es quien pone el alma para interpretar a Cheney. Pero más allá de otra de sus brutales transformaciones de físico, es, de lejos, el mejor trabajo del actor. Y aunque su rostro asome a veces, su composición llega a ser tan fascinante (en especial, admira lo inquietante que logra convertir los silencios del personaje, cómo nos hace temer sus pensamientos aun sin conocerlos) que se apodera de cada secuencia, incluso en las que no sale. Una composición que deja sin aliento. Y además Amy Adams, y Sam Rockwell, y cuenta con una admirable banda sonora de Nicholas Britell, y el trabajo de fotografía de Greig Fraser es una maravilla, y mal irán las cosas si Hank Corwin no se lleva el Oscar al mejor montaje.
Diabólicamente cínica, divertida, corrosiva y afilada, «El vicio del poder» es de esas obras que siempre parecen necesarias y oportunas.
Porque veces se nos olvida en manos de quién estamos.
Y este contundente puñetazo a nuestra memoria y a nuestra consciencia nos lo recuerda para que duela.