Los Viajes de Sullivan. Preston Sturges.
La Odisea en tiempos de La Gran Depresión
En algunas ocasiones las películas resurgen con los años llevadas de la mano de otra obra posterior. Para la generación adicta a la filmografía de los hermanos Coen, el escuchar un título como Los Viajes de Sullivan (Preston Sturges. 1941) no les aporta gran información. Sin embargo la obra de Preston Sturges no sólo esta en la génesis de ¡Oh Brother (Joel Coen, Ethan Coen. 2000) , sino que esta hubiera sido impensable sin aquella. Los Coen estaban convencidos de que su película es el tipo de creación que habría surgido de la experiencia de Sullivan tras su viaje. Sin olvidar que la burla de las pretensiones del protagonista tiene mucho eco en Barton Fink (Joel Coen, Ethan Coen. 1991) En la génesis del viaje de Sullivan se encuentra la idea de realizar un drama; ya que piensa que el reconocimiento de las gentes humildes puede llegar a través de este género; pero finalmente comprende que la risa puede transformarse en una buena solución en situaciones difíciles. A pesar de que el falso vagabundo, pergeñado por Sturges, predica contra las películas de duros mensajes sociales, en el último tercio del film se convierte exactamente en eso que critica. Sturges juega con su querencia por los comienzos falsos, con una pelea sobre un tren a través de las montañas, que no es otra cosa que una película proyectada.
Tras un plano secuencia de diálogos atropellados, tiene una plática con su criado, donde el vallet tiene más trazas de Cicerón que de asistente. John Sullivan busca realizar un verdadero lienzo sobre la humanidad y sale a la calle con diez centavos en el bolsillo, dando bandazos hasta encontrarse con una actriz fallida (Verónica Lake), una chica de réplicas apabullantes y belleza imposible. Sturges se mueve entre diversos géneros, convirtiendo “Los Viajes de Sullivan” en un desconcertador híbrido que, navega desde el lirismo, cuando el protagonista desciende a un mundo desconocido, pasa por el humanismo en la secuencia de la iglesia, por la comedia absurda para llegar a una proclama sobre los necesitados en la línea de Las Uvas de la Ira. (“Grapes of Wrath”. John Ford. 1940) Todo comienza como una farsa, dado que Sullivan puede volver a su agencia cuando lo desee. Es el instante en que pierde su mundo anterior y su identidad, cuando realmente comprende la gravedad de la situación de los desheredados. Hay una excelente secuencia donde Sullivan y “The Girl”; único nombre por el que conocemos al personaje de Verónica Lake, remedan el melodrama de la época social del cine silente, deambulando por barrios, entre chabolas, comiendo lo que les ofrece el Ejército de Salvación o durmiendo en albergues para sin hogar. Una época donde la Depresión arruinó las vidas de miles de personas. Pero el guión también tiene acero para el mundo hollywoodiense, al que el guionista-director regala con su ingenio verbal, una ametralladora de sátira, payasada e ingenio, donde consigue mixturar todos los géneros a su alcance, Desde el cine carcelario a la farsa, del melodrama al romance, del documento social al musical. Sin olvidar las influencias y homenajes como el quijotesco Sullivan, acompañado de su sanchopanza femenina (Lake), un homenaje a El Chico (The Kid. Charles Chaplin. 1921) el halo social de John Steinbeck o de Vidor, la sombra del cine capriano o los diálogos de Lubitsch.
La oferta de Sturges peina, tomando como referencia el cuento satírico de Jonathan Swift titulado “Los Viajes de Gulliver. 1726”, Preston Sturges obtiene el nombre de su personaje del campeón de boxeo John L. Sullivan, en un amplio juego de referencias culturales. Los diálogos son apabullantes e inteligentes, como el mejor cine clásico para construir una vertiginosa comedia que al mismo tiempo es sátira social, habitada de diálogos ácidos y hawksianos, juegos verbales de oraciones incompletas y enlazadas y ritmo frenético. Esta película tiene algo de profética, de puente entre el cine que se iba y el que venía. Algo de iluminación en su flirteo con la screwball comedy sin menosprecio al slapstick, heredado del cine silente. Se aventuraba el futuro que dominaría el cine norteamericano de los años cuarenta. El mensaje final podría traducirse en una pregunta interior que todo creador debe hacerse: ¿Es necesario haber experimentado algo en primera persona para trasladarlo con honradez al arte? Al final estamos ante un ejercicio de estilo sobre la creación artística con la excusa de crítica al stablishment.
Los Cohen si necesitaron experimentar las vivencias de Sullivan para crear su ¡Oh Brother!, que en su génesis le debe bastante más a estos viajes que a La Odisea.
Sullivan:
“No he sufrido lo suficiente como para hacer “!O Brother, Where Art Thou? “