Jibeuro. (Sang Woo y su abuela). Lee Jeong-hyang. 2002

                                      

 

Un niño irrespetuoso, un ambiente rural, la falta de comodidades a que esta acostumbrado el niño zangolotino y una hermosa lección. Jibeuro (The Way Home. Lee Jeong-Hyang. 2002), es una bienintencionada fábula, sencilla y sorprendente. Una abuela muda, que vive en un entorno totalmente opuesto al del nieto, un viaje iniciático hacia la comprensión, la empatía y el amor incondicional de los abuelos hacia los nietos. La soledad de la abuela se vuelca sobre un niño que proviene de un entorno distinto, lleno de comodidades. Encontrada por azar en un camino de un pueblo de Corea del Sur, Eul-boom Kim, desgrana el personaje de la abuela de modo magistral, con una inmensa carga de naturalidad y gran expresividad, dentro de su incapacidad para la palabra. Jibeuro juega con los espacios y los silencios, con la sencillez y la intensidad, con lo cotidiano y la poesía visual. Jibeuro es una reflexión sobre la memoria (sin ella, no existe el futuro). Si estamos habitados de recuerdos, no existe el olvido.

Sang Woo (Seung.ho Yoo) podría ser el paradigma de cualquier niño actual. Adicto a la televisión, a los videojuegos, a la alienante tecnología, ignora como extraer la savia del instante, como habitar el momento. Un arte en el que la abuela es una maestra. El inicio de la relación es un reflejo de la sociedad en que habitamos. Un niño cruel, soberbio, falto de empatía que ignora el cariño, se ríe de su abuela o la humilla. Ella es una de esas personas duras, cinceladas a granito por la vida. Encorvada por el trabajo, pero altiva en su dignidad. Su sabiduría de siglos y su paciencia (algo de lo que carecen las generaciones actuales), conseguirá penetrar la defectuosa coraza que el ritmo de vida ha cerrado en torno a su nieto. Hay mucha humildad en la concepción de la puesta en escena, incluso algunos de los extras son realmente vecinos, lugareños que habitan en el pueblo.

 

El choque entre los dos mundos es brutal, los silencios se adensan (aquí los coreanos son maestros) y el camino iniciático del nieto hasta comprender sentimientos y emociones que nunca ha tenido, ni sabe que existen, es sutil y hermoso. La directora juega con enorme sensibilidad, destilando esta canción de amor y respeto, esta balada que nos recuerda que nuestros mayores son el tesoro más preciado. Algo que se ha olvidado en los últimos tiempos.  Jibeuro es una película ecuménica. Su mensaje es válido para cualquier lugar y modo de vida. Hay una suerte de neorrealismo en la naturalidad de los detalles, pero también juega con el cinéfilo en la calidad de los encuadres y manejo de cámara. De hecho con tan poco, alcanza una envidiable perfección en lo visual y en el pathos, jugando con los argumentos emocionales con envidiable contención y equilibrio rítmico. La abuela esta en sincronía con su entorno. Es una con la naturaleza. Vive el susurro del viento y toma de la tierra el sustento. El nieto ha aprendido, como todos los habitantes de sociedades “civilizadas” que las cosas aparecen por arte de magia en supermercados y demás zarandajas.

Frente a las adicciones; la premura vital y la ansiedad ante las vicisitudes del urbanita; la anciana disfruta del instante. Del placer elemental, de la sincronía con los ritmos naturales. Un enfrentamiento necesario entre lo que significa el mundo para los dos y del que ambos extraen sabiduría. La abuela aprende que las cosas no deben ser siempre lo que han sido, necesariamente. El nieto la introduce en el mundo maravilloso del lenguaje escrito para poder comunicarse. Ambos consiguen complementar sus propios universos. La banda sonora es rica en sonidos de la naturaleza, la música sutil se complementa con el entorno y la dramaturgia con una precisión quirúrgica. El peligroso equilibrio hacia el sentimentalismo es manejado por la autora con enorme pericia, dotando de realismo la trama, sin estridencias, haciendo de la sencillez un arma. Un film donde la profundidad nace de lo elemental, la intensidad de lo cotidiano y la profundidad de los pequeños gestos. Un hermoso canto a nuestros mayores. Un tesoro que hay que conservar el mayor tiempo posible para enriquecernos de su sabiduría.

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