Fata Morgana. Vicente Aranda. 1965

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una viñetas de comic prefacian la peripecia de Teresa Gimpera en Fata Morgana (Vicente Aranda. 1965), para dar caso a una circunstancia caótica, bizarra, vanguardista en clave de thriller perturbado, con logros estéticos notables. Deudora de la Nouvelle Vague, camina por un enrarecido concepto urbano, que se retroalimenta de los jazzísticos sonidos de Antonio Pérez Olea. Este experimento de la Escuela de Barcelona, fracasó a nivel comercial. Tuvo más suerte fuera de España, ya que fue seleccionada en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes y  posteriormente proyectada en el Festival Internacional de Cine de Karlvy Vary.

Adaptando un guión de Gonzalo Suárez, Vicente Aranda dibuja una surrealista paleta de ciencia-ficción con flecos intelectuales, bebiendo de los referentes culturales del momento, para ofrecer una sugestiva narrativa, una iluminación brillante y el desconcierto como marca de la casa.

Barcelona es una ciudad vacía, misteriosa, cuyos habitantes han desaparecido y se han llevado con ellos los sonidos ambientales. No hay cantos de pájaros, no hay ruido.

Mucho más iniciática de la modernidad en el cine, incluso que las propuestas de José Val de Omar, el indefinible visionario y sus cortos vanguardistas. Mucho antes de que Iván Zulueta se embarcara en el experimento de Arrebato (1979). Con esta película, el director rompía con la industria imperante y aquellas producciones de Pedro Lazaga, Sáenz de Heredia o Rafael Gil.

Las fuentes en las que bebe la valiente criatura de Vicente Aranda son múltiples. Desde el Free Cinema hasta la literatura pulp. Pasando previamente por el thriller cincuentero, el comic o la Nouvelle Vague.

Utilizando declamaciones de los personajes, homenajes, una banda sonora excelente y una potente fotografía de Aurelio Larraya, y escenas que podrían encontrarse en las viñetas de Anacleto, agente secreto, Vicente Aranda pergeña  una obra maestra del fantaterror ibérico, de la Scifi ibérica.

Teresa Gimpera; musa sixtie; está inmensa en esta suerte de tebeo pulp, misturado con revista ilustrada y novela de kiosco de tres pesetas de la época, que habitaba junto a las de Marcial Lafuente Estefanía. En Fata Morgana, la pretenciosidad convive con el terror surrealista y la elegancia con la crueldad de algunas imágenes. En soberbio equilibrio entre lo indigesto y lo críptico. Casi una improvisación jazzística, donde; desde el motivo central; se desarrollan las variaciones visuales y conceptuales, ayudada por la banda sonora.

Como curiosidad dejar patente que cineastas como Aranda conseguían creaciones mucho más estimulantes en momentos financieramente peores y con menos libertad para trabajar que posteriormente.

Fata Morgana quedará como una “rara avis” en su filmografía. Como la primera obra de la Escuela de Barcelona o un antecedente de la misma, ya que adelanto los valores estéticos o narrativos que constituirían el núcleo de ésta.

Curiosamente, el mismo director apuntó que planteaba la película “como un experimento narrativo-cinematográfico, con los rudimentos de la técnica publicitaria”. De este modo pretendía que el espectador asimilara la película como se visiona un anuncio de detergente.

El resultado final fue una Odisea homérica con las andanzas de Teresa Gimpera (Gim). Circundando varias ideas: lo publicitario-erótico; encarnado en la protagonista; la muerte del amado, productora de trastornos mentales y la atracción perversa de la víctima hacia su asesino. Nos queda su lenguaje intertextual, su realismo expresionista y esa introducción a un nuevo modelo esteticista, el hermetismo como filosofía y una Barcelona fantasmal, futurista y distópica.

 

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