Coco. El día de las Caninas. 2017

Coco (Lee Unkrich. Adrián Molina. 2017) es una propuesta donde todo el poderío visual de PIXAR está presente en cada fotograma. Y también su cosmogonía. En la narrativa reencontramos estilemas de anteriores propuestas de la compañía, de sus tramas y obsesiones, de su sensiblería (certeramente conducida), de su estética y su mirada. Centrada en la visión de la familia, la película nos sitúa en un mundo a caballo entre lo material y la ultratumba, destilando la imaginería inherente a la fiesta mexicana del Día de los Muertos, conduce al espectador a través del espejo, utilizando como argumento el poderío visual y una banda sonora efectiva, emotivo y étnico homenaje,  un inteligente juego de referencias culturales del país y unas letras plenas de mensajes optimistas, evocadores o versiones de temas tradicionales.

A través del sorprendente juego visual a que nos tiene acostumbrados PIXAR, la narrativa del film acomete temas tan dispares como el Alzheimer, la nostalgia de las personas que se han ido, la muerte. Todo en la perfecta dosis, con sus justas cantidades para conducir al espectador a la catarsis final. Por el camino, mensajes como la existencia en el recuerdo de los que quedan (única forma de perpetuarse), la búsqueda del éxito a costa de todo, los valores familiares y muchas otras propuestas que ocultan las letras de las canciones. El aspecto musical es impecable, tanto las creaciones de Michael Giacchino como esa potentísima “Remenber Me”, compuesta por el tándem Kristen Anderson-López y Robert López. No es extraño, el film tiene música en su ADN ¿Estamos ante un musical con mayúsculas con las características propias y las referencias culturales del país donde se desarrolla recreadas y enriquecidas? Coco no es un musical, ya que los personajes no se entregan repentinamente y fuera de toda lógica a canciones o bailes que no sucederían en la vida real. Pero la música es el aliento, la aguja que teja la historia y algunas de las piezas están imbricadas en el desarrollo de la acción o la percepción del personaje. Germaine Franco colaboró en la elaboración de los arreglos utilizando instrumentos tradicionales, respetando el acerbo cultural para crear un espacio de respeto y dotar de adultez a la creación. Charchetas, jaranas, marimbas o arpas folclóricas se utilizaron para enriquecer el universo músiconecrófilo de Coco.

Las referencias a la edad de cada personaje se encuentran el las canciones. No hay más que escuchar el extravagante vals que refleja al personaje de Héctor  o el tema alegra y pleno de vida de Miguel. Camilo Lara, consultor musical del Instituto Mexicano del Sonido aportó la información sobre el paisaje sonoro. Benjamín Juárez Echenique y Marcela Davison Avilés actuaron como asesores culturales completando la paleta cromática del léxico musical de Miguel.

El concepto celebratorio  de ese día (al contrario que el europeo) permite el uso de un cromatismo audaz que lo convierte en una celebración colorida y pintoresca. El recuerdo como forma de persistencia esta latente en el guión, la tradición, la transmisión de la memoria familiar.  Estamos ante un ejercicio de ósmosis musical donde el localismo se imbrica en la identidad de los personajes, donde los estilos y formas musicales de hibridan, adaptándose a la peculiaridad de cada personaje. Una obra maestra. El juego de la canción “Remenber Me”, utilizada en tres conceptos musicales distintos (espectacular, canción de cuna y reunión familiar) es, sencillamente, genial. La escisión entre banda sonora, en estado puro, donde la instrumentación es de corte orquestal-clásico y el colorido étnico-popular de las canciones proyecta un equilibrio que sostiene esta arquitectura musical y la convierte en una de las mejores propuestas de la Casa hasta el momento.

No es un tema demasiado tratado en el cine infantil el de la mortalidad. Bambi (David Hand. 1949)  y Buscando a Nemo (Finding Nemo. Andrew Stanton y Lee Unkrich) se aproximan al tema, pero Coco va mucho más allá y convierte en celebración de la familia el recuerdo y el dolor latente. Otro de sus aciertos es la incorporación del anciano (ampliamente olvidado en todos los géneros cinematográficos) como vínculo entre el pasado y el presente. Como indispensable puente para cruzar el río de la vida. Con instantes de matiz timburtoniano, bailes de esqueletos a lo Harryhausen y un humor con reminiscencias de los Monty Python, Coco se permite el lujo de navegar entre a más variopinta audiencia, sin buscar la complacencia ni la lágrima fácil.

La utilización del color es una paleta llena de vitalidad, neón y suntuosidad que contrasta con el oscuror de las “Caninas”, incluso los instantes más tenebrosos en el cementerio, etc, están salpicados con esa imaginería, algo kitsch, extravagante y atípica que posee este día en la cultura mexicana. El legado como estética, el hogar como forma de vida, la tradición como afirmación de lo familiar y de la propia cultura. Este es el tapiz sobre el que se diseña esta historia, plena de folclore, donde Land of the Dead  es casi un espacio sobrenatural deseable. Una suerte de patio de juegos de esqueletos que haría las delicias de Harryhausen.

La persistencia de la memoria, la morada como fuente de la propia intrahistoria. Pixar sabe cuales son las teclas que tiene que tocar en su teclado emocional. Conoce la intensidad de la presión y el color de los acordes y dibuja un tributo hermoso, sincero y emocionante a la cultura mexicana, al hogar y a la remembranza. Por otra parte, el dolor familiar impide apreciar el amor de Miguel por la música, opaca la percepción del mundo. El dolor de las generaciones y el mito familiar de traición tan solo podrá cauterizarse con la reconciliación y la aceptación. Misturar la afirmación y el cromatismo de la vida con la grisura y la negatividad que emana de la muerte no era tarea fácil. Pixar se aproxima al tropo azteca del Día de los Muertos y evita el cliché étnico o el terror Halloweeny, a través de una narrativa conmovedora, un viaje inciático donde Miguel es una especie de Orfeo invertido, acompañado de un Sancho Panza, llamado Héctor, que se deshace y reforma al compás de un xilófono. Coco es trasgresora, lumínica (en medio de tanta neblina),  un emoliente para el temor al olvido, al más allá y a la desintegración del hogar. Plena de guiños, como ese guía espiritual llamado Dante o esa dicotomía entre vocación y presión familiar.

El mensaje de tolerancia y esperanza permite recuperar el verdadero sentido de la tradición del Día de los Muertos y el verdadero valor del hogar. El cameo de personajes es de lo más variopinto: Frida Kalho, Cantinflas, María Félix, Dolores del Río, entre otros. La autocita no podía faltar, en algunas secuencias aparecen, en forma de juguetes, personajes de otras películas Pixar. Por cierto, el pueblo donde vive Miguel se llama Santa Cecilia. La patrona de la música.

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