LOS TRES MOSQUETEROS. 1971. SERIE TVE
El enorme éxito obtenido por la adaptación de “El Conde de Montecristo”, alentó a Televisión Española para encargar a Pedro Amalio López, la realización de “Los Tres Mosqueteros”, basada en la obra de Alejandro Dumas, para incluirla dentro del espacio: Novela. Esta cita semanal donde se dramatizaban los grandes clásicos de la literatura, era esperada con expectación, dada su distribución en capítulos inconclusos, que dejaban en el aire la resolución de la trama.
El espacio se inauguró con el título de Novela del Lunes, y lo hizo con una versión de La casa de la Troya, del gallego Alejandro Pérez Lugín, sobre la vida universitaria. Desde la temporada 1963-1964; y ya con periodicidad diaria; se adaptaron novelas como “El fantasma de Canterville”, seguida por los afortunados infantes de la época que consiguieron visionarla a escondidas, Mujercitas, resultó una de las adaptaciones más exitosas, La pequeña Dorrit, El príncipe y el mendigo, Orgullo y Prejuicio (1966), Borís Godunov, Emma, David Copperfield. También otro de los grandes éxitos, “El Conde de Montecristo” con Pepe Martín. Crimen y castigo, Papá Goriot o Bel Ami, sin olvidar la brumosa Jane Eyre, que introdujo a los espectadores en el mundo gótico de las hermanas Brontë.
La flor y nata de la dramaturgia de antaño, desfiló por la pequeña pantalla en glorioso blanco y negro. Grandes damas de la escena como Luisa Sala, Berta Riaza, Gemma Cuervo, Lola Herrera Herrera o Silvia Tortosa, pasando por actores de la talla del inmenso José Bódalo, el galán Paco Valladares, el eficiente Emilio Gutiérrez Caba, o el todoterreno Carlos Larrañaga, hasta llegar a los emergentes Sancho Gracia, Amparo Baró, Juan Diego, y muchos otros, que se convertirían en presencias esclarecidas sobre el escenario y en el celuloide.
En otro capítulo habitan los directores “de la casa”, que acometieron aquella aventura que hizo llegar la cultura a los hogares de antaño (cosa que no sucede hogaño). Pilar Miró; Alberto González Vergel, o el reconocido Gustavo Pérez Puig, llenaron de aventura o dramatismo aquellas sobremesas grises y adocenadas. Pedro Amalio López, eficiente artesano, fue el afortunado a quien se ofreció adaptar una de las mayores obras de aventuras de la literatura de lances y capas: Los Tres Mosqueteros.
Pedro Amalio López, ejercía como crítico cinematográfico y guionista. Se incorporó a TVE en sus inicios como pionero, y allí realizaría todo tipo de programas, informativos, magazines, etc. Especializado en dramáticos, realizó la adaptación de “El Conde de Montecristo”, que supuso un éxito enorme en la época, o se encargó de espacios como Novela y Estudio 1, factorías de grandes actores.
Dentro del añorado Estudio 1, realizó dos destacables y recordadas adaptaciones: Julio Cesar (1965) y Macbeth (1966). Durante la nefasta y olvidable gestión de José María Calviño, la política se apodera de los platós. La manipulación ideológica decide prescindir de Pedro Amalio López (y de otros tantos buenos profesionales).
El director encuentra acomodo en la TVG hasta que; con inteligencia y señorío; en 1986 Pilar Miró lo recupera para TVE, al nombrarlo Director de Producción de Programas.
La realización de Los Tres Mosqueteros supuso toda una aventura para una; aún incipiente; industria televisiva. Por primera vez se realizaron tomas en exteriores, algo impensable para un espacio dramático, lo cual dotó de vitalidad y credibilidad al producto.
Todo un derroche de medios técnicos para las escenas de acción, bastantes realistas y diversos decorados con especialistas técnicos y artísticos que habían contribuido a hacer de la nueva serie una cima en la historia de la TVE. La filmación de los capítulos, utilizó los estudios de Miramar, en Barcelona y Hospitalet, y también decorados naturales (Palau Nacional de Montjuich y Castillo de la Plana Novella), así como exteriores en Beuges, Santa Creu de Olorde y Sant Feliu de Codines. Atendiendo a las escenas de masas. En la escena del baile final, se contó con más de ochenta participantes (Orfeó Gracienc incluido). Paradójicamente (para ojos actuales) el baile final, que debería haber resultado un apoteósico derroche de medios en la Corte, deviene un fiestecilla menesterosa, nada acorde con la grandeza requerida.
Cosas del presupuesto. Nada de esto resta méritos a estos veinte capítulos, que durante treinta minutos clavaban; literalmente; en sus asientos a los espectadores, que sufrían las peripecias de los cuatro amigos frente a las maquinaciones de Richelieu y la taimada Milady de Winter. Juan Felipe Vila-San Juan (productor ejecutivo, además de adaptador del texto) y Pedro Amalio López, dotaron de dinamismo el argumento y de profundidad a los personajes, interpretados por algunos de los mejores actores de la época.
La mixtura de elementos aventureros, duelos, espadachines en callejones de mala muerte, enfrentamientos entre los guardias de Richelieu y Mosqueteros, cabalgadas deudoras del western, pistoletazos a quemarropa, sombreros de ala ancha, con las intrigas de Milady, ponzoñas, amores prohibidos y el desparpajo imprimido sobre el protagonista por parte del debutante Sancho Gracia, convirtieron la aventura en un éxito mediático. La banda sonora, tarareada por los ávidos espectadores (sobre todo la sección juvenil), sin conocer que no había sido escrita para la serie. Se trataba de «Thierry la Fronde», una sinfonía compuesta por un mago del teclado (Jacques Loussier), conocido por sus adaptaciones de Bach al mundo jazzístico. No parecían importunarles estas cuestiones a los responsables de la Sociedad de Autores, que se había fundado en 1941.
Entonces era moneda común utilizar obras ya compuestas sin indicar siquiera la procedencia. En “El Conde de Montecristo” hay notas de la “Adoración de los Magos” del Ben-Hur de Miklós Rozsa, en “Los Miserables” se aprovecha la partitura de Khachaturian para Espartaco. En Los Tres Mosqueteros se utilizan desde acordes de “El Desafío de las águilas” hasta una marcha francesa de caballería datada en el siglo XIX.
Esta serie se creía perdida por los aficionados, y a ha dado lugar a largos coloquios en los foros especializados, ya que se emitió en alguna cadena autonómica años después, por lo cual existía la esperanza de que el algún archivo se encontraran copias. La costumbre de TVE, de machacar los videotapes para grabar encima, hizo perder la esperanza a los nostálgicos. El elenco de actores elegidos era de lo más afortunado. El joven Sancho Gracia dotó, con acierto, al personaje del desparpajo y socarronería que serían su marca de clase.
Este gascón simpático, altanero, bravucón y regido por nobles ideales, resulta tremendamente divertido en sus golpes de sombrero de ala ancha casi barriendo el suelo, y su gallardía al enfrentarse inconscientemente al peligro. Junto a él, un ramillete de grandes interpretes que tuvieron dispar suerte en el mundo interpretativo. Acompañando al novicio en las lides de la corte, estaban el galán Víctor Valverde (excelente declamador), habitual de Estudio 1 (David Copperfield), que como tantos otros orientó su futuro hacia el doblaje, dotando de voz a Paul Newman, Henry Fonda, etc.
Ernesto Aura consiguió un Aramis notable, gracias a su presencia física y su garganta, que le serviría para la voz castellana de Arnold Schwarzenegger, Lawrence Fishburne; el Morfeo de «Matrix»; y de Tommy Lee Jones (sin olvidar que fue el primer Clint Easwood, antes que Constantino Romero). También le acompañaban en sus andanzas por París, Joaquim Cardona (el irascible Porthos), colaborador en gran parte de los montajes emblemáticos del Teatre Lliure, que años después interpretaría La Plaza del Diamante o Fanny Pelopaja. Su carrera fue tristemente truncada por el SIDA. Pero el plantel femenino se llevaba la palma (y los suspiros) de unas generación enamorada (platónicamente) de la perfida Milady o de la angelical Constance Bonacieux (Maite Blasco). Sin olvidar una bellísima Mónica Randall (Ana de Austria), cuyo papel casi anecdótico, no resta fuerza dramática a los escasos instantes en que aparece.
Elisa Ramírez (Milady de Winter) maneja un juego de expresiones y recursos en primeros planos, navegando entre la mirada de arpía y la candidez, cuando trata de engañar el corazón del contrario.
Durante años se convirtió en rostro habitual en producciones como Historias para no Dormir, Estudio 1 o Curro Jiménez, permaneciendo como icono televisivo para los telespectadores de la época.
Mónica Randall también tuvo un amplio recorrido televisivo en los espacios de la época, o en el cine con clásicos de nuestra pantalla como “Mi Querida Señorita” o “Cría Cuervos” (Carlos Saura) o “Retrato de Familia”.
Maite Blasco era una de las estrellas televisivas del momento. Poseía un aspecto dulce y tierno y era actriz-fetiche de Jaime de Armiñan. Al casarse con un italiano vivió un tiempo en Roma, regresando a España, donde intervino en películas como «Los peores años de nuestra vida», «El perro del hortelano» y «Carreteras secundarias».
A destacar entre los actores de reparto un hombre de teatro: el inefable Félix Navarro. Félix borda el papel de Planchet, criado pícaro, fiel, avispado y buscavidas del gascón D´artagnan. Los que se llevaban el gato al agua en cuanto a los punzantes diálogos escritos por Alejandro Dumas fueron Ramón Corroto, siempre eficiente, en el papel del prudente Luis XIII, y un declamador de primera línea: Alejandro Ulloa. Las conversaciones mantenidas durante las partidas de ajedrez, llenas de dobles sentidos, giros argumentales y afiladas intenciones, son de lo más jugoso. La interpretación de Ulloa (Cardenal Richelieu) es sobria, admirable en su “aparente” falta de expresividad, pero llena de resortes ocultos y mecanismos de un profesional de primera línea. Ulloa fue un emblemático actor de doblaje de la escuela catalana, fallecido a los 94 años, voz de Robert Taylor en castellano.
Llegó a ser uno de los más grandes declamadores de verso clásico, así como uno de los “Tenorios” más ancianos que hayan pisado la escena. En cuanto al televisivo Ramón Corroto, es recordado entre otras por sus colaboraciones en El Quinto Jinete, sus interpretaciones sobre las tablas (La Jaula de las Locas, El Lindo Don Diego, etc) o la excelente “Humillados y Ofendidos” en TVE. La Constance de Maite Blasco poseía una belleza tranquila y angelical, siendo un personaje sacrificado por el autor, a pesar de ser el más bondadoso, quizás para justificar la posterior ejecución; nada ortodoxa; de Milady de Winter.
La calidad de la fotografía en decorados es notable y tan sólo las escenas de exteriores acusan el paso del tiempo, con una fotografía ligeramente sobreexpuesta (quemada), sin olvidar las dificultades técnicas para llevar a cabo este proyecto.
Dumas había basado sus hazañas del caballero gascón D’Artagnan, en las memorias apócrifas de un aspirante a mosquetero, escritas por Gatien Courtils de Sandras en 1700. Dumas las obtuvo de la Biblioteca Real. Auxiliado por uno de sus “negros” llamado Adrien Maquet uno de los ayudantes que redactaban gran parte de su producción, se publicó el serial en 1844. Una broma literaria asegura que Dumas poseía tal cantidad de escribidores “ayudantes” que muchas veces no sabía lo que habían escrito. A tal fin la siguiente anécdota protagonizada con su hijo:
Un día que se encontraron Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, el padre espetó a su retoño:
-¿Has leído mi última novela?
A lo que el hijo respondió:
-Yo, sí. ¿Y tú?
Bromas aparte, las andanzas del gascón ocupan un tocho de casi setecientas páginas y los cambios de la versión televisiva, ignoramos si obedecen a consignas de la “casa” o alteraciones producidas por los guionistas. Para comenzar se obvia el asedio de La Rochelle, es de suponer por motivos económicos y de infraestructura. El movimiento de masas militares debía resultar excesivamente gravoso para la producción. En la novela, la reina Ana de Austria está enamorada del Duque de Buckingham y se pasa el día intrigando. Pero eso no es todo. La virginal Constance de la serie de TVE, en la novela está casada ¿censura moral?, lo cual dificultaría los deseos de D´artagnan. Buckingham no es ningún modelo de estadista, ya que bebe los vientos por Ana (Mónica Randall), lo cual es comprensible, y no le importaría arruinar a su reino. Aramis es candidato a la vida religiosa, pero entre col y col, lechuga, entretiene sus ocios con el sexo femenino, para que le quiten lo bailado. Por si fuera poco, el mosquetero Porthos comete adulterio con la esposa de un procurador, a la que extorsiona pecuniariamente.
Estas joyas se ven rematadas con el sufridor Athos, que mandó ahorcar a su mujer (Milady de Winter) tras descubrir la “infame” marca de la flor de lis en su hombro. A la larga Milady no es más que una superviviente. Una víctima, que no miente cuando dice en el juicio a que es sometida por los protagonistas, que la marca no le fue hecha en un tribunal. Es el verdugo de Lille, quien la marcó por engañar y seducir a su hermano (sacerdote) para que robara, quien sin mediación judicial la señala con el signo de la infamia. Los cuatro amigos son pendencieros, golpean a los criados si surge el tema de la paga, son borrachos empedernidos, bravucones y machistas. Para rematar la faena, liquidan a Milady, tras un simulacro de juicio, sin ninguna prerrogativa legal. En la serie también se obvia el modo en que Milady persuade a Felton, el vigilante encargado de su custodia, de que le ayude a escapar. Todo sucede demasiado rápidamente. Los motivos religiosos, y la supuesta conversión de la protagonista que engaña al carcelero, no se tienen en cuenta.
Con todo; y para no hacer mas herida a los nostálgicos; en el recuerdo quedará la atrevida interpretación de Sancho Gracia que convence con un gascón de simpática bravuconería, muy acorde con su posterior estilo interpretativo. Sus referentes cinematográficos eran el acrobático Douglas Fairbaks y el anodino D´Artagnan de Gene Kelly. Sancho Gracia imprimió su sello con valentía, rodeado de la flor y nata (y de la flor de lis) de los actores de aquellas crónicas. En las retinas de los espectadores quedaran impregnadas escenas como la de D´artagnan descubriendo la marca en el hombro de Elisa Ramírez, el innoble envenenamiento de Constance (que conmocionó al sector masculino) o la agónica marcha de Milady, arrastrada por el verdugo hacia un destino que no deseábamos conocer.
Efectos especiales, gimnásticos lances, diálogos punzantes, amores prohibidos y; sobre todo; un montaje dinámico que depositaba en el espectador, el anhelo del siguiente capítulo. Eran otros tiempos, cuando la televisión no ofertaba un catálogo de frikis desnortados como sobremesa, o personajes patéticos no nos amargaban el almuerzo con sus banalidades. Entonces, aunque sólo fuera de leer los títulos de crédito, el espectador era capaz de relacionar el nombre del autor con la obra. Los grandes hitos de la literatura entraban en los hogares, al igual que ahora entra la basura y la hediondez. Eran otros tiempos. Todos para uno y uno para todos. Así sea.