«El maestro», de Farah Nabulsi

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Lo que está ocurriendo en Gaza y vemos en tiempo real, la destrucción total de un territorio y sus gentes, opaca lo que lleva años haciendo Israel en la Cisjordania ocupada: hacer la vida imposible a los palestinos por todos los medios, derruir sus viviendas, quemar sus cultivos, cortarles el acceso al agua, matarlos cuando lo estimen necesario. Los colonos, apoyados por las FDI, son la otra punta de lanza del expansionismo sionista que ha convertido la Palestina histórica en un queso gruyere con sus asentamientos ilegales.

La directora británica palestina Farah Nabulsi (Londres, 1978) presenta a la muestra de cine Atlántida de Palma de Mallorca, tras pasarlo por el Festival de cine de Toronto, su primer largometraje El maestro basado en hechos reales. Basen El-Saleh (Saleh Bakri, el actor palestino-israelí protagonista de esa maravilla llamada El caftán azul), un maestro de la Palestina ocupada, traumatizado por la muerte de su hijo en una cárcel de Israel, tiene que conjugar su labor de educar a los chicos de la escuela en donde ejerce enseñándoles inglés y el activismo político cuando sus compañeros de lucha le piden que esconda en su casa al soldado israelí secuestrado (en realidad estamos hablando de Guilad Shalit que fue retenido por Hamás en 2011 y permaneció en su poder durante cinco años) por cuya liberación se va a pedir la excarcelación de mil palestinos. Paralelamente tiene que frenar la sed de venganza de su alumno Adam (Muhammad Abed Elrahman) que ha visto como un colono ha asesinado a su hermano Yacoub (Mahmoud Bakri) y tener una relación sentimental con Lisa (Imogen Poots), una cooperante internacional.

Son más potentes las buenas intenciones de la película que los resultados a causa de un guion errático que se ramifica en una serie de subtramas. La historia de los padres norteamericanos del soldado de Israel secuestrado, Simon Cohen (el actor irlandés Stanley Towsend) y su mujer Rachel (Andrea Irvine) está introducida con calzador. La historia de amor del maestro con Lisa (Imogen Poots), la cooperante británica que no se sabe bien qué hace en Cisjordania, no acaba de cuajar. Cuando más efectiva es Farah Nabulsi es cuando narra la humillación sistemática a que es sometido su pueblo (el bulldozer que arrasa la vivienda de Yacoub y Adam; los colonos que actúan con total impunidad asesinando palestinos e incendiando sus olivos) y ese aire de thriller que adquiere la película cuando Basen El-Saleh descubre al espectador esa otra faceta que tiene como luchador de la causa palestina al convertirse en carcelero del soldado secuestrado (pero en ningún momento vemos que interrelacione con él, una ocasión desaprovechada por la directora para contrarrestar puntos de vista). Por contra, lo vemos empático cuando en la escuela en la que ejerce como docente habla con Simon Cohen, el padre del soldado israelí que sospecha que está involucrado en el secuestro, y le tranquiliza afirmando que pronto verá a su hijo. En donde acierta plenamente Farah Nabulsi es cuando describe el estrecho vínculo que une profesor y alumno, paterno filial por el hijo que perdió el primero, y que Basen El-Saleh lleva hasta las últimas consecuencias para salvar a Adam cuando toma la decisión de vengar a su hermano asesinado. Adam, en una de las secuencias finales, sacando con nota alta su graduación es el mejor triunfo de Basen El-Saleh.

El maestro es un film militante y necesario, que va de lo personal a lo universal cuando Farah Nabulsi cuenta lo que le ocurre a su pueblo a través de la historia de ese docente íntegro al que ese gran actor que es Saleh Bakri encarna con convicción, le presta humanidad y nobleza, pero comparado con lo que sucede en la actualidad en Gaza, y en la propia Cisjordania, el film de la directora palestina es demasiado light.