«Pájaros en la boca», de Samanta Schweblin
CARLOS MANZANO
La realidad como plano multidimensional donde cohabitan simples representaciones textuales de los hechos con confusas percepciones psíquico-sensoriales que ahondan en los límites de la comprensión humana (que es lo mismo que decir en la construcción de esa misma realidad): ahí podríamos situar una de las bases del género fantástico. La literatura, o el arte en general, siempre se ha movido extraordinariamente bien en esos parámetros; no creo necesario enumerar las diferentes corrientes artísticas que desde mediados del siglo XIX han ensanchado lo que entendemos por representación de la vida. Quizá lo que no sea tan habitual es que todo ello alcance a poseer verdadero sentido, que vaya más allá de la simple ocurrencia y transporte al lector hasta una nueva comprensión de lo que le rodea (lo que equivale a decir de sí mismo), hasta un punto donde las posibilidades interpretativas tengan mucho más peso que la mera línea argumental que sostiene las historias. Y eso es precisamente lo que consigue la escritora argentina Samanta Schweblin con su exquisito libro de relatos Pájaros en la boca, publicado en 2017 por Random House y reeditado en 2025 por Seix Barral, y lo que hace de su lectura una experiencia sorprendente y adictiva, un juego de dimensiones imprecisas capaz de provocar en quien accede a él una compleja mezcla de fascinación, extrañeza y estupor.
Son veintidós los relatos que componen Pájaros en la boca, cuya primera y más obvia característica es su elegancia estilística: dicho de otra forma, todos están magníficamente bien escritos. Son textos de corte fantástico: lo anómalo, junto con cierta mirada malsana y una innegable propensión a lo macabro, destacan como nota predominante. Al mismo tiempo, cada uno de los personajes que pululan por sus páginas surge dotado de una humanidad que ayuda a sentirlos próximos, a reconocerlos como iguales, seres indefensos ante un entorno tan poderoso que anula su limitada capacidad de respuesta. Los relatos de Schweblin cuestionan a la vez que revelan y diversifican el concepto de lo que somos, diría que funcionan como pequeños espejos de feria que, dependiendo de cómo nos situemos ante ellos, nos hacen adquirir un aspecto u otro. De esa manera, lo insólito surge como representación y medida de lo cotidiano.
Quizá, si me fuerzo a destacar algunos de ellos, tarea más compleja de lo que parece, escogería «Pájaros en la boca», donde la autora juega con la estupefacción de unos padres incapaces de asimilar los extraños hábitos alimenticios de su hija; «La furia de las pestes», o la inmersión en una realidad cuyas transformaciones se perciben como amenaza, como peligro; «La medida de las cosas», que plantea la regresión a la infancia de un hombre de éxito abrumado por las renuncias y las dejaciones; «Mariposas», un relato de tono poético que aúna lo maravilloso con lo aterrador; «Matar un perro», o las derivaciones inesperadas de un rito de paso sanguinario; «Mujeres desesperadas», que también podría leerse ―prerrogativa del lector― como un anticipo de la reacción machista del sector masculino más recalcitrante ante las reivindicaciones feministas actuales; o «La pesada valija de Benavides», quizá el relato donde el extrañamientodel personaje protagonista, abrumado por un entorno que no comprende, resulta más palpable.
Tras este libro, ampliación del publicado en 2008 con idéntico título, Samanta Schweblin se ha consolidado como una narradora brillante y uno de los referentes de la literatura latinoamericana actual. Por lo que a mí respecta, me hago el humilde propósito de indagar más en su literatura, sorprendido y admirado a partes iguales por su extraordinaria habilidad para construir historias tan sorprendentes y polisémicas que difícilmente cabe imaginar una intromisión más certera y trascendente en la realidad, o en lo que puede abarcar dicho término entendido en su sentido más amplio y comprensivo, es decir: todo lo que cabe en la mente humana.
