«Pequeñas historias de grandes momentos», de Marisa Pinta

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Amenos, exquisitos y ligeros estos momentos estelares de la humanidad, con permiso de Stefan Zweig, contenidos en Pequeñas historias de grandes momentos (Bohodón Ediciones, 2024), contados desde lo anecdótico, desde el punto de vista de esos testigos que no figurarán en los libros de historia: la gente corriente. Marisa Pinta, escritora, guionista y biógrafa madrileña diplomada en guion serial por la escuela Guionarte, no es una recién llegada a las lides narrativas: En la oscuridad, Juegos de poder, Juegos de poder olvidados, Detrás de la verdad, Marlene, el libro infantil Cómo ser un superhéroe y Del amor del patrimonio, más su participación en el libro colectivo El origen del mundo, la acreditan como narradora experta.

En ese repaso a esos momentos que se nos quedaron grabados en la retina, Marisa Pinta nos embarca en el Titanic (Viaje a ninguna parte) —En el silencio de la noche se podía escuchar el sonido de la orquesta que, desde la cubierta y con una serenidad digna de admiración, puso sus últimas notas sobre el mar mientras el barco se hundía—; nos lleva al horror del Holocausto (El trabajo os hará libres)—Me dirigí a la puerta principal, abrí una rendija de la gran puerta y, justo cuando estaba llegando, un disparo en la cabeza derribó su pequeño cuerpo, quedando tirada en el suelo . Ahogué un grito que deseaba salir de mi garganta. —; a ser testigos de la llegada del hombre a la Luna (Huellas en la luna) —Desde primera hora del día, no dejaba de mirar al cielo con insistencia; la ingenuidad le hacía pensar que si prestaba mucha atención sería capaz de ver a los tres astronautas que estaban a 384000 kilómetros de la tierra—; La llegada del seiscientosNo sabría describir la ilusión que mi padre tenía por comprarse un coche. Su mayor anhelo era tener un seiscientos; se emocionaba al imaginar la posibilidad de pasearse en su coche por el barrio. —; la migración a la gran ciudad (Mi barrio de aluvión) —No llegaba a comprender con mi corta edad por qué mi padre lo había sacado del pueblo para mirarnos en un sitio feísimo y pequeño. —; la primera vez que se ve el mar (Vacaciones de verano) —Aquellas iban a ser unas vacaciones muy especiales, por fin íbamos a conocer el mar. Lo había soñado miles de veces, pero cuando estuvimos frente a él, nada de cuanto imaginé le hacía justicia. —; la España del franquismo (Años de moral estricto) —Habíamos asumido que nuestro deber es estar siempre bajo la tutela del hombre, del padre si eras soltera, y de tu marido cuando te casabas. No podíamos fumar ni tener una cuenta corriente sin el permiso del marido. —; la muerte del dictador (La noche de los pingüinos) —…cuando Franco muriera pondrían en la televisión un documental de pingüinos. —; las primeras elecciones (Clotilde, la gallina para el presidente) —Durante largas horas, Clotilde, con su atenta mirada, fue la anfitriona de la fiesta electoral dando la bienvenida y diciendo adiós a cada vecino del pueblo que se acercaba a votar—; el 23 F (¡Se sienten, coño!) —El corazón de Encarni se detuvo por un momento cuando las cámaras enfocaron a los rebeldes, le pareció reconocer la figura de su hijo.; el envenenamiento por el aceite de colza (La muerte se vendió a granel) —Nada de lo que puedan decir ahora nos ayudará; los consumidores no quieren ni oír hablar del aceite de oliva. —; la caída del muro de Berlín (Manuel no es albañil) —Tenía que ser algo muy importante para que el jefe de mi hermano nos despertara a toda la familia dándonos un buen susto, sobre todo a mi madre, porque se había caído un muro en Berlín.  Y yo pensé que para qué quería que mi hermano volara tan lejos ¡si era periodista, no albañil!—; la eclosión de la heroína (Heroínas) —Fue entonces cuando pude ver cada mentira en las cicatrices de los pinchazos de sus manos y sus tobillos / Y en aquel poblado la droga fluía como un río envenenado—; el asesinato de Miguel Ángel Blanco (Crónica de una muerte anunciada) —ETA había secuestrado un joven de veintinueve años concejal de Ermua coma para utilizarlo como moneda de cambio.—; el 11 M (El tren de la muerte) —La imagen era dantesca. Los escombros nos rodeaban por todos los lados. Personas malheridas y atrapadas sin poder salir de aquel vagón, con el miedo a que una nueva explosión nos azotara de nuevo. —; el tsunami (Big buddha) —Cuando miramos hacia la costa vimos una ola de grandes dimensiones avanzando hacia nosotras. —; el Covid (Un canto a la resistencia) —Estábamos todos en la puerta de urgencias, mirábamos desde el hospital a los edificios que nos rodeaban, llenos de personas anónimas asomadas en sus balcones y ventanas. —; el futuro (El primero me dio like): ¿Me estaba enamorando de una persona que no conocía físicamente y de quien no sabía nada en la vida real?

Pequeñas historias de grandes momentos, título exacto, es un libro tan breve como exquisito con retazos de ternura, otros de humor,  y una mirada muy humana y personal de Marisa Pinta sobre esos grandes acontecimientos que cambiaron la historia de la humanidad.