LOS MUEBLES DE LAS HERMANAS GILDA

Por Joaquín Castro. Juez sustituto.

Las Hermanas Gilda es el título de una serie de historietas protagonizada por dos hermanas solteras, llamadas Leovigilda y Hermenegilda, y que viven juntas. Los nombres de la serie y de sus protagonistas remiten a la película “Gilda”, (Charles Vidor, Columbia Pictures, 1946) estrenada tres años antes del nacimiento de estos personajes. Es una de las obras más célebres de su autor, Manuel Vázquez Gallego (Madrid, 1930 – Barcelona, 1995), una leyenda de la historieta española.

Hermenegilda y Leovigilda son opuestas entre sí, como demuestra su propio aspecto: Herme es morena, gorda, con el pelo recogido en un característico moño; Leo es alta y delgada, y rubia. Ambas son poco agraciadas.

Hermenegilda es inocente y tontorrona, y persigue incansablemente un marido, mientras que Leovigilda, más madura, escéptica y con un carácter agrio, intenta frustrar siempre a su hermana pequeña.

Ambas comparten domicilio, un pisito en la calle del Rollo, de una ciudad no identificada, que aparece profusamente recogido en las historietas de estas hermanas; es, de hecho, uno de los principales escenarios de la historia (el otro es, sorprendentemente, el campo, al que Herme acude en prácticamente en todas las historietas).

Los dibujos de Vázquez son extraordinariamente dinámicos, y al tiempo mantienen un acabado cercano a la dejadez, lo que puede entenderse como signo externo del carácter del creador: hábil y competente en el trazo, vago y perezoso en la ejecución; eso, al menos al inicio, pues Vázquez, como tantos dibujantes de la editorial Bruguera, cedió la titularidad de la autoría de sus personajes a la editorial, de tal suerte que era la propia editorial quien redactaba los guiones y encargaba el dibujo a otros dibujantes de su plantilla; entre ellos se encontraba Francisco Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón, que siempre ha reconocido abiertamente haber dibujado páginas y páginas de las Hermanas Gilda. (Sobre el método de trabajo en Bruguera, vid. Paco Roca, “El otoño del dibujante”, Ed. Astiberri, 2010, precioso libro que recoge e ilustra el –llamémoslo así- intento de secesión de parte de la plantilla de Bruguera al fundar la revista Tiovivo).

Dicha pérdida del trazo original del autor-creador, con el tiempo, devino en una estilización del dibujo de los personajes y de los fondos, cada vez más detallados y mejor iluminados, pasando de simples dibujos a dos tintas a una detallada gama de colores, como se puede ver en la ilustración que abre este artículo. Y esa mejora en el detalle devino en una perceptible mejora para las Hermanas Gilda: cada día tenían la casa más mona. A un dibujo decididamente cada vez más elegante le acompañó a la par una mejora en el pisito.

Y esto es lo bueno: el resto de elementos de la historieta (el campo, la calle, los vehículos, las personas…) mantuvieron una homogeneidad a lo largo de los años que no se dio en los muebles: los muebles de la casa de las Hermanas Gilda resultaban cada vez más bonitos, hasta vanguardistas. Basta con echar un vistazo al dibujo que abre este artículo con las tres fotos de muebles y elementos de decoración que están insertadas a lo largo de él. Las fotos son reproducción de imágenes insertadas en páginas web de empresas de decoración españolas, son muebles y lámparas a la venta hoy mismo. Y son iguales a los que dibujaba Vázquez para sus hermanas.

En el mundo del cómic existe un mundo paralelo de memorabilia, y es un mercado tan grande o quizá más que el propio del cómic: en todos los rincones del mundo se puede encontrar uno con camisetas con rostros de los superhéroes, estatuillas que los reproducen a diferentes escalas, disfraces (bueno, como dicen en la serie de “The Big Bang Theory”, no son disfraces, son uniformes), gadgets de todo tipo (desde la lámpara de Green Lantern al sombrero de Dick Tracy), y los más variados juguetes; uno podría vivir en una habitación que fuera una reproducción de un tebeo con simplemente una buena conexión a internet y una tarjeta de crédito bien afilada.

Y luego están las Hermanas Gilda, el perfecto reverso de ese mundo, porque es la realidad quien reproduce a la historieta, y no al revés: las tiendas de decoración venden muebles que ya fueron ideados y dibujados hace décadas, pero no como chatarra promocional de la historieta, sino como muebles de verdad, muebles que consideran bonitos y de buen gusto, y que merecen un lugar destacado en sus catálogos. La realidad quiere ser como el apartamento de Herme y Leo, y ya está de hecho en venta. En concreto, el sillón azul se encuentra a la venta por 770 euros, IVA incluido;  la lámpara, 149 euros, IVA incluido; no consta el precio del chiffonnier.

Y todo ello, al menos mientras el dibujo estuvo bajo su autoría directa, nacido de la imaginación de Vázquez. Se cuenta que Vázquez era un auténtico caradura. Maestro en el arte de dejar a deber, vividor sin límites, mentiroso compulsivo, y dotado especialmente para saltarse cualquier tipo de convención social. Las anécdotas (ciertas o falsas) sobre su vida son un calco exacto de las peripecias que sus personajes vivían en las páginas de papel, tanto en las dibujadas por él mismo –Los cuentos de tío Vázquez-, como por Francisco Ibáñez en 13, Rue del Percebe, donde burlaba sin descanso a los acreedores.

El propio autor lo aclaró en una entrevista concedida a Sol Alameda en El País Semanal en 1982: “La leyenda de Vázquez deudor se corrió tanto, creció de un modo tan brutal, que podía haberme sentido vilipendiado. En vez de eso, decidí sacarle dinero y crear al tío Vázquez. Lo malo es que lo que yo hubiera querido es ser un estafador inmenso, de gran escala, y no un pobre tío que huye de su sastre. El sueño de mi vida era ser el perfecto sinvergüenza.”

Manuel Vázquez, según dijo igualmente en dicha entrevista, reconoció haber entrado en la cárcel “tres veces, pero poco tiempo. El récord lo tengo en seis meses.” En la cárcel “cada uno se relacionaba con los de su élite, y claro, yo me relacionaba con los estafadores. Los había tremendos: de casas de discos, de urbanizaciones, algunos de grandes quiebras. Gente gorda. Allí tenían hasta chicas, no te digo más; menos salir a la calle, lo que quisieran. Vino, coñá, conversaciones mundanas y elegantes. Todos éramos unos señores.” Y, sin recato, también reconoció que “sí, tuve una casa de prostitución. Sí, en Madrid, en la calle de Ayala. Yo estaba de director en una casa de publicidad. La agencia de publicidad ha sido el único sitio donde me han llamado la atención por trabajar. Tuve que irme.” Cuesta entender la lógica profesional de quien establece como causa para terminar de proxeneta el haber trabajado en una agencia de publicidad, pero vaya: es el tipo que un día pidió un anticipo a su empresa, la editorial Bruguera, para los gastos de entierro de su padre, que aún tardó varios años en morir.

Murió a los 65 años víctima de una crisis diabética. Según se recoge en la película “El gran Vázquez” (Oscar Aibar, Tornasol Films y Distinto Films, 2010), unos días antes de morir, fingiendo un suicidio, consiguió de su último editor un adelanto a cuenta de sus ventas después de muerto. Algo que hasta el momento sólo han logrado el propio Vázquez y Fiodor Dostoievsky, éste no sé cómo. Con menos gracia, seguro.

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