MI LUGAR DE TRABAJO

Rafael Caunedo

Por Rafael Caunedo.

Llevo unos días cotilleando los lugares de trabajo de algunos escritores. Escriben en lugares aparentemente distintos, pero casi todos comparten las mismas cosas. Eso sí, los hay originales, como Joe Haldeman, del que no puedo opinar de su estancia ya que trabaja a oscuras, tan sólo alumbrado por la luz de dos velas, lo justo para poder ver la punta de la pluma con la que escribe.

Da la sensación, analizando el conjunto, de que los escritores somos unos maniáticos incorregibles, y que, además, salvo honrosas excepciones, casi todos pecamos de desordenados; aunque algunos prefiramos llamarlo «caos ordenado».

Mi mesa es sencilla, todo lo contrario de la de la mayoría de los consagrados. Debe ser que las ventas masivas les hacen apoyarse en mesas corpulentas, ciclópeas, generalmente de madera noble y con muchos cajones con llave. Mi mesa no tiene cajones, de modo que a mi izquierda hay un mueble auxiliar a ese efecto en el que guardo todo aquello que no me vale para nada. Para escribir este artículo, he revisado esos cajones y de pronto han aparecido dos billetes a Johanesburgo. Así que, echando cuentas, llevo dos años sin abrirlos. Podría ponerme en evidencia especificando todo lo que ahí guardo, pero no voy a ser yo quien me humille a mí mismo.

Encima de ése mueble tengo un equipo de música, con la peculiaridad de que sólo tiene dos emisoras memorizadas: Radio Clásica y Radio3. Muchos escritores también tienen equipos en sus despachos. Algunos no pueden escribir si no tienen música de fondo. Yo sólo la pongo si la pelea de mis hijas está siendo especialmente violenta.

En cuanto a la colocación de la mesa, he comprobado que casi todos prefieren tener espacio diáfano delante. Debo ser sincero y decir que empecé con la mesa debajo de la ventana, pero las pistas de tenis de enfrente eran una tentación demasiado fuerte. Así que me he castigado de cara a la pared, a la que puse rayas para evitar mirarla demasiado. Siempre me han mareado las rayas.

Suele haber una tetera cerca del ordenador, cosa que sorprendentemente he visto a mas de uno. La mía es de barro y dice que es inglesa.

Generalmente, los escritores se las apañan para trabajar en soledad. Sin embargo es curioso que la gran mayoría escriben junto a su mascota, con especial preponderancia del gato. Yo tengo una perrita, rubia, estilosa y con una caída de ojos que seduce a cualquiera.

Casi todos utilizan su lugar de trabajo como ‘receptáculo’ de recuerdos. Yo, para eso, empleo la cabeza. Suelo quedarme sólo con cosas pequeñas. Por ejemplo, me gusta esconder entradas de cine en los libros de mi biblioteca. Es una manía absurda, lo sé, pero prefiero eso a traerme un colmillo de elefante desde Uganda.

Como esta es una sección de decoración, debo confesar que después de ver los lugares de trabajo de escritores internacionales, me he dado cuenta de que no están sujetos a modas ni tendencias. Creo que los escritores van (o vamos) por libre, al menos en ese espacio privado en el que no nos gusta que nos toquen. Porque, eso sí, la mesa de trabajo es propiedad privada y ay de aquel que ose ordenarla.

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