…En tiempo de miseria (IV) – Las biografías imaginarias

Por Luis Martínez-Falero.

LuisMartinez-Falero

 

Existe un género literario que suele aparecer tratado de manera muy breve en los manuales de literatura o en las monografías de Teoría literaria y que, sin embargo, en España goza de un cultivo verdaderamente espectacular: las biografías imaginarias o ficticias. Existen diversas variedades, desde que inauguró el género La vida de Lazarillo de Tormes en los lejanos tiempos del siglo XVI. En la actualidad hallamos, por ejemplo, las presuntas autobiografías de famosos y famosas, aderezadas con episodios erótico-festivos de dudosa existencia en el mundo real, más allá de sus sueños en noches de soledad. O las biografías de dirigentes políticos, cuya finalidad es la formulación de excusas o el recurso a causas sobrenaturales para explicar el desastre en que desembocaron determinadas decisiones. Luego, podemos encontrar biografías inventadas en su totalidad o sólo en parte, y llevadas al mundo real, género cuyo máximo exponente quedó fijado por Luis Roldán y su doble o triple titulación universitaria. Aunque no es un caso único, sí es el más grave, ya que se olvidó comentar que, sobre todo, era experto en vaciar cajas fuertes: se considera que más de un millón de euros pasaron a sus cuentas de manera casi mágica, algo así como los ratones siguiendo al flautista de Hamelin. Pero existen otras personas que han seguido sus pasos, inventándose títulos (de los nobiliarios a los académicos) o viéndose en el aprieto de explicar por qué los fajos de billetes tienen propensión a seguir a determinadas personas hasta Suiza o las Bermudas. Ya sabemos cómo son los billetes: se van con cualquiera.

He conocido a tipos promocionados (¿por qué siempre en el terreno político?) por tener estudios en dos o tres ramas del saber, cuando en realidad se matricularon de primero en dos o tres carreras en años consecutivos y, tras los primeros exámenes, decidieron que aquello no era lo suyo. Desgraciadamente, las cafeterías de las facultades no expiden títulos, sino cafés con leche, bollería o algún plato combinado. O quienes se atribuyen maestros a los que no conocieron ni de lejos. Así, crecen las credenciales académicas como se multiplican los casos de cuentas donde milagrosamente aparecen varios cientos de miles de euros, y ya no vale la excusa de que a uno le ha tocado la lotería a diario. Y yo venga a poner velitas, y nada, que no entra ni un euro que no provenga de mi trabajo. No es la fe la que mueve montañas, sino la cara dura, según parece.

Ahora bien, hay otro tipo de biografía imaginaria, hecha a lo grande: la historia imaginaria o ficticia, como biografía de un pueblo, es decir, como crónica de la vida de una sociedad. Y aquí, sin duda, es más grave mentir, porque ante la mentira, repetida hasta ser una frase común, nos quedan pocas armas.

Si un historiador de dentro de varios siglos quisiera estudiar los comienzos del siglo XXI en España, llegaría a conclusiones muy desviadas de la realidad, al echar mano de la hemeroteca (en formato digital, supongo) y encontrarse con frases tan espectaculares como: “El aumento del número de alumnos por aula mejora la calidad de enseñanza”, “La sanidad depende sólo de decisiones políticas, no de los tribunales” (¿por muy injusta que sea la ley promulgada?), “No sé por qué me encausan por recibir dinero, si mis antecesores también lo recibieron”, “Se ven brotes verdes no muy lejos” (¿será un arrozal, un campo de alfalfa o simplemente moho en las cuentas públicas?) o, mi favorita, “La causa de la crisis es que los españoles hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Lo único cierto es que los españoles hemos vivido, así, sin más. Porque no conozco a nadie que se haya endeudado especulando con inmuebles, ni que tenga una colección de coches de alta gama en el garaje, ni siquiera que se haya comprado un mísero chalecito de seis millones de euros en Barcelona o que le haya surgido un Jaguar en el garaje, como brotan las setas en otoño. Y no es que yo no los conozca, es que tengo la seguridad de que la mayoría de los españoles tampoco, más allá de los titulares de prensa. Pero cunde la mentira y no es raro escuchar conversaciones donde, al hablar de la crisis, alguien dice con un suspiro: Es que como hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades… Y miras a la persona y compruebas que, si no hubiera ironía en sus palabras, sería interesante saber cómo ha vivido, con qué ha especulado o qué grandes inversiones ha realizado para arriesgar las cuentas de un banco o de los Presupuestos Generales, hasta ponernos en el abismo de unos recortes cargados, a su vez, de falacias y ficciones. Sencillamente, los españoles hemos vivido y nos gustaría seguir viviendo, no por encima de nuestras posibilidades, pero sí, al menos, con dignidad. Y ahí está el déficit de nuestros políticos: la ausencia de dignidad frente a la gente para la que –eso dicen– gobiernan. Eso sí: reconozcamos su capacidad para generar ficciones. Por ello no descarto que algún político, a base de juntar frases como las anteriores, acabe ganando el Premio Planeta y se lleve a Suiza los 601.000€ del premio. O que diga que le ha florecido ese dinero como un sauce llorón delante de su casa. Cospedal sería capaz de afirmarlo sin pestañear, estoy seguro.

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