¿Coeducas o segregas?

Por Francisco Traver Torrás

 

cole

 

El último fin de semana cayó en mis manos un artículo de una novelista llamada Marta Sanz que llamó mi atención pues abordaba uno de esos temas tabú en los que tanto me agrada escarbar.

Se trataba de un artículo sobre educación y más concretamente sobre la conveniencia o inconveniencia de que niños y niñas se eduquen juntos. Ni que decir tiene que la autora se posicionaba de entrada a favor de la coeducación, no faltaría más.

Y digo no faltaría más porque esa es la posición políticamente correcta, la que defienden la mayor parte de las mujeres (y muchos hombres que conozco). Es por así decir la posición mayoritaria. Pero lo cierto es que no hay ninguna prueba de que la coeducación tenga ventajas sobre la segregación educativa. Y si es mayoritaria es simplemente por aquiescencia sobre lo políticamente correcto.

Lo correcto es que niños y niñas vayan juntos al cole. Pero como a mí no me importa qué es lo correcto sino sólo la verdad decidí escarbar en mis notas tomadas meses antes para un artículo que nunca llegó a escribirse.

Lo que me llamó la atención del artículo de Marta Sanz fue una frase concreta, era esta: “La segregación perjudicaría a las mujeres”. Y me hizo gracia porque en cualquier caso el argumento no demuestra si la coeducación es buena, mala, neutral o perjudica a algún sexo. El “debiera ser así” no siempre coincide con el “es así”. Pero es precisamente su declaración de perjuicio relacionado con la segregación que arrancó una sonrisa en mi cara dominguera.

Lo cierto es que si la segregación perjudica a las mujeres es porque la coeducación las beneficia. ¿Y este beneficio perjudica a alguien?

Marta Sanz sabe que niños y niñas tienen distintos cerebros con distintos ritmos de maduración, admite que las niñas maduran antes y que son más dóciles, mas dotadas para el lenguaje y más sociables. Sabe que los niños son mas díscolos, más inmaduros, más torpes, más impulsivos que las niñas y que aprenden de forma diferente, pero…. Pero piensa que la coeducación es una ganancia social en sí misma. Es un dogma, algo que hay que defender porque sí, sin cuestionarlo, porque supuso un embrión de igualdad entre hombres y mujeres.

Lo cierto es que tampoco está demostrado que la coeducación favorezca la igualdad o que mejore las actitudes “machistas” de los niños varones. Tampoco parece que las agresiones domésticas o la violencia “machista” descienda en aquellos lugares donde este tipo de educación se ha consolidado.

Dicho de otro modo, la mayor parte de las personas que conozco estarían de acuerdo en que la coeducación es buena, sin cuestionar en ningún caso tal valoración. El único argumento que esgrimen cuando son preguntados acerca de esta cuestión, es el tema de la igualdad y lo mucho que se ha avanzado en este terreno.

Y la verdad sobre este asunto es que los colegios de niñas de antes eran bastante malos si los comparamos con los de los chicos, pero no sólo era la baja calidad lo que relucía sino el bajo nivel de exigencia. Recuerdo cuando yo era pequeño y adolescente que a los niños se nos exigía mucho mientras que a las niñas se las trataba como retrasadas con actitudes indulgentes, sobreprotectoras y paternalistas. Bastaba que se echaran a llorar para que los maestros se apiadaran de ellas y les perdonaran la vida mientras a nosotros nos zurraban (sí, me refiero a castigos físicos) o nos llevaban rectos como un hilo.

De manera que es verdad que las niñas han mejorado mucho pero no por la coeducación  sino por la mejoría del sistema educativo en sí mismo que es ciertamente igualitario en calidades y exigencias para niños y niñas. Para los que quieran saber más sobre el estado de la cuestión pueden consultar el informe PISA aquí en la wiki.

Lo cierto es que la coeducación ha beneficiado a las niñas pero hay datos para sospechar que puede haber perjudicado a los niños.

Para hacer boca puede el lector leer esta entrevista a María Calvo Charro que es una de las pocas personas que defienden el modelo segregacionista,aunque para ser más exactos lo que defiende es la libre elección de los padres. La idea fundamental es que:

 

1.- Con respecto al machismo:

Efectivamente; en los colegios mixtos, los estereotipos se refuerzan. El varón, más inmaduro que las niñas de su misma edad, vive como dominado por ellas, ya que le aventajan en destrezas verbales, maduración y responsabilidad. Esta diferencia es real y persistente en el tiempo. Ante esto, muchos niños reaccionan a la contra, con excesos de violencia y posicionan su rol a través de actitudes machistas. Los comportamientos estereotipados y discriminatorios están a la orden del día en las escuelas mixtas, dificultando la convivencia en el aula que se llena de tensiones y conflictos.

 

y 2.-Respecto al perjuicio de los varones:

El problema más llamativo y preocupante es la pérdida de identidad de los varones. Son los niños los que salen perdiendo porque en las aulas mixtas se impone el “ideal femenino”. Es decir, el profesor exige a los niños que sean igual de ordenados, puntuales, quietos, delicados y obedientes que las niñas. Y esto no sirve para los chicos porque tienen otra forma de aprender. Su mayor activismo resulta fatigoso para el profesor que, al compararlos con las niñas, tiende a castigarlos en mayor medida por comportarse “como chicos”. Esta situación ha llevado en algunos casos a un fenómeno curioso pero altamente preocupante: diagnosticar a muchos niños el trastorno de déficit de atención con hiperactividad, cuando en realidad su único problema es el de ser varones, activos, enérgicos, competitivos y muy movidos, en clases compartidas con niñas más pausadas, tranquilas y disciplinadas.

 

Pero sin duda el problema más importante al que se enfrenta nuestro sistema educativo es el fracaso escolar, así Raúl Ortega asegura que:

Hay unas causas estadísticamente constantes de fracaso, como todas aquellas taras orgánicas que obstaculizan seriamente el proceso de aprehensión, comprensión y retención de información (dislexia, hiperactividad, bajo C.I., etc.). Esto no nos interesa ahora, sino solamente aquello que se esconde detrás del aumento progresivo en las estadísticas del porcentaje de fracasados, incremento alarmante en los últimos años, que no se corresponde con ningún aumento en la prevalencia de disturbios orgánicos, y que en principio podemos introducir en el cajón de sastre que la psicopedagogía etiqueta como “causas emocionales”.

Dejando aparte cuestiones colaterales menores como la influencia que seguramente tienen en este asunto cambios decisivos en el entorno cognitivo del niño tales como la omnipresencia del ordenador, la internet y, en general, la supremacía actual de lo hipnótico audiovisual, y mayores como la disfuncionalidad y desestructuración cada vez más extendidas de la familia (que al final incluiré en el conjunto mayor que contiene, codo con codo, todas las causas de desazón y angustia del estudiante actual ante su incierto futuro), tengo que decir que hace varias décadas que el nivel al que llegaría este problema se podía predecir sólo atendiendo a la evolución que se ha ido dando en el seno del mismo sistema educativo, sin necesidad de salir fuera de la clase a buscar razones coadyuvantes. Me refiero a que la exigencia académica hace rato que no hace más que crecer y crecer. La competitividad estudiantil y laboral no ha hecho otra cosa que incrementarse exponencialmente. Para acceder al mismo nivel socioeconómico cada año hay que cumplimentar más requisitos y, encima, la seguridad laboral se ha debilitado tanto que las garantías de logro en este sentido han descendido dramáticamente, incluso cumplimentando estas desorbitadas cláusulas que siguen elevando su listón día a día. La escolarización comienza antes. El fin de la formación académica termina después. Hace mucho que la ecuación esfuerzo-recompensa da resultados negativos, y la cifra no hace otra cosa que descender. Todo esto conforma un panorama desesperanzador para el estudiante típico, aquel que va a clase sencilla y llanamente para ganarse la vida después integrado en sociedad como un ciudadano más, y nada más. El estudiante típico es aquella diligente y abnegada persona que con sudor y lágrimas se prepara para seguir sudando y llorando cuando acceda a un puesto laboral. Para estas personas, que el ganarse no más que el pan, el cobijo y una mínima integración en la tribu humana requiera cada vez esfuerzos más hercúleos y sobrehumanos no puede ser otra cosa que una absurdidad clavada como un trauma en mitad de la propaganda de la sociedad del bienestar, herida que va calando más a fondo de generación en generación. No es de extrañar que al estudiante que va a clase como inversión financiera le parezca cada año más ruinoso un negocio donde esa inversión cada vez es más grande y el resultado probable más mediocre. No me sorprende por lo tanto que el representante de este tipo más astuto y hábil prefiera invertir su tiempo y sus mañas cada vez más en derroteros oportunistas, a la caza de esos 15 minutos de fama y de los contactos dorados que le concedan una llave más cómoda de acceso al éxito. No se les puede culpar a las nuevas generaciones de invertir su esperanza en la cultura del “pelotazo”. Al menos en ésta aún pervive para ellos el “sueño americano”. En la alternativa, el cauce normal académico, lo que respira hoy es una “pesadilla occidental”. Por otro lado, para el estudiante atípico, el siempre rebelde vitalista que se toma en serio como valiosos en sí mismos los ideales del conocimiento y la vocación, este estado de cosas no puede ser algo distinto de una tomadura de pelo. Cada año más letra muerta, más potajes de información seca, más inflación de la función intelectual. Y de la vida, de la experimentación y la fenomenología, que es el fundamento de todo verdadero conocimiento ¿qué?

Toda actividad humana necesita estar animada con algún Mito del Sentido. Cuanto más costosa, esforzada, es, más clara, menos relativa y más profunda debe ser su significación. La psicología sabe bien cómo le destroza la mente a los soldados el embarcarse en batallas que no cuentan con una total credibilidad y buena prensa. Tenemos un ejemplo muy presente en Iraq, otro no muy lejano en Vietnam. No son la violencia y la barbarie las causas directas de la traumatización. El ser humano puede soportar mucho dolor y espanto sin quebrarse. Pero sólo si está profundamente convencido de que hace lo correcto.

Estudiar no es ir a la guerra. Pero es como cavar una trinchera a lo largo de muchos, muchísimos años. El enemigo: los exámenes. La victoria… ¿Instituir una familia fundamentada en la crisis de pareja? ¿Consumir desenfrenadamente productos globalizados? ¿No consumir desenfrenadamente en beneficio del enfriamiento global? ¿Convertir la crianza de hijos en una vocación? ¿Abortarlos para seguir la propia vocación? ¿Qué propia vocación? ¿Sufragarse la libertad de un par de horas de ocio a través de las ocho horas de esclavitud y alineamiento en el puesto laboral? ¿Venderle la vida a un banco? ¿Atiborrarse de medios y de información para estar cada día más desinformado? ¿Esperar unas décadas más a ver si la vida empieza de verdad en la jubilación, en la tercera edad? En definitiva: ¿Integrarse en una sociedad que pierde lustro tras lustro credibilidad y fuerza moral?

Trato de decir que el problema del fracaso escolar es un síntoma muy conspicuo del muy grave malestar en la cultura que todos, no sólo los púberes, sentimos hoy. No está fracasando el estudiante; el estudiante es una fuerza vital, es la Naturaleza que busca abrirse paso y expresión. Está fracasando el Sistema, que cada día destruye más el entorno natural, en lugar de someterse a él. Como bien dice María Calvo, las niñas suelen ser más obedientes que los niños. Son más adaptables, más condescendientes, más resignadas al entorno y sus normas. El varón suele ser más crítico, más rebelde, menos crédulo, y necesita para actuar ideales de más largo alcance y más abstractos que el concreto pragmatismo o la inmediata ganancia de la armonía relacional. Esta es la razón básica, que subyace a todas las demás, del por qué las chicas siguen funcionando mejor como engranajes de esta gigantesca maquinaria disfuncional.

Debía ser allá en mis tiempos de estudiante de primero, o quizás segundo de BUP, cuando me preguntaba a menudo por qué las chicas tenían tanta urgencia en integrarse a fondo en una sociedad de la que cualquier chico deseaba desde hacía algunas décadas desintegrarse.

 

Es interesante que Ortega cite de pasada el problema del TDAH (hiperactividad) en los chicos como uno de los problemas escolares más frecuentes como origen de disfunciones y yo me apresuraré a citar dos asuntos que conciernen más a las chicas. la anorexia mental y la hipersexualización en edades tempranas.

¿Tiene esto algo que ver con la coeducación?

Se sabrá, se sabrá.

 

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