…En tiempo de miseria (XV) – El texto del mundo

Por Luis Martínez-Falero
 

Luis Martínez-FaleroUno de los capítulos más interesantes del libro de Hans Blumenberg La legibilidad del mundo (1981) plantea la relación entre el libro (la palabra, el lenguaje) y la realidad, partiendo de la tesis de una progresiva sustitución de la experiencia humana por la construcción mediante el lenguaje de un simulacro del mundo real. Entrar en las consideraciones que nos llevan hacia la Fenomenología (Heidegger / Derrida, por ejemplo) o hacia la relación entre lenguaje y naturaleza (como lleva a cabo el propio Blumenberg) sería aguar la fiesta del 23 de abril, ahora que ya las lluvias han dejado paso al sol primaveral. Y no, no tengo la pretensión de convertir esta columna en un eficaz somnífero, al menos más allá de lo estrictamente necesario.

La cuestión que quiero tratar brevemente aquí, al hilo de Blumenberg, es si realmente existe esa oposición entre texto y experiencia.

Vivimos en el mundo de lo real, conocemos –con mayor o menor intensidad, con mayor o menor duración en el tiempo– el dolor o la felicidad, los encuentros y desencuentros o pérdidas que la vida nos depara. Planificamos, soñamos y actuamos sobre unos hechos que tienen unas consecuencias directas sobre nuestra vida y, en muchas ocasiones, sobre la de quienes nos rodean. También descubrimos ese mundo donde se desarrolla nuestra existencia, el acontecer de los hechos de la sociedad (que asimismo pueden influir en nosotros), participamos en ellos (como los seres sociales que somos) y, si nos impulsa un poco más allá la curiosidad, nos interesan –por ejemplo– los hallazgos de la ciencia o de los historiadores, porque todo ello nos muestra las coordenadas de nuestra naturaleza humana y de lo que nos rodea. Pero el libro, su lectura, también es una experiencia existencial, qué duda cabe.

No se trata de delegar la vida en unas palabras que, casi siempre, se muestran incapaces por sí mismas de manifestar lo que se pretende expresar con ellas, pues su tarea, como instrumento de la expresión humana, no es sino conducir a los demás hacia una evocación del mundo manifestado en el texto. A través de esa lectura del texto del otro, no sólo conocemos a ese otro, sino también nos conocemos nosotros mismos, descubrimos el latido de lo humano que resuena en el fondo de los sonidos de esas palabras. Por ello nos emocionamos, nos indignamos, reflexionamos con nuestras lecturas. Un libro que nos deje indiferentes es un mal libro, un mero objeto hecho de pasta de papel. Un  libro no leído (como dice Maurice Blanchot) es el vacío.

Por tanto, la escritura o la lectura son también una fuente de conocimiento, empezando por el conocimiento de uno mismo, máximo grado de conocimiento de acuerdo con los presocráticos (gnózi seautón / nosce te ipsum) y que, según cuentan, se encontraba como lema esencial en el pronaos del templo de Apolo en Delos. Vemos reflejado al ser humano en el espejo de los textos. O sabemos de nuestra capacidad de empatía. O deseamos que el texto no acabe, que no lleguemos a la última página y tengamos que cerrarlo, porque es como separarse de un ser querido, tal vez porque sepamos que los personajes o la trama se acabarán diluyendo en nuestra memoria como los rostros de quienes nos acompañaron hace mucho tiempo. Y ya son nuestros, forman parte de nosotros, de nuestra vida.

Es así como los mundos de ficción entran en nuestro mundo real y habitan en nosotros vidas y hechos que ya han sucedido, porque los hemos visto, los hemos recreado. Sí, es cierto, ha sido en nuestra imaginación, pero nos han dejado una huella idéntica a lo que hemos tenido ante nuestros sentidos, a lo que hemos vivido. No hemos delegado la vida en la ficción ni en un lenguaje ajeno, sino que la ficción nos ha dejado su huella y ha entrado a formar parte de nuestra vida. Como determinadas melodías, como determinados cuadros, como determinadas experiencias de nuestra vida cotidiana y real.

Así, disfrutamos a los clásicos, con su imaginario y su lenguaje tan lejano a nosotros, o a los contemporáneos, quienes poseen una percepción del mundo asimilable a la nuestra, en un mismo grado de deleite y seguimos los avatares de los personajes de una novela griega o de una obra de Shakespeare o de Cervantes con la misma intensidad con la que seguimos los de los personajes de Faulkner, Conrad, Saramago o Muñoz Molina, creando una red infinita de estéticas y formas, de géneros y estructuras, de personajes y tramas, de vidas paralelas surgidas de la ficción y que son ya una realidad. Porque todos ellos nos hablan, en el fondo, de nosotros. Vivimos sus vidas un breve periodo de tiempo para enriquecer la nuestra, para comprender mejor la nuestra, para sentirnos libres y también para poder mirar nuestra realidad más críticamente. Por eso siempre el libro está bajo sospecha y ha sido quemado, censurado o prohibido durante tantas etapas de la Historia. Pero el libro, como el Ave Fénix, resurge una y otra vez, y vuelven a nosotros las ideas que contiene y los mundos que dibuja y los sentimientos que lo nutren. Puede cambiar el formato (del papiro o la piel curtida al e-book), pero el libro siempre está ahí, acompañándonos pacientemente a lo largo de nuestra vida, como un fiel compañero que espera que nos dirijamos a él con el afecto de un amigo. Feliz Día del Libro.

 

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