Zombies en Melilla
Por Javier Vayá
Hace unos meses me encontraba en un bar cuando en la televisión emitieron esas imágenes con inmigrantes desesperados en masa tratando de saltar las vallas de Melilla. En una mesa cercana se encontraban un grupo de chicos y chicas bastante jóvenes y de poligonero aspecto y al ver las imágenes una chica espetó entre la sorpresa y la diversión que aquello parecía una escena de la película Guerra mundial Z. El resto de compañeros de mesa celebraron la ocurrencia entre risas y bromas sin mostrar ni un ápice de compasión o preocupación por lo que mostraba la pantalla, hecho que me indignó bastante.
Un poco más tarde contemplando las cuchillas asesinas que el gobierno ha decidido colocar en la lúgubre valla, las ahora famosas concertinas, se me antoja que quizá aquella comparación de la chica con la película de Zombies no estuviera tan mal tirada. Al fin y al cabo a esa masa de hombres y mujeres desesperados los mueve también un hambre atroz y devoradora y nosotros, los de esta parte del mundo civilizado, los tratamos como auténticos infectados a los que hay que mantener a raya y lejos de nuestros hermosos y sanos hijos sea como sea.
Quizá el ministro de interior, el señor Jorge Fernández Díaz, en un alarde de su particular caridad cristiana se sintió como el mismísimo Brad Pitt protegiendo a este decente primer mundo de las hordas de seres oscuros que por lo visto no tienen otra cosa mejor que hacer que jugarse la vida y desgarrarse mucho más que el alma para venir a profanar la paz y el bienestar de nuestro privilegiado territorio. Seguramente este señor y sus consejeros, apoyados por el transparente y bondadoso Mariano Rajoy decidieron que volver a colocar los alambres con cuchillas que ya se vio obligado a retirar el gobierno de Zapatero era el acto más humanitario y la mejor solución para preservar nuestra bendita seguridad.
También debían creer en muertos vivientes o al menos en que después de muerto a uno le importan mucho cosas como los papeles, los brillantes dirigentes italianos que con total hipocresía y desvergüenza otorgaron la nacionalidad de su país a los muertos en la tragedia de Lampedusa pero no a los supervivientes a los que después de encerrar en uno de esos miserables centros volvieron a despachar a sus países de origen, sabiendo que en poco tiempo volverían a intentarlo. Un extraño concepto este de premio por morir y castigo por vivir.
Así nos comportamos en la maravillosa y humanitaria Europa, barriendo lo que molesta, lo que muchos consideran basura, debajo de la alfombra o echándoselo al vecino de al lado con la absurda esperanza de que el viento no nos devuelva lo barrido al menos durante un tiempo. Obviando de cara a la galería que somos nosotros los que generamos estas situaciones para poder mantener este modo de vida que ahora nos afanamos en defender de manera esquizofrénica.
A estos señores poco les importa saber a ciencia cierta que dichas cuchillas no van a servir en ningún caso para disuadir a gente que huye del hambre, la miseria, las guerras o las persecuciones étnicas y políticas, de hecho lo saben y la colocación de las concertinas no es más que un castigo, un impuesto sádico que impone nuestro occidental y decente sistema a estas personas que ellos consideran salvajes en un ejercicio sin precedentes de hipocresía.
Tal vez los verdaderos Zombies, desprovistos de cerebro y corazón sean ellos, monstruos hambrientos de dinero y poder, capaces del acto más atroz y cruel con quienes ellos han decidido que no son sus semejantes, creadores de muros, vallas y fronteras de ignominia que dividen y deciden la suerte que vas a correr en dependencia del lado en el que hayas tenido la suerte o la desgracia de nacer.
O quizá los Zombies seamos nosotros, alienados, indiferentes a lo que sucede o incluso cómplices desde el típico comentario también de bar que asegura que la gente se juega su vida y la de sus hijos por el capricho de venir aquí a quitarnos el trabajo. No nos damos cuenta, es más fácil y tranquilizador, que los que nos quitan el trabajo son los mismos que ponen cuchillas en las vallas para preservar el tan falso y cacareado estado de bienestar, los mismos que han montado un sistema y un mundo tan podrido en el que unos pocos se benefician de otros muchos.
Parece que la salvaje crisis que estos pocos han inventado no nos ha servido todavía para mostrar empatía alguna por quienes viven en una crisis eterna y mucho más terrible. A lo peor solo caemos en la cuenta cuando a los próximos que no dejen entrar a algún país a buscar el futuro que se les niega en el nuestro sea a nuestros hijos y solo entonces decidamos que es hora que los que salten vallas en sentido contrario sean los que esgrimen cuchillas contra la esperanza humana.
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