En el País de las gaviotas azuladas

Por: Héctor Anaya

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Érase una vez, en un reino no tan lejano, que luego pasó a denominarse País, hasta que ciertos seres lo quisieron prohibir y pasó a ser comunidad; donde habitaban unos ciudadanos que un día permitieron entrar a una bandada de gaviotas, bajo las cuales se ocultaban buitres y todo tipo de aves carroñeras que tenían la intención de ir devorando poco a poco a quienes les daban el poder.

Una de las gaviotas más grandes de todas, que siempre estaba de risas con otra a la que le regalaban muchos trajes, protagonizó muchos espectáculos bochornosos como el ser grabada borracha. Pero la ciudadanía seguía creyendo en ella.

Esta fe ciega en las gaviotas podía deberse a la ostentación de todo tipo que se dedicaban a hacer. Grandes edificaciones construyeron, como era la moda en la corte. Un aeropuerto desierto, donde los aviones estaban dotados de la invisibilidad; un Palacio de la música y una Ciudad de las Artes y las Ciencias hechos de materiales más caros que el oro y cuya utilidad y rentabilidad a día de hoy aún no han sido muy aclaradas; un gran circuito de Fórmula 1 que luego llevó a que una televisión pública debiera de endeudarse más aún firmando un contrato para la retransmisión de las carreras, etc., etc., etc.

Además, estas gaviotas bastante cínicas y torpes aunque con cierta idea, decidieron manipular la información que llegaba al pueblo, para que este continuara creyendo en la bondad de las gaviotas, ¡oh bellas aves que sobrevuelan los océanos!

Esta manipulación y sometimiento de los encargados de informar, llegó a tal extremo que cuando un trágico accidente de metro acabo con la vida de 43 personas y provocó 47 heridos, intentaron ocultarlo, sin llegar a pensar que había otros mensajeros a los que no podrían silenciar y que la verdad les dejaría en ridículo, como ya iba siendo lo habitual. Pese a ello, intentaron manipular, ya que Su Santidad iba a llegar al pueblo y no podían quedar mal.

Tras otros muchos espectáculos patéticos y que les fueron ridiculizando cada vez más, llegó uno de los que más revuelo causó. Cuando las gaviotas, que disfrazaban a buitres, se cansaron de jugar con su juguetito informativo, y viendo que tenían grandes deudas gracias al gasto en aeropuertos y otras cosas ya dichas; decidieron acabar con la televisión autonómica que todos habían pagado y que les garantizaba un derecho fundamental: el de la información.

Ahora, solo queda esperar y ver qué hace el pueblo y cómo acaba este cuento que cada vez está siendo más de terror. Por mi parte, solo me pregunto, recordando la canción de Duncan Dhu: ¿Cien gaviotas dónde irán?

 

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