Se fue como una exhalación, Antonio García, con quien tantas cosas ambicioné

Por José Antonio Ricondo

 

tioderafaPoeta por afición, por vital necesidad, a Antonio no le era difícil marcarse con unos versos en el trabajo, en el campo, con sus amigos o en un mitin. Nos congratulábamos con él, cómo los expresaba y por el alma que ponía. A veces, se paraba unos segundos buscando y adivinando el enlace entre lo que quería decir y la rima. El resultado era bello.

Después de treinta años ejerciendo de cántabro, en el 87 vuelve a Córdoba para siempre, aunque volvería de visita de médico a Santander alguna vez, para ver a sus tres hijos mayores. Cuando ya preparaba esa marcha definitiva, los de aquí sabíamos que ya no regresaría más para vivir en Cantabria, con los amigos que dejaba, con las montañas y naturaleza que tanto hicieron de musas para su corazón.

Le conocimos hace cuarenta años. Mi chica, que ahora es mi mujer, trabajaba de enfermera en el botiquín de Corcho, una fábrica de cocinas de alrededor de mil trabajadores. El trabajo en cadena era casi nuevo en estos lares. Así que solían acudir para curarse sus dolencias físicas y psicológicas a veces regueros de operarios; en muchos casos, por la novedad de ver en la fábrica una mujer y joven. El médico le había prevenido a ella que tanto trasiego no era normal, y que apuntase a los que acudían al botiquín. Y le llegó el turno a Antonio, mosqueándose la enfermera -llevaba una mañana muy agitada con tanto enfermo-:

-Hola, señorita, vengo porque me encuentro muy cansado. A ver si puede mirarme la tensión.

No se encontraba nada bien.

-La tiene usted muy baja. Tiene que venir cuando vuelva el médico, para que le mire con más detenimiento.

Y se quejó de su trabajo de muchas horas en un rincón, con una máquina que disparaba las piezas a una

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Conversando con Antonio -izquierda-, mi padre putativo.

 velocidad y fuerza letales, y solo, lejos de los demás obreros, castigado después de la huelga de Standard en Maliaño y posterior encarcelamiento-. Se quejó de la forma en cómo debía sacar a una familia de cinco hijos para adelante, de que cuando salía de allí tenía que atender un pequeño número de ganado y su huerta [envidia de los circundantes; siempre he pensado que los andaluces tienen un mucho de árabes: conocen la tierra y saben cuidarla].

-A ver cuándo alguien puede arreglar esta situación…

Con cierta dureza, sin saber quién era el interlocutor, con ira y sabiendo que estaba diciendo algo inconveniente en el trabajo, ella protestó:

-Sí. Franco lo va a arreglar…

A él se le iluminó la cara y la miró sonriendo:

-¿Qué dice usted? Que no, ¿verdad?, ¿que Franco no lo va a arreglar…? Y yo, que el otro día, desde mi rincón oscuro donde trabajo con una máquina muy peligrosa, la vi pasar con su uniforme blanco, con los jefazos enseñándole a usted la fábrica, pensé que era una señorita distante, veo que usted es muy humana.

Pocos días más tarde, con las recetas del médico, se recuperó.

Todos los que vivimos con él en Cantabria y los que en Sevilla y en Córdoba siempre le tuvieron presente, a pesar de la ausencia suya de tres décadas, siempre le recordaremos por todas partes, sin duda, porque siempre aparecía y aparece en lo luminoso, en la sabiduría natural, en lo diáfano… Es para siempre el tributo de ternura, amistad y cariño que le debemos a este hombre peculiar por desinteresado y brillante que fue, y ahora descansa entre la avena y los girasoles de su tierra que rebosa arte. Antonio se adaptó como pudo por no ver la luz del sur siempre entrante por el techo, recta y derecha de Andalucía. Se acostumbró a la luz de prado verde, de mañana de rocío, a la luz no madrugadora de vacas ordeñando.

Nació en una familia hacendosa y obrera, cabal y extensa. En una familia, cuyo abuelo Alfonso le enseñó las más elementales normas de conducta en cualquier actividad, según su primo Alfonso Nieto Alcántara:

Hay que afrontar la vida con seriedad y responsabilidad y hay que ser responsable en el trabajo, con la familia y respetar a las demás personas[1].

 

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Portada del libro de Carmen Soledad García Gutiérrez, editado en septiembre de 2012Portada del libro de Carmen Soledad García Gutiérrez, editado en septiembre de 2012

 

Como tantos niños y jóvenes que sufrieron la resaca de la guerra que duraría cuatro décadas, Antonio, sin haber cumplido diez años deja la escuela y empieza a trabajar de cabrero:

Entre Córdoba y Sevilla

Entre Córdoba y Sevilla en medio de las campiñas,

con 9 años de dad, cuidaba yo unas cabrillas.

Allí me llevó mi padre, a un cortijo de los grandes, para que ganara el pan, si no quería pasar hambre.

El jornal que él ganaba era tan mísero y pobre,

que no podíamos comer, ni siquiera por las noches.

Éramos cinco hermanitos, de los cuales yo el mayor,

Cuando salí de mi casa mi madre fuerte lloró.

Mi padre me dejó allí, en medio de las campiñas,

Y se despidió de mí, con una amarga sonrisa.

Yo le seguí con la vista todo lo que me alcanzó,

Cuando vi que estaba solo, se me partía el corazón.

Entonces empecé a llorar y empecé a pedirle a Dios,

que me llevara a mi casa, que no podía resistir [aquella pena y dolor.

Pero Dios, sin escucharme, conmigo mal se portó

y allí me dejó solito, con mi pena y mi dolor.

Por eso hoy que he crecido y soy bastante mayor,

no creo en dioses ni en demonios ni en ninguna [religión.

Solo sé que hay hombres malos, que tienen mal [corazón,

y que explotan a los obreros sin caridad y sin razón.

Aunque yo no sé leer, porque soy analfabeto, pero sé lo suficiente y tengo buen sentimiento;

y no vamos a permitir que esto siga sucediendo.

Nos uniremos los obreros y campesinos del  mundo [entero,

para que todos los niños tengan sus buenos colegios,

y los padres ganen lo suficiente para poder [mantenerlos.

Esto hay que conseguirlo, obreros del mundo entero,

y, aunque reviente la tierra, lucharemos todos juntos

y acabarán los tiranos de “toíto” el mundo entero.

Antonio García Nieto

Acabando la adolescencia, conoce a María del Carmen Gutiérrez, una joven que será su amor y llevará para siempre su corazón en el suyo, tal fue su adoración por ella:

Andalucía

Aunque yo vivo en el Norte, yo solo vivo de día,

que de noche, cuando duermo, me traslado a [Andalucía.

En los sueños que yo tengo, yo veo los olivares,

el Guadalquivir, sus campiñas y también muchos [trigales.

Esa tierra tan bonita, con ese sol que la baña, si [estuviera repartida,

y todo el campo poblado, lleno de blancas casitas,

en el mundo no habría otra como ella de bonita.

Por eso sueño despierto con esa tierra tan grande,

ala que yo quiero tanto, la quiero como a mi madre.

Cuando yo en ella vivía, era muy rico y muy grande,

me bañaba en el Genil y olía los naranjales,

ese olor del azahar que no hay nada que lo iguale.

Y también tenía una novia con unos ojos muy [grandes,

ala que yo veía de noche, cuando se dormía su [madre,

que me esperaba en la reja, con un ramo de jazmines

y con un clavel muy grande.

Por eso, sueño despierto, y no pierdo la alegría,

que, aunque yo vivo en el Norte, yo solo vivo de día.

Que de noche, cuando duermo, me traslado a [Andalucía.

Antonio García Nieto

 

Carmen, maestra y su hija pequeña, salda la deuda que ella contrajo en cuanto a la lucha social sin ruido que llevó a cabo su padre en momentos difíciles con esta recopilación de poemas:

 

A mi padre

A su pasión por el canto de las tórtolas,

por ser el primer poeta que me recitaba y

cantaba.

A la deuda que tengo con él.

A su forma constante de cuidarme.

A su manera peculiar de amarme.

Hablándome siempre de la realidad.

A su compromiso serio con la vida, la suya y

la de los demás.

A ese amor por sus hijos, y el deseo incesante

de construir un mundo mejor para ellos.

Más sensato, más justo, más humano y

equilibrado.

A ese pasador del pelo que me regaló una

tarde al salir del médico.

A su gran lealtad con los amigos. A la

entrega insaciable de los más desprotegidos.

A su tiempo robado de pérdida de libertad.

Gracias por engendrarme, por enseñarme.

Hoy, ya una mujer, aún descanso en tu

regazo…

Mientras, me cantan las tórtolas al paso.

Carmen Soledad García Gutiérrez

El libro se lo dedica a sus hermanos:

A mis Cuatro Hermanos.

Por la unión que aún mantenemos, y el amor que

nos profesamos.

Fruto de la permanente lucha de nuestro padre,

que mantuvo por su propia existencia y la de su

gente.

Porque los cinco sabemos que su gran compromiso

con la sociedad…

ha sido nuestra gran herencia.

Que la aprovechen, y nosotros también.

 


[1] Alfonso Nieto Alcántara prologa El canto de la tórtola, en donde hace una interesante biografía de su primo Antonio, no exenta de un inmenso cariño, un gran respeto y una explícita admiración por él.

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