M&M

 

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No siempre son dulces.

 

Por Lilián Pallares

 

Por más que intento respirar hondo y creer que nadie puede hacer explotar mis ovarios, si que hay un tipo de mujeres que me irrita y por más que intento comprenderlas me producen tanto malestar que quisiera ser todopoderosa para implantarles otro ADN y un par de cerebros.

Me refiero a ese tipo de mujeres que no sólo son abnegadas, temerosas de su propia compañía, talentosas sufridoras, kamikazes del “amor” dispuestas a inmolarse envueltas en los calzoncillos sucios de su amado que, por cierto, lavan para borrar cualquier indicio de desamor, sino que además son bien oscuras y retorcidas. Mujeres que se perfuman, visten con colores discretos y hablan en tonos bajos mascullando las palabras, mujeres que confunden el ser buenas y pudorosas con ser las tontas que aguantan lo indecible, porque gracias a ese gen materno con el que nacieron pueden hacer de su pareja el hijo deseado. Detrás de esa frágil apariencia de madre incondicional, se esconde una fémina controladora, celosa, posesiva, una demandante de afecto a cualquier precio.

¿Hay hombres que ansían la vuelta al seno materno?

La vida en pareja de estas mujeres es un torbellino de complejos freudianos, viven en una constante guerra de roles donde el hijo fornica con la madre sustituta mientras fantasea con la amante(s) como animal enfurecido. Sin embargo, estas mujeres se auto engañan y quieren hacerle creer al mundo que mantienen una feliz relación cuando en el fondo la vieja herida las desangra. Para quienes conocen su tragedia personal siempre serán las pobrecitas, y no exagero si les digo que encuentran cierto placer ante tal denominación.

 

sadmannequinFoto: Satish Krishnamurthy

 

Aunque parezcan las caperucitas del cuento, saben como jugar a su conveniencia con la norma y la represión. Si sus hijos-maridos se portan bien los premian, pero si desobedecen los castigan como buenas madres castradoras que son. Necesitan padecer el engaño y sembrar la culpa en el otro porque que sin esta clase de dramas no podrían seguir identificándose como tal, solo a través del sufrimiento existen. No obstante, suceda lo que suceda, ellas siempre serán las victimas con ese ligero atisbo de crueldad en sus ojos.

Con esto no quiero exonerar a los hijos-maridos de su responsabilidad, ya que como seres inmaduros necesitan una mujer de este estilo para volcar en ella toda su inseguridad, y la encuentran muy parecida a su progenitora, con alma de dictadora y apariencia de mártir. Esa mujer-garantía que se queda en casa esperándole para aliviarle los golpes causados en sus travesías mundanas, esa mujer-madre que no parará de llamarle por teléfono para saber si está con otras, si comió, si hizo los deberes, si hizo caca, si anda en malos pasos, si piensa en ella, si la quiere, en fin, la lista es larga y todo son pistas para pillar al culpable.  Los pobres también necesitan atención y hacen todo lo posible para obtenerla, sus tristes vidas se resumen en dos patrones: obediencia en casa y desobediencia en la calle.

Cada vez que ellos intentan liberarse del yugo, por una extraña razón (llámese dependencia) terminan volviendo al redil.  El castigo no es un simple pam pam en el culito ó un tirón de orejas. Para conseguir la absolución tendrán que mostrarse como auténticos sufridores bajo el insistente reproche de la victima. El éxito radica en el lloriqueo mutuo, en creer que no hay dolor más grande, puro sadomasoquismo emocional que culmina con el sexo como ejercicio de dominio.

Ya reconciliados, en el desorden de la cama, la mujer-madre saborea inconcientemente su venganza, mientras el hijo-marido planea en silencio el próximo ataque.

 

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