Tesoros sumergidos de leyenda (III) – El pecio más visitado de todos los tiempos

 

La flota de Indias entra en Vigo.

 

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Por Elena Bargues

La historia

En 1700 fallece Carlos II, rey de España, sin sucesión. Nombra heredero en su testamento al nieto de Luis XIV de Francia, Felipe de Anjou. La entrada de los Borbones en España no deja impasibles a los austriacos y estalla la guerra de Sucesión al trono español. El cargamento de la Flota de Indias se convirtió en imprescindible para financiar la guerra; sin embargo, se encontraba atrapada en el Caribe, en el puerto de La Habana, acosada por los corsarios ingleses y holandeses. Durante dos años fue retenida en el puerto y al tercero la situación se hizo insostenible. Velasco envió un aviso a Cádiz para exponer la situación al rey y solicitar una fuerte escolta. Luis XIV, también necesitado de fondos, confió la empresa al conde de Château-Renault, vicealmirante de la Armada Real.

Partió de Brest con una gran escuadra y el navío Le Fort de setenta y seis cañones como nave capitana. Ducasse dejó La Coruña con el nuevo virrey, el duque de Alburquerque y dos mil soldados, para reforzar la escuadra de Château-Renault.

El 11 de junio de 1702, tras tres años de espera, zarpó la flota de Indias, con la nao capitana, Jesús, María y José, de veinticuatro cañones, con don Manuel Velasco de Tejada al frente y dos naves almirantes, Bufona de José Chacón y Almirante de Azogue bajo el mando de su hermano don Fernando Chacón, escoltada por la escuadra francesa compuesta por veinticuatro naves.

En las islas Azores se enteran de que ha estallado la guerra y el puerto de Cádiz se halla bloqueado por setenta navíos bajo el mando del almirante sir George Rooke. Celebraron un consejo y decidieron navegar hacia el puerto de Vigo, cuya bahía les ofrecía seguridad.

Arribaron el 22 de septiembre y se encontraron con que la fortaleza de Monte Real de Bayona sólo contaba con setenta defensores y las milicias de Vigo carecían de equipo y pertrechos. El Ferrol era mejor puerto, pero la escuadra de sir Cloudesley Shovel se hallaba en las inmediaciones. Château-Remault decidió echar el ancla en el fondo de la bahía y preparar la defensa.

 

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La avaricia

Mientras tanto Velasco envió aviso sobre dónde se encontraba la flota. La Casa de Contratación se negó a que descargasen los metales preciosos ya que serían fiscalizados por funcionarios ajenos a la Casa y quedaría al descubierto la enorme carga que rebasaba con mucho las cifras declaradas en los registros y que podría ser confiscada por el Tesoro.
Por el contrario, el Consejo de Indias aprobó la descarga de los metales preciosos pertenecientes al rey, producto de sus minas, y de los “derechos reales”, es decir, el quinto que le corresponde como impuesto. La orden fue expedida a Vigo y el Príncipe de Barbanzón reunió quinientas carretas para efectuar el traslado. El tesoro real estaba embarcado en la nave capitana y en las dos almirantas. Château-Renault debió de aprovechar a su vez para poner a salvo la parte que le correspondía a Luis XIV, como pago por la protección de su escuadra, porque nadie se explicó cómo pudo construirse un suntuoso castillo en la Turena, donde vivió como un señor.

En esas andaban cuando les llegó la noticia de que Rooke había levantado el sitio de Cádiz y se había internado en el Atlántico, probablemente con rumbo a las Indias. Respiraron de alivio y se dispusieron a levantar las defensas. Lo que ignoraron fue que Rooke se quedó en las costas de Portugal para avituallarse y allí se entera por el capitán Hardy del Pembroke que la flota de Indias se encuentra en Vigo.

En Vigo, informados del cambio de planes de Rooke, se aprestaban con las defensas. El 21 de octubre se distinguieron las primeras velas enemigas en las islas Cíes. No voy a narra la épica defensa de la flota al pie del fortín de Rande, una bahía donde apenas había sitio para maniobrar. Duró todo el día y la noche. Cuando vieron que todo estaba perdido, Château-Renault ordenó a los capitanes que hundieran sus propias naves para evitar que cayeran en manos de los enemigos. Don Manuel Velasco de Tejada, desde el día anterior, había estado desembarcando todo el oro que había podido, mientras maldecía a los funcionarios corruptos y al papeleo estúpido de Cádiz que les había impedido descargar los galeones. En unos momentos de tanta confusión, algunos cofres fueron abiertos y robados.

Los barcos fueron hundidos con pólvora y la bahía se incendió, estallaron las cuadernas y llovieron las ascuas encendidas. A los españoles les costó dos mil muertos y otros tantos heridos; a los enemigos ochocientos muertos y más de quinientos heridos.

Los ingleses capturaron cuatro galeones y cinco navíos franceses, los holandeses, cinco galeones y un navío francés. Enseguida enviaron buzos a los pecios en busca de los tesoros que abrigaban en sus bodegas, mientras los prisioneros recogían monedas y tortas de plata que había esparcidas por la orilla, olvidadas durante la fuga. No tuvieron mucho éxito y les corría prisa aprovisionarse y abandonar Vigo por temor a las represalias. El 30 de octubre abandonó la escuadra de Rooke la bahía de Vigo.

 

El rescate

Debido a la gran concentración de naves en un lugar acotado y tan próximo a tierra, la bahía de Rande se convirtió en un lugar muy concurrido por los cazatesoros.

Dos años después del combate se recuperaron numerosos cañones. Veinte años más tarde lo intentó un sueco con un invento para bucear y extrajo monedas de oro y plata. Hubo sucesivas intentonas en las que encontraron vajilla, doblones y lingotes. Hasta 1790, los galeones aparecen indicados en las cartas marinas como peligro para la navegación y durante la bajamar aún se podían avistar algunos mástiles, pero no había medios técnicos para penetrar en el interior de las naves.

En 1825, un tal Dickson empleó una campana que iluminaba artificialmente los pecios. Los localizaba durante el día y por la noche trabajaba en ellos para que nadie se enterase de lo que extraía. Un buen día desapareció con el mismo misterio que llegó.

En 1870, Hippolyte Magen, un ingeniero de una compañía francesa, consiguió recuperar 44 kilos de plata, pero su trabajo se interrumpió por el estallido de la guerra.

En 1903 y 1930 fueron los italianos quienes lo intentaron, pero el cieno turbio de los ríos que desembocan en la bahía les impidió localizar los pecios cada vez más deteriorados y hundidos.

 

El rescatador desafortunado

Robert Sténuit, de nacionalidad belga, se licenció en Filología y se diplomó en Ciencias Políticas, pero dejó la universidad por la arqueología submarina. En 1954 se llegó a España para buscar la mítica flota hundida en la bahía de Vigo.

Tras un año de investigación de archivo se entera de que John Potter, otro buscador de tesoros, está tramitando con el gobierno español una licencia para explorar la bahía. Deciden unir esfuerzos y Sténuit pasa a formar parte de la plantilla de la empresa “Atlantic Salvage Company Ltd.

El 16 de agosto de 1955, consiguen la concesión por tres años, renovable por dos más. Todo cuanto se encuentre pertenecerá íntegramente al estado español, el cual entregará a la compañía, en moneda nacional el 50% del valor de los objetos extraídos, o el 40% cuando este valor rebase el millón de pesetas. El gobierno facilitará la importación del material y de los aparatos necesarios que no puedan procurarse en España.

Durante esos cinco años dejaron situados los pecios de la rada e incluso buscaron el galeón Santo Cristo de Maracaibo, apresado por el Mommouth, buque inglés, que se había hundido al chocar con los escollos denominados “Castros de Agüero”, al sur de las islas Cíes.

El propio Sténuit nos dejó estas palabras en su libro “Tesoros y Galeones hundidos” cuando hubo de retirarse al concluir los cinco años (que, por lo que hemos visto hasta ahora, eran insuficientes):

“Si se mide el éxito por el porcentaje de los dividendos obtenidos, yo hasta el momento presente he fracasado lamentablemente, pues pasé en Vigo mucho tiempo y dejé allí mucho dinero mío. Pero yo no llego a creer que haya sufrido ninguna pérdida importante. Las cifras, las pérdidas son algo a lo que no concedo demasiada importancia. Esto no es la vida”.

 

 

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