Coches, museos y tópicos en Stuttgart
Por Armando Cerra
Cada país tiene sus tópicos. A veces positivos, a veces negativos. Pero siempre con algo de realidad, una parte de leyenda, un toque de maldad, y hasta de admiración, y desde luego que un mucho de ignorancia.
Cada país reniega de los tópicos negativos que les otorgan sus visitantes. Y todos los países reivindican la veracidad de los tópicos positivos. En el caso que nos ocupa, Alemania, todos tenemos en mente los tópicos que los envuelven. No hay como viajar hasta ahí para comprobar que no todo es tal como dictan las leyendas urbanas. Por poner un ejemplo: en Alemania evidentemente hay gente que deja poco margen a la improvisación y sigue a rajatabla estrictas normas, pero también hay personas muy abiertas, dinámicas y de espíritu más libre.
Tampoco todos los alemanes son ingenieros, lógicamente hay personas con cualquier cualificación y oficio, y también lógicamente los hay muy trabajadores, más remolones, un poco chapuceros y hasta muy vagos. Son humanos, antes que alemanes.
Otro tópico sobre Alemania, es la pasión que sienten hacia sus automóviles, no sólo a la hora de conducirlos, sino también por el entusiasmo que ponen en su fabricación. Y uno de los lugares germanos donde se puede verificar esa fiebre automovilística, sin duda alguna es Stuttgart.
Allí el visitante que recorra en profundidad la ciudad descubrirá en sus alrededores algunas de las grandes factorías de coches del país. Si se fija en las calles, verá, como en cualquier ciudad alemana, vehículos de alta gama con los avances más novedosos. O entre la publicidad callejera descubrirá numerosos eventos que reúnen a coches clásicos, considerados como monumentos rodantes. Si el visitante va a ver un partido de fútbol del equipo local tendrá que acudir al Mercedes-Benz Arena. E incluso, si el viajero llega por tren a Stuttgart, al salir de la estación verá como le recibe una enorme estrella giratoria de la marca más emblemática de los motores alemanes.
Y es que esta ciudad, capital del Estado de Baden-Württemberg, es la sede de dos de sus marcas de coches más reputadas. La más señorial, Mercedes-Benz, y la más osada, Porsche. Y ambos símbolos de la sociedad teutona poseen sendos museos a mayor gloria de la pujante industria del país.
El de mayor tamaño y antigüedad es el Museo Mercedes-Benz. Allí nueve plantas exponen objetos, documentos e imágenes relatando la historia de la marca. Y por supuesto, también se ven unos 160 vehículos para viajar virtualmente por la evolución que los coches han experimentado en más de un siglo de historia. No hay que ser un apasionado de los motores para disfrutar en este museo, donde ya el edificio en sí mismo posee un gran atractivo, y los elementos expuestos hacen un repaso por la historia y personajes del siglo XX.
Museo Porsche
Algo similar a lo que ocurre con el más modesto, pero igualmente elegante, Museo Porsche. Allí como si fuera un circuito de velocidad se aprecia el diseño y cilindrada de los afamados deportivos. Todo ello en un montaje expositivo tan fino y vertiginoso como las líneas que dan forma a estos bólidos. El paraíso para los amantes de los carburadores, pistones, cigüeñales y válvulas. Todo al alcance de la vista y sin la necesidad de mancharse de grasa.
Los dos museos tienen un espacio reservado a vanagloriarse de los triunfos deportivos que han logrado sus marcas. Hitos que se muestran para plasmar el orgullo que los alemanes sienten hacia su poderío industrial, el esfuerzo tecnológico que vuelcan en sus factorías, y la vanidad con la que venden sus queridos coches, capaces de combinar seguridad, velocidad y garantías de durabilidad. En definitiva, los museos Mercedes-Benz y Porsche son dos templos a los tópicos que describen en el exterior a los alemanes. Los tópicos positivos, claro.