Vengo a hablar de mi libro (y de otros)

Por Javier Vayá

Articulo-015-715x1024Justo en la semana en que por fin he realizado el gran sueño de publicar mi primer libro, El peso de lo invisible, recibo un mensaje algo desesperado de un colega escritor y paisano, Iván Rojo. Presenta el que es también su primer libro en dos días y su editor no puede acudir de modo que me ruega si no me importaría acompañarlo y presentarlo. Tras el obligado momento de pánico y consultarlo no demasiado con la almohada acepto encantado, tan solo lo conocía a través de las redes sociales pero había tenido el placer de leer Pantano, su libro, y me pareció una obra magnífica, además me digo que si no nos ayudamos entre nosotros nadie lo hará. Me anuncia que tendremos media hora para conocernos y preparar un poco la presentación ya que vendrá directamente del trabajo, el pánico vuelve a presentarse durante un segundo pero una vez allí todo transcurre estupendamente, una velada maravillosa con gente encantadora y un éxito de presentación, todo genial. Decido que es el momento de dejar a Iván con su gente, en intimidad, van a celebrarlo pero no hasta muy tarde, al día siguiente (sábado) el autor entra a trabajar a las 8 de la mañana.

De camino apresurado para no perder el último Metro a casa pienso en Iván y en la cantidad de personas que conozco como él, escritores magníficos al margen de las grandes editoriales y los focos mediáticos que alternan sus letras con un trabajo alienante en el mejor de los casos, con el paro o la miseria en el peor. Los lees y te sorprende la magnitud de su talento, su paciencia, su pasión hacia lo que escriben y sabes que la mayoría de ellos no serán jamás reconocidos por el gran público. Muchos ni lo quieren ni lo desean pero estoy seguro que a todos les (nos) gustaría poder vivir sencillamente de lo que nos apasiona, ver que algún día reconocen tu trabajo. Lees a estos autores y te da rabia contemplar como las grandes editoriales parecen tan solo dispuestas a publicar no ya solo a los mismos de siempre sino también a cualquier presentador/a de programa rosa, amarillo o marrón de televisión, aunque el susodicho/a haya demostrado ser incapaz de hilar una frase coherente y bien construida en algún momento de su vida.

No me quejo y comprendo que las grandes editoriales son también negocios y deben velar por sus beneficios, tampoco soy tan soberbio de considerar que merezco ser publicado antes que nadie o más valorado que nadie. Entre esos “los de siempre” existen escritores maravillosos de los cuales no me pierdo su próximo libro, entre los otros imagino que también habrá quien escriba bien y merezca las ventas de su libro. El problema reside en una cuestión de equilibrio, igual que reconozco que las grandes editoriales tienen que hacer su negocio no deberían olvidar que su principal función y razón de ser es la de tratar de ofrecer al público una oferta heterogénea, dar cabida a nuevas y valiosa voces, más aún cuando las redes sociales han demostrado que la gente sí lee y está dispuesta a descubrir a autores noveles como, por poner un solo ejemplo, el caso del fulminante y merecidísimo éxito de Irene X.

La editorial de Iván, Sven Jorgensen, como la mía, Alacena Roja, y como muchas otras, son el sueño loco de una sola persona amante de la literatura, personas que con todo su esfuerzo e ilusión apuestan por el contenido por encima del nombre. Gracias a ellos la gente como Iván y yo y muchos más podemos cumplir nuestros sueños, no importa que sea al margen de los medios o frente al ninguneo de las grandes editoriales, no importa porque como dice ese otro gran escritor llamado Álex Portero, escribir es nuestra manera de estar en el mundo, seguiríamos escribiendo en una isla desierta. Yo añado que por suerte la isla no está tan desierta como parece.

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