Casualidad frente a causalidad o el porqué las supercherías pseudomédicas parecen funcionar

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Es habitual que los creyentes en las más diversas supercherías pseudomédicas: curaciones milagrosas, pseudomedicinas holísticas, etc. presenten como pruebas irrefutables de su particular verdad la existencia de casos en los que un individuo tras rezar al santo de turno, tomar el agua (o cualquier otra sustancia) milagrosa, haberse limpiado el karma o alineado los chacras adecuadamente se curó de una enfermedad más o menos grave. ¿Pero este tipo de curaciones son pruebas válidas que demuestran la eficacia del milagroso tratamiento?

En primer lugar lo que suelen olvidar estas personas, es que aunque presenten como prueba el caso de uno o varios individuos curados con el mencionado “tratamiento”, hay que tener en cuenta el conjunto de los individuos que han hecho uso del mismo para intentar curar sus afecciones. Así es muy normal que en un determinado momento una gran cantidad de individuos (miles o millones de personas quizás) estén haciendo algo inútil como por ejemplo rezar o tomar pastillas de simple azúcar (en forma de medicamento homeopático) para curar una enfermedad. Por lo que para estudiar adecuadamente el problema es necesario tener unas simples nociones básicas: comprender el concepto de probabilidad y entender la diferencia existente entre casualidad y causalidad.

Así, imaginemos que le decimos a un millón de personas que padecen una determinada enfermedad (por ejemplo una alergia) que beber durante un mes exacto todos los días a las diez en punto de la mañana (no vale cualquier otra hora) una infusión de hierbabuena recolectada previamente por una virgen impúber (no vale un hombre, una mujer desvirgada o una mujer adulta virgen) exclusivamente durante la fase de luna llena (no vale cualquier otro día del mes) le curará su enfermedad. Seguramente que un año después tendremos diez, cien o incluso varios miles personas que asegurarán (a familiares, amigos, compañeros de trabajo y por supuesto en todo tipo de foros de internet y webs) que este particular tratamiento funciona. ¿Por qué? pues por una mezcla de diversos factores, todos ellos basados en la casualidad.

Algunos de los individuos “curados” simplemente estaban mal diagnosticados y no padecían la alergia aunque así lo creían, otros se ha autoconvencido de que este extraño y particular “tratamiento” debe ser muy efectivo cuando tiene tantas restricciones y aunque sigan padeciendo la enfermedad se han sugestionado y piensan que ahora se encuentra mucho mejor de su enfermedad, otros se habrán curado naturalmente porque su sistema inmune ha cambiado por factores desconocidos o a podido controlar la enfermedad, otros habrán alterado inadvertidamente su modo de vida y ya no se encuentran tan expuestos al agente causante de la alergia y así sucesivamente con otros múltiples factores desconocidos.

Para discriminar en estos casos entre curaciones al azar (casualidad) y las debidas al supuesto medicamento (causalidad) en la medicina científica se realizan los ensayos denominados de doble ciego. En nuestro ejemplo anterior, del conjunto de las personas diagnosticadas con el mismo tipo de alergia se hacen dos grupos iguales que contengan individuos con las mismas características. Así no es adecuado por ejemplo que en un grupo de enfermos todos sean hombres y en el otro mujeres, o que haya mucha más gente joven en un grupo respecto al otro y así sucesivamente. Por lo que antes de empezar el estudio los dos grupos deben ser idénticos o lo más parecidos posible. Ahora a todos los pacientes se les administra pastillas iguales e indiferenciables en color, sabor, textura, aspecto, etc. A un grupo de pacientes se les dará pastillas que contienen nuestro famoso ingrediente curativo y al otro grupo las pastillas placebo. Por supuesto y esto es muy importante, durante todo el ensayo ni los médicos que las recetan ni los enfermeros o farmacéuticos que las dispensan deben saber cuáles son unas y otras. Así se evita que los profesionales sugestionen (aunque sea de forma indirecta) a los pacientes o que enfermos muy sensibles o perspicaces emocionalmente detecten algo positivo o negativo en el comportamiento del profesional sanitario que les pueda influir. Y después de finalizar el tratamiento se analizan los resultados.

En general, la mayoría de la gente tiende a pensar que si algo (por ejemplo un medicamento defectuoso o cualquier tipo de superstición) no funciona entonces nadie debería curarse con el mismo. Pero múltiples estudios han demostrado que esta idea es errónea, ya que la simple administración de un placebo (o ya puestos llevar una estampita de San Críspulo, tomar un caramelo o recibir una limpieza espiritual) implica que un porcentaje significativo de los pacientes comentan mejorías o incluso curación. Según la enfermedad estudiada el porcentaje de efectividad del placebo varía llegando en algunos casos hasta un asombroso 75% cuando se prueban algunos antidepresivos. Por supuesto este porcentaje es siempre mayor cuanto menos grave sea la enfermedad o más susceptible sea de ser alterada por el comportamiento o el estado de ánimo del paciente, de ahí el altísimo efecto placebo existente en algunas enfermedades como la depresión o la ansiedad.

Como el efecto placebo va asociado a las expectativas (o más bien a las creencias) de curación del sujeto paciente entonces su potencia varía con la presentación del placebo. Así tomar dos pastillas en lugar de una, o una pastilla más grande, más llamativa o que nos dicen que cuesta más dinero que otra aumenta el efecto placebo. También la pastilla funciona peor que la cápsula, que a su vez es inferior en efectos a una inyección, y todas ellas son superadas por un supuesto tratamiento en una máquina que cuanto mayor sea su espectacularidad tenderá a crear mayor efecto placebo.

El efecto placebo también aparece en niños muy pequeños o incluso en animales puesto que los bebés son muy sensibles a los estados de ánimo de sus progenitores y los animales a los de sus cuidadores o dueños. Así que para poder asegurar que algo (medicamento o tratamiento) funciona, el porcentaje de curaciones en el grupo del elemento a comprobar debe ser significativamente mayor que en el del grupo placebo.

Y esté método es válido para probar cualquier tipo de tratamiento médico, incluidos los más extraños o espirituales. Así, hace algunos años se estudió el posible efecto terapéutico del rezo cristiano en 1.800 pacientes coronarios norteamericanos hospitalizados. Los enfermos se dividieron en tres grupos: un tercio de los pacientes fueron objeto de oraciones después de haber sido informados de que podían o no podían recibir la mencionada oración, otro tercio no recibieron oración alguna aunque también se les informó de que podían o no recibir oraciones por su curación y el resto fueron receptores de oraciones para la mejoría de su salud después de haber sido informados que existían personas que estaban rezando por ellos. Pues bien, los resultados (como no podía ser de otra manera) indicaron que no había diferencias entre recibir o no oraciones “sanitarias”.

Pero lo más curioso de este estudio es que si hubo un efecto ligado al rezo. Así un mayor número de pacientes que habían sido informados de que se había rezado por ellos (59%) sufrieron complicaciones cardiacas posteriores, comparados con tan sólo el 51% de los enfermos que no tenían la certeza de si habían sido objeto o no de plegarias. Los autores del estudio concluyeron que el hecho de saber que personas extrañas estaban rezando por su salud podría haber causado en algunos pacientes algún tipo de ansiedad que empeoró su situación médica. Tal y como lo indicó uno de los autores de estudio:

“Este hecho puede haber hecho sentir inseguros a esto pacientes y preguntarse: ¿Tan mal estoy que debe intervenir un grupo de rezos?”

 

Señal indicativa que la sugestión es muy poderosa y que también existe el contrario al efecto placebo, el llamado efecto nocebo. Inciso, este dato debería alertar al estamento médico contra la cada vez mayor tendencia de los médicos (obligados a protegerse contra futuras demandas judiciales) de detallar con pelos y señales al paciente la gravedad de la enfermedad que padece y las cada vez más prolijas descripciones de los posibles efectos secundarios o complicaciones que se pueden derivar de las pruebas a los que someten a los pacientes en su diagnóstico y tratamiento, porque todo ello puede hacer que empeore el estado del paciente al verse saturado por tanta detallada información negativa. Por lo que quizás lo más recomendable sería exigir la mayor profesionalidad posible al equipo médico pero dejándole libertad para tomar las decisiones que considere más beneficiosas (o menos dañinas) para el enfermo.

 

Y ya finalmente para terminar, indicar que este trabajo sobre el posible papel sanitario de la oración cristiana fue financiado por la Fundación Templeton, entidad dedicada al estudio de la espiritualidad humana, durante 8 años y costó la friolera de más de 2,3 millones de dólares. Por lo que este es un ejemplo muy adecuado para responder a todos aquellos defensores de las más peregrinas terapias alternativo-holísticas. ¿Se debe malgastar el dinero, muchas veces público, en determinar si una “terapia” (que no olvidemos, habitualmente suele estar en contradicción con lo que sabemos en la actualidad de anatomía, fisiología, química, microbiología o medicina) es efectiva o no sólo porque un par de disidentes de la ciencia aseguren sin prueba alguna que han encontrado un maravilloso, barato y eficaz tratamiento para curar cualquier enfermedad o incluso todas las dolencias humanas juntas?

 

[La ciencia y sus demonios]

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