Richard Ford vuelve a Frank Bascombe
Nada que ver Francamente Frank con la anterior novela de Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) también publicada en Anagrama aquí, la soberbia Canadá. Cambio absoluto de registro, aunque, con propiedad, habría que decir que el cambio absoluto de registro se produjo en Canadá. Así es que el novelista norteamericano (Un trozo de mi corazón, La última oportunidad, Incendios, El periodista deportivo, El Día de la Independencia, Acción de Gracias), uno de los grandes junto a Paul Auster, Philip Roth o Don De Lillo, vuelve a su alter ego, el personaje del periodista Frank Bascombe, para hablar de lo que le rodea y le preocupa, sin atender excesivamente al hilo narrativo, lo que provoca altibajos en el texto.
Con el telón de fondo de la devastación que ha causado el huracán Sandy en la Costa Este, Nueva Jersey, Richard Ford sigue las andanzas de su icónico Frank Bascombe para expresar por su boca lo que piensa del envejecimiento—Yo ya no me miro en el espejo. Es más barato que la cirugía, o En general, cabe afirmar que cuando uno se hace viejo adquiere una relación más complicada con la realidad cotidiana, lo que parece en desacuerdo con lo que debería ser—, la fe religiosa, el racismo, el matrimonio o la crisis global. A base de pequeños apuntes, en los que predomina la ironía suave, y hasta el humor más desternillante—Memps, el serpenteante y viejo perro salchicha de nuestro vecino el oncólogo de cuando vivíamos en Cleveland Lane, siempre andaba metiéndose furtivamente en casa para soltar aires malolientes, uno tras otro. “¡Fuera, Memps!”, decretaba (con deleite) Paul. “¡Ya está Memps despedándose! ¡Fuera! ¡Memps, malo!” El pobre Memps se escabullía por la puerta, como si entendiera, no sin lanzar un par de salvas más— construye Richard Ford este melodrama sombrío, y a veces muy sombrío—A los tres días de salir de Kandahar, un joven marinero de Piscataway atascó los tubos de escape de su Trans-Am con ejemplares robados de We Salute You y cortó amarras en el aparcamiento de Washington Crossing State Park, con una nota pegada al volante que decía: “Éste es el futuro. Preparaos”. Nada se puede hacer cuando alguien está dispuesto a despedirse, aunque un apretón de manos quizá no venga mal— por el que circulan un sinfín de personajes que, sin embargo, no consiguen cuajar en la retina del lector.
Uno de los momentos más emotivos del libro es la muerte de su amigo Eddie: —Yo también estoy muy ocupado—repuso—. Muy ocupado esperando la muerte. Si quieres pillarme vivo, más te vale venir para acá. A lo mejor no quieres. Quizá seas esa especie de cobarde gallina. El cáncer de páncreas se ha extendido a los pulmones y al estómago. Pero no es contagioso…
Quien espere una catedral literaria a la altura de Canadá, una de las mejores novelas negras del pasado año, o la mejor, va a salir algo decepcionado porque Richard Ford sigue siendo fiel a su personaje que es su propia conciencia y a través de cuyos ojos mira el mundo que le rodea, y, sobre todo, a sí mismo. Francamente, Frank es una pieza menor, en apariencia ligera, y subrayo lo de apariencia porque hay mucha sustancia, que se lee bien y divierte a ratos y emociona en algún momento, pero no tiene la entidad de gran obra, ni Richard Ford lo pretende.