OAXACA, VIVA PARA SIEMPRE

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Por Antonio Costa

Fotografía: Consuelo de Arco

 

Todavía está el bar El Farolito, el que describía Malcolm Lowry en “Bajo el volcán” situándolo en Cuernavaca. Te sirven todo tipo de mezcales, hay una especie de púlpito donde ponen la música, por detrás se extiende una sala muy grande para hablar de literatura.

Cerca de allí está el hotel Francia, ahora se llama Hotel Colonial, donde David Herbert Lawrence escribió “Mañanas en México” hablando de danzas místicas y de escapadas al cosmos. En el vestíbulo estaba hace años el café Lawrence y mucha gente llegaba preguntando por él. Su habitación daba a una esquina del corredor asomado al patio.

Sigue Oaxaca, vitalista y trágica, creativa y convulsa. Hay galerías de arte por todas partes. En el Museo de Arte Contemporáneo se ve el perro que quiere comerse la luna de Rufino Tamayo, se ven los indios metafísicos y surrealistas de Rodolfo Morales. Tantos grandes artistas que nacieron en Oaxaca, que no son los muralistas predicadores de otros sitios.

La catedral de Santo Domingo asusta con sus torres atrevidas y sus techos cubiertos de oros, sus árboles genealógicos y sus santos contorsionados. A la derecha de la nave hay una capilla de la Virgen más enloquecida que ninguna. Está una plaza enorme delante donde se ven las montañas. Se ven iglesias movidas por todas partes.

Están los niños vestidos de revolucionarios o de piratas. Están los muertos elegantes bailando en los balcones y en las puertas. Están esos rostros secos y solitarios de las montañas que fotografió Juan Rulfo en su libro “Oaxaca”, los rostros hondos e intensos. Está la vibración de esa ciudad que es la capital cultural y telúrica de México.

Está la iglesia de la Soledad que parece una fiesta de santos refinados. Está la fantasía y la soledad y el sueño. La Virgen de la Soledad apareció en una roca al pie de la iglesia y simboliza todo el dramatismo vivo de México. Simboliza esta ciudad que en 2006 se hizo independiente por unos meses, que no se sujeta a nada, que patrocina todas las rebeldías.

Está la casa de Benito Juárez, con su fuente de piedra y sus puertas encarnadas. Las explicaciones de como era un indio pobre, de como lo recogió un impresor, de como llegó a ser un gran rebelde. De como libró a México de un imperio. Está la imprenta donde conoció el poder de las palabras.

Está el teatro Macedonio Alcalá, que tiene una fuerza alucinante que tiene buhardillas airosas y palcos asombrosos como la Ópera de París. Allí ponen películas y hacen celebraciones y se vive la cultura. Está por todas partes esa ciudad artística y descarada y sin concesiones.

Están las aceras altísimas, los pavimentos adoquinados, las cantinas de mezcal. Están los alebrijes. Los alebrijes son seres fantásticos de Oaxaca, se ven en las tiendas con todas las formas y todos los colores, parecen formas animadas de nuestros sueños. Seguro que tantos escritores del mundo entero se sintieron poseídos por los alebrijes. Incluso Graham Greene buscando la gracia debió de verse poseído por esa especie de demonios llenos de vida.

Están los santos y los rebeldes. Los indios y las casas de colores. Las casas bajas y los mercados hirvientes. Están los zapotecas que bailaban de miedo y están los estudiantes encendidos. Están los patios enormes y las viejas que recuerdan. Está Oaxaca viva para siempre.

 

 

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