Vayamos por barrios (comer en Atenas)

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Por Jose Rasero Balón

Llegamos al aeropuerto de Venizelos, Atenas, con la firme convicción de no regresar jamás a Atenas. No se extrañen. El azar tiene estas cosas. La noche anterior nos alojamos en un hostal de Sevilla que lucía tal nombre en su entrada, ATENAS. No me pregunten por qué. Mejor no pregunten nada. Por otra parte, yo –en persona– contraería al poco otra firme convicción. El avión que nos llevó a la capital de Grecia pertenece a la flota de Vueling. And cometí el error fatal de hacerme con –y zamparme– uno de sus bocadillos del menú.
Pasemos un tupido vuelo.
Desde Venizelos nos desplazamos en metro a la auténtica Atenas. Nuestra parada, Petrálona. Ahí nos recogeríamos durante un par de semanas. En su libro La espada de Damocles cita Petros Márkaris a Konstantinos Karamanlis: “Grecia es un manicomio enorme”. Bendita locura, acabaríamos pensando –ya os adelanto– al final de nuestra estancia. Salta a la vista, por demás, que a dos españoles las locuras patrias nos pillan de cerca. Nos son familiares. El libro es una recopilación de artículos y conferencias, escritos entre 2009 y 2012, sobre la situación de Grecia. A pesar de que han sucedido muchas cosas desde entonces, sus textos ayudan a comprender mejor este país. A ellos, a nosotros, y a todo lo que nos pasa. También leí una estupenda crónica de Arturo Martínez González -aquí- que nos dio buenas pistas para nuestras andanzas por la capital griega. Sobre todo una (pista), que dejaré para el final.
Pero vayamos al grano. O a la masa. O al quid. Es sabido que dos viajan, entre otras y variadas cosas, para comer.
Y contarlo. (Y hacer fotos) A eso vamos.
Pero vayamos por barrios.


1. Monastiraki

Si a casco antiguo sumamos la expresión «a los pies de la Acrópolis» el resultado comparece cristalino: tela de turistas. Dos más, con nosotros. La plaza de Monastiraki,  la más turca de Atenas, la conforman  la Mezquita Tzistarakis (una de las cinco que hubo con los otomanos), una estación de metro, la biblioteca de Adriano y la Iglesia (o monasterio) bizantina de Pantanassa. Hay siempre un enorme trajín, puestos de frutas y verduras, cafeterías y el inicio (por varios flancos) del Flea Market («Pazari» o mercado de las pulgas): un auténtico laberinto de calles que recuerda a un zoco. Te puedes pasar el día pateando decenas de tiendas de casi todo (ropa y armamento militar, antigüedades, librerías de viejo…) mientras los encargados se sientan en sillas o butacas en medio de la calle, con su café ‘frappé’ o fumando espero. Nosotros nos hicimos con un par de Kombolois, el objeto griego por excelencia, por aquello de donde fueres…

En dirección al barrio de Plaka, en la plaza Mitropoleos, se encuentra la Catedral Ortodoxa de Atenas o «Mitrópoli», del siglo XIX, una basílica que combina elementos neobizantinos y neoclásicos. A su lado, la más original iglesia, una pequeña Capilla bizantina del siglo XII, la «pequeña Catedral», dedicada a la «virgen que complace rápidamente» (Theotokos Gorgoepikoos).
Es posible que, a todo esto, tras el laberinto y la arquitectura bizantina, nos hubiesen dado las tres o las cuatro. Así pues, cansados y hambrientos, no nos quedaba otra que ser ortodoxos y sentarnos en una terraza. A la hora de pedir, claro, nos encomendamos a la virgen.
El restaurante en cuestión, Old Ithaki. De los pocos de cuyo nombre quiero acordarme, quizás porque nos infligió un helénico clavazo. Si la media de lo que hemos pagado por comer ha de andar entre los 25 y 30 euros (dos platos, una ensalada, bebidas), la «Vieja Ítaca» los superó con creces. Y sin ensalada. La virgen, al menos, nos orientó en nuestra elección.
A mí me encaminó hacia un Sea rissoto, que nunca antes había probado. El arroz arborio, tan cremoso, es un magnífico lecho para los gambones, mejillones y calamares griegos. Tan exquisito el manjar que me ha llevado a describirlo así, distinguido…
A N. la encauzó hacia la Mussaka, una de las excelencias griegas, ya sabéis, una especie de lasagna a base de capas de berenjena y carne picada. N. es toda una experta y, de las tres que saboreó en Atenas, otorgaría a esta la medalla de bronce.
El berro rojo, esas hojitas de color morado, deben ser marca de la casa. Y tener el IVA por los cielos.
La sobremesa, en un banco de Mitropoleos, giró alrededor de las pesquisas profesionales y los vaivenes familiares del comisario Kostas Jaritos. Otra forma de conocer Atenas.

Apuntes del ‘Cuaderno de Altamira’:
Entre Monastiraki y Plaka, en un callejón, damos con una auténtica Taverna. Concierto. Dos bouzoukis y una guitarra. Canciones populares que los parroquianos acompañan como una sola voz. Emocionante.

 

 

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