SKOPIE, BLUES EN LOS BALCANES

VINOTECA DE SKOPIE 

SKOPIE, BLUES EN LOS BALCANES
Allí tranquilos no había que pensar en las guerras balcánicas, en las carnicerías. Y de pronto suena Cheek to Cheek en la voz de Ella Fitzgerald. La música se apoderó de todo, puso del revés el tiempo, creó una atmósfera mágica. Ella y yo estábamos allí y Ella Fitzgerald nos había encontrado.
En la estación de tren el reloj quedó parado para siempre a las cinco de la tarde del 26 de julio 1963. Un terremoto rompió la estación y gran parte de la ciudad. Pero el tiempo no se paró aquel día en ella. Ahora los edificios estalinistas se mezclan con otros galácticos y traviesos.
Por la ciudad hay esculturas extrañas. Unas muchachas de bronce van de compras. Un mendigo extiende las manos. Una mujer se curva como un círculo arrugado en virtud de dolencias extrañas.
Fuimos por el barrio turco caótico, vimos baños, mezquitas y caravasares. Entramos en el monasterio subterráneo de Sveti Spas, había un patio con edificios de madera ennegrecida que parecían brotar del suelo. Más allá había una iglesia con un iconostasio alucinógeno, subimos por unas escaleras crujientes y en la tribuna había más pinturas ennegrecidas, que hablaban de místicas bizantinas.
Llegamos a un caravasar inmenso y abandonado con puertas de madera claveteadas. Imaginamos el cruce de infinitas caravanas sobre los suelos adoquinados.
Más arriba estaba el castillo enorme, era un cinturón de piedra gigantesco. Dentro vimos maquinarias abandonadas, restos de construcciones de uso dudoso. Sobre él Luan Starova escribió una novela titulada “El tiempo de las cabras”. Las cabras perseguidas por los funcionarios comunistas desaparecieron en sus subterráneos. Después se refugiaron allí unos pastores resistentes que no sabían como rellenar los impresos de los burócratas. Y los burócratas no tenían manera de encontrarlos.
En la Plaza de Filipo mirábamos la Fuente de las Madres. Había muchachas hermosas apretujadas con sus hijos y no les importaba si eran alegorías de algo. Nos gustaba más eso que Alejandro Magno en lo alto de una estatua, las cúpulas de los baños turcos. Nos importaban más las trenzas de esas mujeres, sus pechos movidos, sus abrazos. Eso nos mostraba una “Suave patria” como la que cantaba en Méjico Ramón López Velarde, más sugestiva que las estatuas grandilocuentes.
Fuimos junto al río Vardar, cruzamos el puente de piedra poderoso. El puente une la parte europea con la musulmana, lo moderno con lo antiguo, el pasado con el futuro. Miramos sus grandes candelabros y sus personajes em piedra.
Nos acercábamos al agua y el Vardar corría impetuoso hacia Grecia. Una mujer roja de metal se metía en el río y nosotros queríamos acompañarla. A la derecha estaban muy elegantes los Barqueros de Tesalónica que lucharon contra el Imperio Turco.
Nos alucinaba el edificio de Correos, lo hizo un discípulo de Alvar Aalto. Ya habíamos admirado la audacia de Alvar Aalto en Finlandia y su conexión con la naturaleza.
Y había creatividad y palpitación por todas partes. Un edificio parecía un tornillo saliendo de un cristal roto. Otro parecía una palangana gigantesca sujeta por asas con agujeros. La nueva catedral ortodoxa en la Avenida de los Partisanos parecía un juego aerodinámico de cúpulas.
En la plaza de Macedonia, casi tan grande como la Plaza Roja de Moscú, Alejandro Magno se levantaba sobre un caballo grandioso. Pero el caballo se reía. Por las noches lo rodeaban con aguas de colores y música de Beethoven. Saben que no proceden de Alejandro Magno, que son más que nada eslavos del siglo V. Pero les gusta jugar con el nombre y las referencias.
Dos estatuas de caballeros más tranquilos miraban hacia la montaña. Los jóvenes daban la espalda a las grandezas dudosas, miraban el agua del río desde las escalinatas. Hubo matanzas terribles hace un siglo en Macedonia. Pero a ellos no les interesa ese pasado. Y tal vez lo que mas me emocionaba era caminar bajo los sauces y los cerezos.
Fuimos por el barrio Debar, de calles arboladas. Por allí viven los bohemios y los creadores. Leímos que por el café Van Gogh iba Milko Manchesvski, el director de “Antes de la lluvia”. El encargado del Van Gogh lo llamó por teléfono, pero estaba en California. Luego avanzamos entre los árboles y tomamos más cervezas. Y Consuelo fraguó con una camarera una sorpresa, me pusieron canciones de Leonard Cohen.
En el albergue cutre de Bob un oficial kurdo del ejército de Irán nos contaba como escapó por las montañas hacia el Kurdistán iraquí . Su hija Asrim quería hacer negocio buscando frutas baratas en Macedonia para hacer confituras en Holanda. Al atardecer nos sentábamos en el patio bajo los toldos a tomar cervezas y el viejo kurdo repasaba sus aventuras.
En la avenida principal vimos la casa de la madre Teresa de Calcuta. También ella se movía sobre su estatua, como se movió por el mundo. Con su cara de uva pasa, nos incitaba a tener coraje. Su museo mezclaba rasgos de convento de piedra viva, castillo, mansión típica, iglesia galáctica. También en eso se ponían estupendos los macedonios. La casa nos salía al paso en la calle Macedonia, siempre tropezábamos con ella. Su cara arrugada y valiente sobresalía en el muro como si fuera nuestra madre cósmica.
ANTONIO COSTA GÓMEZ

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