Mary Shelley. Amado Monstruo

 

Hasta la fecha la criatura había copado el interés cinematográfico en detrimento de la autora. El monstruo, creado por Mary Shelley en el mítico fin de semana en el lago, ha sido pergeñado en la pantalla en diversos modos y maneras. Desde el clásico icono de la Universal que mitificó Boris Karloff, en glorioso blanco y negro, hasta su secuela (superior cinematográficamente) donde Elsa Lanchester protagonizaba una novia poco dispuesta al tálamo, pasando por las más adultas propuestas de la Hammer. Por el camino incluso atrevimientos vanguardistas como “Carne para Frankenstein (1973)” del ínclito Paúl Morrissey o las  osadías carpetovetónicas de Paúl Naschy; el único hombre que vio llorar a Frankenstein (Karloff), que se atrevió con un cóctel de monstruos, donde figuraba el resucitado en la infumable: Los Monstruos del Terror.

Mary Shelley fue una adelantada a su tiempo, siguiendo los pasos de su madre, la escritora Mary Wollstonecraft, una mujer atípica, independiente a quien Mary no llegó a conocer. Era obvio que el guión, dirigido también por una mujer nacida en Arabia Saudí y apoyándose en la hija de una de las figuras fundacionales de la filosofía feminista, debía arribar en puertos cercanos a este pensamiento. Baluarte frente a la incomprensión y el escaso acceso a una educación común que tenía la mujer en ese periodo. El film soporta toda su estructura narrativa sobre una Elle Fanning en estado de gloria, plena de matices, tormentosa, apasionada, llena de remordimiento por la  muerte de su madre.

La historia de la génesis del moderno Prometeo es harto conocida entre los connaisseurs literarios. Una fría noche de verano de 1816 en Villa Diodati (en realidad se llamaba Belle Rive), alquilada por Lord Byron (Tom Sturridge), para combatir el aburrimiento. Aquí podríamos hablar del “efecto mariposa” ya que la explosión de un volcán en la isla de Sumbawa produjo un invierno volcánico en todo el planeta. De este modo, la villa alquilada por Byron; aficionado a la vida, los animales exóticos y las extravagancias; se convirtió en una cárcel donde la lluvia y la humedad les obligaban a pasar largas veladas encerrados. Allí comenzaron las puyas entre Polidori, al que el Lord consideraba un galeno de escasa valía, la firme personalidad de Mary, reconocida narradora y con un nivel intelectual superior a la mayoría y el excéntrico Lord Byron, cuyos escándalos y malditismo, precedían a sus poemas. Curiosa mecolanza de talentos si añadimos que la hermana menor de Polidori se casaría con Gabriele Rossetti, de la hermandad Prerrafaelita. Las horas eran interminables, el viento azotaba los postigos y ventanas, la lluvia era densa y continua. Una cosa llevó a la otra. En medio de la lectura de un caldo de cuentos populares alemanes (Phantasmagoriana) y leyendas tradicionales, a Byron se le ocurrió la idea de escribir una historia sobrenatural. Cada uno de ellos desarrollaría un tema y en tres días presentarían los resultados. Una actividad frenética se apoderó de los literatos, que intentaron buscar un personaje carismático e intenso. Tan sólo Mary y Polidori, con su relato “El Vampiro”, cumplieron el plazo. El resultado es historia de la literatura y del cine. Frankenstein o el Moderno Prometeo, está inspirado en los experimentos de Erasmus Darwin sobre materia muerta animada, en Benjamin Flanklin, el galvanismo y en el Doctor Dippel. Lo que comenzó como novela corta, con la ayuda de Shelley, se convirtió en un icono de la literatura fantástica. Polidori sentó las bases del vampiro romántico mucho antes que la excelente novela de Stoker “Drácula”, pero parte del mérito hay que atribuírselo a Lord Byron que le cedió al “pobre Polidori” un manuscrito, pensando que no haría nada de provecho. Ahí estaban ya todos los cánones de la vampirología futura.

 

 

Hasta que la novela se convirtió en un éxito masivo, fue Byron el que apareció en portada como autor. Otros autores opinan que la novela que escribió en la helvética villa fue en realidad Ernestus Berchtold o el moderno Edipo. La directora maneja los tres planos narrativos con fluidez. La vida anárquica, el amor libre, la lucha contra los prejuicios sociales, marcarían la biografía de la escritora, aunque quizás el tinte se vuelca excesivamente sobre los infortunios de la protagonista, diluyendo el discurso reivindicativo. La fotografía de David Ungaro es exquisita, el diseño de producción, impecable. El film presenta el viaje iniciático de Mary hacia el arte y la vida, arropada por algunos paisajes de las tierras altas de Escocia, cementerios góticos e interiores soberbios. Al igual que a Mary le costó sangre, sudor y lágrimas que en la cubierta del libro apareciera su nombre como autora, a la directora; por su condición de mujer; también le costó rodar “La Bicicleta Verde (Wadjda. 2012)¿Vidas paralelas? ¿Quizás el propio espejo? El resultado es una dirección de gran sobriedad en la interpretación de Elle Fanning, desmesura y afectación en el personaje de Lord Byron y excesiva contención en Polidori.

 

El film deviene parábola de nuestros temores más oscuros, reivindicación de las vidas truncadas por la presión social. También es interesante el paralelismo entre el monstruo y su creadora, pese a algunos deslices del guión. Con el aparente disfraz de “película de campiña inglesa”, nos habla sobre el lugar de la mujer en el mundo y la ardua lucha llevada a cabo para conseguirlo. La escena de la presentación de Frankenstein en la librería del padre de Mary, es verdaderamente demoledora. La autora observa desde las sombras al grupo de invitados practicando el “postureo”, mientras creen que la novela la escribió un hombre. Cuando el padre revela que lo ha escrito Mary, cambian de conversación, incapaces de enfrentarse a su propia ignorancia. Las cosas no han cambiado mucho. Afortunadamente existen directoras capaces de facturar un producto tan hermoso que al tiempo es un certero dardo al corazón del patriarcado.

 

 

 

 

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