«Juego de Tronos»: comienzo de temporada 8, ¿invierno de nuestro descontento?
* Contiene «spoilers»
La emisión del primer capítulo de los seis que conformarán la entrega final de «Juego de Tronos»no ha sido todo lo espectacular que cabía esperar del arranque del estreno televisivo que más expectación ha causado en los últimos tiempos. Y no ha sido una espera corta, ni mucho menos. Casi dos años han tardado en devolvernos a los personajes en su periplo final hacia lo concluyente (aunque ya hay otros proyectos en marcha, este juego se acaba aquí).
Mucha curiosidad, pocas sorpresas.
De un modo un tanto torpe, quizás (aunque dudosamente) obligado, han optado por recordarnos dónde habían quedado situadas las piezas al final de la temporada anterior. Ni una secuencia que arañe siquiera lo memorable. Tan solo el encuentro entre Jaime Lannister y Bran Stark (al que el primero intentó asesinar en el primer capítulo de la serie, dejándolo paralítico de por vida), electrizante por sí mismo, pareció avivar el maquiavélico ingenio que ha hecho mítico este proyecto. Pero fue un efímero plano final, extravagante decisión para poner en marcha el mecanismo narrativo con el que tantos y tantos personajes tengan que resolver algo más que leves diferencias (incluso el encontronazo entre Arya Stark y «El Perro», uno de los momentos más esperados, quedó reducido a un breve diálogo sin matiz alguno, como si nunca se hubiera conocido, y venga, cada uno por su lado). Confirmar que Jon Snow es el legítimo heredero al Trono de Hierro fue otra de las innumerables redundancias. Tyrion Lannister ya parece reconvertido en un secundario cómico forzado a la réplica ingeniosa como si de un castigo se tratase, y hasta la implacable Cersei hace concesiones del todo ajenas a su voraz naturaleza de exquisita depredadora. Todos están donde los dejamos. Samsa se sigue forjando su propio trono, invulnerable en su gélida evolución. Hay románticos paseos por el cielo. El capítulo va pasando, nada avanza realmente, todo ha quedado pospuesto. Incluso pueden llegar a cansar las continuas referencias a los dragones (por si alguien tiene flojos los muelles de la memoria y se le había olvidado su existencia), que claramente cobrarán un gran protagonismo en la batalla venidera, pero que poco aportarán a los conflictos que nos mantienen atenazados al argumentario generado por el genial George R. R. Martin. Ya ha sido más que publicitado y anunciado que ese combate será algo nunca visto en la televisión. No había razón alguna para subrayarlo de nuevo.
Y habrá quien lo disfrute, y habrá quien lo considere un exceso.
Lo único inquietantemente claro es que este primer capítulo era solo un remanso, un calmo regreso a los páramos de ambición por donde deambulan los protagonistas. Quizás sea un acierto permitirse este respiro antes de ponerse a contener alientos. Y habrá que confiar en que en una serie tan calculada no caerá en el pecado de la precipitación a la hora de poner punto y final a los muchos enfrentamientos que se avecinan.
Y todos enredados en la ya próxima batalla contra los caminantes blancos.
Curiosamente, en todo el capítulo no vemos a ninguno de ellos. Ni una sola sombra. Ni sus huellas. Una ausencia que termina resultando muy perturbadora porque indica que cuando hagan su aparición será para algo más que arrastrarse por la nieve o derribar murallas de hielo con un dragón renacido.
Porque incluso si se pudiese hablar de cierta «decepción» ante este primer capítulo, la contención desplegada anuncia que quizás hasta los fans más curtidos no estén preparados para lo que se les (y se nos) viene encima.
Que los dioses antiguos y los nuevos velen por todos nosotros y el resto de los pocos capítulos que quedan hagan justicia (poética y descarnada) a lo logrado hasta este momento.
El invierno ya está aquí.
Y ojalá no sea el de nuestro descontento.