Hernán Cortés versus Moctezuma

MANUEL PECELLÍN

Recién iniciado febrero de 1519, un ya curtido Hernán Cortés partía desde Cuba hacia el Nuevo Continente con el propósito de explorar y conquistar el enorme territorio  que hoy conocemos como México. Conducía una flota de once barcos de los que haría destruir diez, para cerrarle una posible vuelta atrás a su tropa. No llegaba ésta a mil personas, entre soldados, marineros y servidores. Eso sí, conducían treinta caballos y quince cañones, armas que se demostrarán definitivas ante ejércitos extraordinariamente más numerosos. Moctezuma, el emperador azteca, informado por sus espías de la marcha imparable de los españoles, amasa su desconcierto en Tenochtitlán, urbe extraordinaria, “el centro del mundo”, que pasarán a manos de duros y crueles guerreros, humanos o dioses, tan implacables como él miso lo era con las naciones sometidas a su imperio.

El V centenario de la aventura cortesiana generó no poca bibliografía y cabe suponerlo el motivo que indujo a José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) a escribir esta novela histórica, un texto con casi 500 páginas, cuya lectura cuesta dejar una vez iniciada. Galardonado con muchos de los más importantes premios españoles: Azorín, La Sonrisa Vertical, Tigre Juan, Café Gijón, Juan Rulfo, Francisco Pavón, Ignacio Aldecoa, Camilo José Cela, Ignacio Aldecoa o Ciudad de Carmona, es hoy un referente del género negro, aunque sin omitir otras especialidades narrativas, si bien todas sus narraciones pueden combinar hábilmente asuntos históricos, policíacos, eróticos o sociales. Así ocurre con las últimas que le conocemos, como El mal absoluto (Premio Ciudad de Badajoz 2008), cuyo personaje principal es un antiguo miembro de las SS; Ascenso y caída de Humberto da Silva (Barcelona, Ediciones Carena, 2016), enmarcada en el Brasil de tantas carencias y que protagoniza un as del fúbol, a la postre “juguete roto, o El viaje infinito (Bohodón Ediciones, 2020), homenaje a Robert Louis Stevenson.

Otro tanto ocurre con El centro del mundo, si bien en ella prime la temática histórica. Él hace bascular su complejo relato sobre el jefe español y el azteca, pero nos los presentará, alternativamente: un capítulo para cada cual, rodeados de sus cohortes, quienes más de una vez se convertirán en centrales. Junto a Moctezuma, el decano de los sacerdotes, Nacuítzolt, capaz de abrir centenares de corazones en un solo día; facilitar convites antropofágicos e imponer la “muerte florida”de sus propios hijos, Netzahualcóyotal y Chimali, amantes entre sí, para aplacar a Tláloc y demás dioses. ¿Son acaso el hábil Hernán Cortés encarnación de Quetzacoall o de Tonatiuh el rubio Pedro de Alvarado, sin duda el más terrorífico de aquellos imprevisibles invasores?  En cuanto a la Malinche, con intervenciones determinantes para el triunfo de éstos, que pronto comienzan a contraer matrimonio con nativas, resulta una mujer fascinante.

El autor demuestra haberse documentado muy seriamente para presentar con encomiable exactitud usos y costumbres, creencias, rituales religiosos, flora y fauna, espectáculos, drogas, gastronomía, vestimentas, ensoñaciones, los aspectos todos de la vida cotidiana de dos universos tan distintos, el más débil de los cuales (pese a su cultura, organización político-militar y desarrollo económico) terminará ferozmente sometido. Para darle más fuerza plástica al discurso, J.L. Muñoz utiliza un enorme cúmulo de términos y expresiones aztecas, que el glosario final permite entender, así como los índices onomásticos de nativos mexicas y españoles ayuda a localizar los muy numerosos personajes secundarios.  Si abre paso a la imaginación, sólo en un caso se aleja de la verosimilitud (cuando hace discurrir a Moctezuma sobre ciencia, literatura o filosofía, pág. 368).

La “Noche Triste”, con cuya descripción concluye la novela, quedará pronto en el olvido. Los enormes y barbudos extranjeros, señores de armas y animales nunca antes vistos, que han asesinado al decaído emperador (¿o lo mataron sus mismos guerreros rebeldes?) regresarán a la hermosa Tenochtitlán, “el centro del mundo”, para ocuparla durante tres siglos.  Tal vez José Luis Muñoz cuente esta segunda parte en otra entrega. Si es así, sólo le pediremos a los posibles editores que realicen una más minuciosa revisión de erratas.

José Luis Muñoz, El centro del mundo. Córdoba, Almuzara, 2020

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