«La gente», de Felipe Benítez Reyes
CARLOS MANZANO
Llego a esta novela de Felipe Benítez Reyes, La gente, publicada en 2025 por la Fundación José Manuel Lara, animado por el entusiasmo de Estación Ebbe Traberg, sobrenombre uno de los lectores más infatigables y exigentes que conozco y admirador declarado del autor andaluz, de cuyo talento me ha hablado numerosas veces. Y, en efecto, aunque no es la primera novela suya que leo (ya había caído en mis manos Mercado de espejismos, con la que obtuvo el Premio Nadal) me encuentro con una obra brillante, en buena medida original, sorprendente por momentos y exquisitamente bien escrita que, bajo el disfraz de un ya desfasado costumbrismo, parece jugar con sus elementos más clásicos (la descripción de personajes particulares, extraños, cáusticos y extravagantes, de hábitos no menos exóticos) sin tomárselos demasiado en serio, más bien sirviéndose de ellos como excusa para elaborar un discurso más personal, incluso podría decirse que subvirtiéndolos, pero manteniendo el humor y la sátira inteligente como herramientas principales para abordar, más allá de la emotividad fácil y la complacencia banal, los aspectos más elevados y mundanos de la vida, o mejor dicho, de las vidas de cada uno los individuos que aparecen en el libro.
La estructura de la novela toma forma alrededor de la idea del manuscrito encontrado por azar. Pero ya en su prólogo, el supuesto autor del hallazgo nos hace saber lo poco que simpatiza con este recurso narrativo, circunstancia que en realidad le sirve al autor para poner sobre aviso al lector de que lo que tiene en sus manos es también un juego metaliterario que reelabora, reinterpreta o sencillamente redefine ciertos modelos narrativos ya existentes, los cuales, por otra parte, tampoco tienen por qué estar agotados de antemano ni ser inmunes a una nueva exploración.
En La gente aparecen retratados algunos de los personajes que vivieron a lo largo del siglo XX en cierta localidad gaditana (Rota, según se afirma en determinados momentos, e imagino que la mayor parte de ellos serán ficticios, aunque es algo que desconozco y que tampoco cambia nada importante), todos ellos presentados bajo la mirada un tanto complaciente y amable del supuesto autor del texto (aunque eso no impide que aparezcan también seres deleznables y crueles, como Federico de Quirós o el sargento Vázquez, cuya conducta no se dulcifica en absoluto), un desconocido Miguel Rancés Olivares de cuya vida se dará cuenta en uno de los apéndices que cierran la novela, capítulo que, dicho sea de paso, resulta el más brillante de la novela, y en el cual, a través de una serie de reflexiones, el propio Rancés nos habla de la multitud de contradicciones y pequeñas miserias que conforman la experiencia humana, más de allá de los grandes gestos y las gloriosas hazañas (que con toda seguridad estarán sustentadas como mínimo sobre pequeñas mezquindades e inconfesables bajezas). Construir el relato de una vida (o de muchas vidas), parece decirnos Benítez Reyes en esta novela, supone en primer lugar tomar unos hechos y no otros, pero también reelaborar su significado no solo en función de lo que se sabe, sino de la interpretación que el relator o el intermediario pueda hacer. Las vidas de los personajes que aparecen en esta novela son, por tanto, producto de la mirada de quien las cuenta, y, por ende, de Benítez Reyes, al fin y a la postre autor de todo el entramado formal y conceptual de esta excelente pieza narrativa titulada La gente. Un poco como resumen de lo dicho, reproduzco aquí una de las reflexiones de Rancés contenida en su apéndice:
«Cuando las historias ascienden a la Historia, todos sabemos distinguir dónde estaba el bien y dónde el mal, la razón y la sinrazón, la justicia y la infamia. Sí. Cuando nos situamos en la Historia ―y mejor cuanto más lejana en el espacio y en el tiempo―, todos nos alineamos moralmente con el bando de los justos. Pero cuando estamos dentro de una historia, de una de esas historias pequeñas que, con el tiempo, formarán esa simplificación magnificada que es la Historia, la perspectiva cambia un poco, por no decir que cambia completamente».