Leer es perjudicial

Por Alicia González

 

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Leer conduce a un estado mental peligroso. Incrementa el andar de las neuronas por la república del cerebro. Fijar los ojos en las letras vivas incomoda la atmósfera de confort ignorante y deja arrastrar al ser por la corriente de lo superfluo.

Aceptar navegar en las aguas de un libro es vivir en la isla del conocimiento, lejos de los que no quieren saber y se burlan orgullosos como si portaran la medalla de la ceguera e indiferencia.

Leer, diría el papá de Matilda (en cuanto le pide que le compre un libro) echa a perder por no querer ser parte de la homogeneidad andante que prefiere sustituir esa necesidad por la de un precioso televisor que condena el pensamiento cuando lo absurdo se convierte en prioridad. Víctima y victimario del oscurantismo, pronto vendrá el vacío estomacal del saber.

Ahogarse de textos es una inflamación de la mucosa imaginación, esto puede llevar a dirigir una orquesta de imágenes inconcebibles en la realidad, pero tangibles en el terreno de la ficción, en el cual todos conocemos al conejo que siempre va tarde y tiene prisa, al asesino que se distrae en soliloquios de culpa, en los eternos enamorados o aquellos que premian a la nariz en un concurso de zanahorias.

La ingesta de palabras en exceso puede producir una intoxicación que palpita desde la cabeza hasta la pelvis con las contracciones de la sensibilidad, libres de interpretación pero condenadas a aislar a quienes se atreven a desobedecer la subsistencia vacua de contenidos sin sentido.

El único remedio es estandarizar al ser. No preguntar nada, no curiosear, no tocar, no explorar, no indagar, no buscar, no sentir, no abrir siquiera la primera página, no leer la contraportada, no ver de reojo el título, incluso lo mejor sería arrancar las hojas de los libros para combatir la sed de discernimiento y no tener más alternativas para nadar con los pies en este libro llamado vida. No hay opción, hay que combatir esta epidemia delicada donde las expresiones y la crítica son el plato fuerte.

Leer acaba con el sex appeal de la ingenuidad, corta copetes al instante, desinflama senos, golpea musculaturas torpes, debate con el límite del léxico, pone en entredicho a las autoridades máximas de la nación, o a quien cometa un error del lenguaje u omita datos, atenta contra la quietud de los errores y la ignominia.

Advertencia: clavar los ojos sobre un texto puede causar un cáncer muy difícil de curar, el hábito de la lectura.

 

 

Fuente: Sin embargo

 

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