Julio Romero de Torres – Entre el mito y la tradición

 

 

julio_romero_de_torresEl Museo Carmen Thyssen de Málaga presenta hasta el 8 de septiembre, la exposición Julio Romero de Torres. Entre el mito y la tradición, una muestra que recorre la obra de uno de los pintores más populares de la historiografía española, a la vez que reflexiona sobre su trayectoria creativa a través de diversos capítulos dedicados a los temas más recurrentes de su producción.

Entre la figura del pintor y su producción pictórica se produjo una simbiosis identificativa especialmente singular que hizo de él un pintor de leyenda. Esta exposición, comisariada por Lourdes Moreno, pretende reflejar una ambigüedad permanente gracias a la gran carga simbólica y sensual que contiene cada uno de sus cuadros. Así, aúna influencias de los pintores del primer renacimiento con una estética casticista, para evocar la importancia que la imagen de Andalucía tuvo en la pintura española durante los inicios del siglo XX.

Julio Romero de Torres. Entre el mito y la tradición se compone de cuatro secciones (‘Luminismo y Realismo Social’, ‘Retratos y Símbolos’, ‘Poemas y Alegorías’ y ‘Erotismo y Sensualidad’) organizadas desde un punto de vista temático, dentro de las cuales también queda patente la evolución estilística del pintor.

Luminismo y Realismo Social. Durante su primera etapa, Romero de Torres aunó las influencias del modernismo, el prerrafaelismo y el simbolismo. Aunque comenzó a cultivar una pintura de paleta muy luminosa y técnica suelta, donde se manifiesta su preocupación por el color y el estudio de la naturaleza, pronto abandonó este estilo. Su paleta se fue oscureciendo y se alejó del naturalismo para realizar obras de denuncia social, con figuras de mayor intensidad y melancolía. En este momento empezó a desarrollar el concepto femenino místico y ensoñador, que más tarde cargaría de sensualidad, para ofrecernos un estilo e iconografía personales, y lograr así una pintura realmente identificativa. 

 

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Retratos y Símbolos. Romero de Torres está directamente vinculado a la imagen de la mujer, temática gracias a la cual consiguió una gran fama. Dentro de la producción de retratos que elaboró durante toda su trayectoria artística, destacan principalmente los femeninos, y es a través de la interpretación de la mujer como podemos apreciar su evolución estilística. El pintor inmortalizó a personajes femeninos propios de diferentes ámbitos socioculturales, tanto a las mujeres burguesas y elegantes como a las más castizas y populares. Todas deseaban formar parte de su repertorio, y a través de sus modelos plasmó las características propias de un estilo ya configurado, convirtiéndolas en mujeres-símbolo. Podemos apreciar como las figuras están cargadas de melancolía a la vez que transmiten inquietud, sin dejar de lado la elegancia, subrayada por su preocupación por la moda femenina de la época. En su conjunto se observan las características principales de su obra, destacando la precisión técnica y la creación de luces suaves en los ropajes y la piel, que contrasta con la extrañeza de los escenarios o paisajes de fondo, a través de los cuales convierte la realidad en alegoría. Otra tipología que también cultivó, aunque en menor medida, fueron los retratos de familia, que gozaban de gran éxito, gracias al prestigio social que suponía ser retratado por él y poseer una obra suya. Todos ellos se estructuran en torno a una composición a modo de escenario, donde las figuras se sitúan sobre un fondo paisajístico con alguna referencia urbanística, dotando a los cuadros de un carácter un tanto teatral. 

 

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Poemas y Alegorías. Otro aspecto muy presente en parte de su producción es el significado alegórico que existe detrás de muchas de las imágenes, continuando con la mujer como temática recurrente y símbolo de su pintura, para homenajear a todos los temas de su interés, como la muerte, el amor, el mundo taurino o el flamenco, entre otros. Esta tipología de cuadro la cultivó durante toda su trayectoria a través de obras en las que se repite un esquema heredado del Renacimiento italiano. Creada a modo de planos, en primer lugar la obra está protagonizada por una escena principal –en ocasiones narrada ante un repertorio de figuras en segundo lugar– y detrás un fondo que muestra espacios urbanos de Córdoba. Los personajes, en su mayoría femeninos, aparecen frecuentemente acompañados de elementos que se repiten, como el agua, las barajas de cartas, la fruta o los utensilios domésticos de cobre, siempre cargados de significados alegóricos. Este concepto de repetición existente en esta parte de sus obras –que son generalmente de gran formato– adquiere un valor propio y exclusivo del pintor, que lo hace auténtico e irrepetible. 

Erotismo y Sensualidad. Julio Romero de Torres elevó, a través de sus desnudos femeninos, la imagen de la mujer andaluza a la categoría de símbolo erótico de una cultura. Sin abandonar su particular introducción de elementos alegóricos, cultivó principalmente la tipología de desnudo femenino recostado, posible herencia de Tiziano. Estas mujeres retratadas van más allá de la mera sensualidad, ya que están cargadas de un erotismo desbordante, que crea tensión y dota a sus obras de un carácter enigmático muy particular. A esto contribuye la mirada directa de las mujeres hacia el espectador, unas veces perturbadora y otras veces más inocente, pero en todos los casos seductora.

 

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Influencia paterna

Hijo de Rafael Romero Barros, pintor y conservador del Museo de Pinturas de Córdoba, la vida de Julio Romero de Torres estará marcada por el ambiente familiar desarrollado entre el estudio paterno, las aulas de la Escuela de Bellas Artes y el Conservatorio de Música, y las salas del museo, en el mismo recinto donde estaba la residencia familiar. A los 10 años comienza sus estudios de música y pintura, y con sólo 14 y 15 recibe premios en los certámenes convocados por la Escuela Provincial y el Ateneo. Continúa estudiando pintura con una fuerte influencia del magisterio paterno, y se integra cada vez más en el ambiente cultural de Córdoba, y progresivamente en el de Madrid, aunque su vida continúa ligada a dos ejes fundamentales: su familia y la pintura.

En 1895 alcanza el primer éxito artístico con Mira que bonita era, que supone también su primer triunfo en Madrid. Pero será 1899 uno de los años más importantes de su vida; en él contrae matrimonio con Francisca Pellicer y obtiene plaza de auxiliar en la Escuela Provincial de Bellas Artes, en la que posteriormente es confirmado como profesor de Colorido, Dibujo y Copia de Antiguo y Modelo Vivo, carrera docente que años después continuaría en Madrid como profesor de Dibujo Antiguo y Ropaje de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. Se vincula en los años del cambio de siglo a la Academia, el Ateneo y la Sociedad Económica de Amigos del País de Córdoba, asistiendo a tertulias literarias y artísticas.

 

Marruecos, París, Países Bajos y Madrid

En 1903 realiza un decisivo viaje a Marruecos del que han quedado interesantes apuntes de paisajes urbanos y tipos populares. Al año siguiente realiza un nuevo viaje, esta vez a París, Londres y los Países Bajos; visitando Italia en 1908. A partir de entonces se detectan importantes cambios en su pintura, consolidándose su participación en las Exposiciones Nacionales, obteniendo grandes éxitos en las de 1895, 1904, 1908 o 1915, pero también el rechazo de algunas de sus obras por inmorales, como en la de 1906, postergación que se repite en 1910.

Instalado en Madrid, la primera década del siglo será decisiva para su pintura, que se enriquece conceptualmente con las relaciones mantenidas con la intelectualidad madrileña más señera a través de las tertulias del Café Nuevo Levante, liderada por Valle-Inclán, y del Café Pombo, presidida por Gómez de la Serna, a las que asistían los más prestigiosos literatos y artistas que residían en la capital. Empieza entonces una época de homenajes, condecoraciones y nombramientos que compagina con una interesante actividad artística, participando en distintas exposiciones en Barcelona, Bilbao y Londres, en las que obtiene un rotundo éxito que se verá culminado, en 1922, con la decisiva exposición en la Galería Witcomb de Buenos Aires, ciudad en la que reside varios meses.

 

Personalidad plástica

En los siguientes años comparte sus estancias y trabajos en Madrid y Córdoba, donde lo visita Alfonso XIII. Participa, además, en diferentes proyectos cinematográficos. A fines de 1929, tras el éxito conseguido en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, se agrava su estado de salud y regresa a Córdoba, donde muere unos meses después. 

Dos períodos fundamentales deben tenerse en cuenta en su pintura. El primero, entre sus años de formación y fines de la primera década del siglo XX, en el que evoluciona desde la tradición romántica aprendida de su padre y la influencia de la pintura social de su hermano Rafael, hasta el intenso luminismo de su obra en torno a 1900. En 1908 comienza lo que se ha sonsiderado su madurez artística, desarrollando un nuevo concepto pictórico próximo al Simbolismo, y de acusada personalidad plástica.

Paralelamente a la realización de grandes composiciones y retratos, Julio Romero de Torres desarrollará su actividad artística en la ilustración de revistas y libros. Importante es también su actividad como cartelista constatada desde 1897. Una intensa dedicación al dibujo se mantiene constante, asimismo, desde los primeros años de aprendizaje en Córdoba.

 

Málaga. Julio Romero de Torres. Entre el mito y la tradición. Museo Carmen Thyssen. 

Del 27 de abril al 8 de septiembre de 2013.

Comisaria: Lourdes Moreno.

 

hoyesarte.com

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