Platos de cuchara, bocadillos y mítines.

Por Luis Borrás

 

img911Este es un libro que es complemento, prolongación o añadido de otro. Como se dice en la contraportada “En un juego literario nunca visto, éstos también son los cuentos que el protagonista de la última novela de Benjamín Prado, Ajuste de cuentas, trata de escribir y no puede: una buena idea siempre merece una segunda oportunidad”. Así que tal vez éste libro habría que leerlo después de haber leído la novela; pero aunque tengan esa relación los dos se venden por separado -no forman un pack indivisible- así que por lo tanto puede leerse uno y no otro. Y si tengo que elegir elijo el de relatos que es lo que a mi me interesa.

“Qué escondes en la mano” tiene siete cuentos. Y de esos siete dos me parecen muy buenos, uno excelente, dos regulares y dos narraciones políticas.

Los dos primeros: “El traje blanco” y “El viaje”, han conseguido hacerme cambiar de opinión respecto a esos cuentos en los que se establece un diálogo o interrelación entre el escritor y el lector. Y es que a mí nunca me han gustado esos relatos en los que el escritor -o narrador que cuenta la historia- se dirige al que la lee haciéndole preguntas o estableciendo con él una comunicación, haciéndole partícipe de la acción. Sé que hay lectores a los que eso les gusta, les encanta que se les tenga en cuenta, sentirse co-protagonistas, pinches o ayudantes; pero a mí la escritura y la lectura siempre me han parecido un acto solitario y eso otro truco, happening o exhibicionismo.

Pero lo que en otros –como en algún relato de Julia Otxoa- me ha parecido el recurso de un profesor que le pone deberes a sus alumnos de taller de escritura a distancia en Prado se convierte en una invitación al debate al bajar el telón y no un búscate la vida y escribe tú el final que yo me voy a casa a dormir. Es verdad que Prado establece un triángulo narrador-personaje-lector, sí; pero no tira la piedra y esconde la mano; él lleva la historia hasta el final y en esos dos relatos nos deja que seamos nosotros los que demos una solución –como dos caminos entre los que elegir- a las opciones que se le plantean al personaje. Puede que yo no sea el alumno más listo de la clase, pero puede también que el error esté no en la intención sino en la forma. La misma lección explicada por dos profesores, dos estilos distintos. Mismo ejercicio distinta solución. Pero en esos dos relatos hay más que ese recurso-sorpresa; en uno a través de la imagen de un traje blanco refleja el egoísmo de un hombre al que la casualidad le obligará a elegir entre la redención o la condena; y en el otro con la lectura de un currículum se le da todo el sentido a la otra parte que lo compone: vitae. En una hoja cabe toda nuestra biografía personal y profesional, y esa lectura nos puede llevar a descubrir algo desolador de nuestro pasado y presente. En “El traje blanco” está el complemento de una historia paralela, un engaño y sus fórmulas de cortesía y ocultamiento; está el lirismo del Prado poeta y las metáforas que dejar subrayadas. En “El viaje” están el peligro de los espejos y el daño del tiempo detenido que permite visualizar su reflejo, el peligro de hacer inventario y balance de nuestras vidas, someternos a juicio, a examen y suspender; la trastienda del triunfo y su apariencia; la precisión y el valor del lenguaje y las palabras.

El tercero: “Siga a ese coche”, es un excelente cuento que empieza hablando de un juego de seducción imprevisto en la barra de un bar y que su única regla consiste en la mentira que oculta la soledad. En un momento dado el relato da un giro inesperado. Lo que era una línea recta para culminar la satisfacción de un simple deseo sexual termina bruscamente en un lugar sin salida que se convierte en el refugio en el que se esconde un hombre que huye. Pero en otro nuevo giro en la última página el motivo se materializa y la huida se hace necesaria otra vez. Para mi este relato es excelente no sólo por esos dos giros inesperados sino por el acierto de insinuar sin llegar a mostrar del todo. No tenemos una respuesta clara, pero lo que sabemos es suficiente para sentir desasosiego, hacernos llegar su mensaje. Y además está de nuevo ese valor del lenguaje y las palabras, esa manera de expresar la mentira y ocultar la verdad.

Lo que viene después de esos dos muy buenos y un excelente cuento es, por comparación, una bajada de tensión. Es como alimentarnos con un bocadillo después de tres días comiendo de cuchara. “Qué escondes en la mano” es una historia contada con gracia y oficio, con un realismo jocoso pero forzado y un doble sentido evidente, subliminal y descarado: la mano izquierda es liberadora la derecha represora. Y “La sangre nunca dice la verdad” comienza bien, pero en un punto y a parte se convierte en una colección de clichés, una versión moderna y políticamente correcta de “El príncipe y el mendigo” de Twain.

Y de ideología y política están cargados los dos últimos: “El lobo” y “Podéis soñar pero no podréis dormir”. En “El lobo” lo que parecía una fábula se convierte en un reportaje que nos presenta a un asesino y torturador de la dictadura argentina que se esconde en España. No seré yo el que me convierta en defensor de esos criminales y no desee que sean perseguidos, detenidos, juzgados y encarcelados por sus delitos inhumanos. Lo que pasa es que estoy cansado y aburrido de que siempre se repita el mismo argumento, que para unos haya insistencia y para otros silencio. Uno se estremece al saber lo que allí –Argentina y Chile- sucedió, y de igual manera se estremece al pensar que lo mismo pasó y está pasando en la dictadura de Cuba. ¿Por qué unos sí y otros no?  Y en “Podéis soñar pero no podréis dormir” lo que parecía la crónica romántica y desesperada de una profesión sentenciada a muerte por los tiempos modernos resulta ser una estratagema, un argumento ad hoc para la demagogia y convertir la narración en un mitin, la literatura hecha propaganda.

 

Benjamín Prado. “Qué escondes en la mano”.

104 páginas. Alfaguara. Madrid, 2013.

 

 

 

 

 

 

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