PRIZREN, LA ESTAMBUL DE KOSOVO

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Por Antonio Costa

Fotos: Consuelo de Arco

 

Sí, tal vez sea exagerado el título. Pero en algunos rincones en Prizren uno siente como si estuviera en Estambul.   Sobre todo en el barrio antiguo de Shadrvan. De hecho, en el Imperio Otomano Prizren era una de las ciudades principales. Y siempre fue la capital cultural de Kosovo.

Hace pocos años hicimos una visita llena de encanto, fuimos en autobús desde Prístina. Cuando bajábamos hacia el centro vimos un montón de fantasmas en la calle. Eran un montón de maniquíes elegantes cubiertos con chaquetas, parecía un cuadro surrealista de Paul Delvaux. Caminamos junto al río y vimos el puente del siglo XV. Su arco central se levanta sobre el río Bystrica   con una música de arcos de tamaños variables a los lados. Parece como un instrumento musical que todos tocan a través de los siglos sin darse cuenta .

Caminamos por la orilla izquierda, vimos el edificio donde se creó La liga de Prizren, que defendió los derechos de los albaneses dentro del Imperio Austriaco en el siglo XIX. Admiramos una casa antigua con jardín y una señora nos invitó a entrar y se empeñó en sentarnos en su sala. No había manera de entenderse con ella, solo sabía algunas palabras en alemán, pero nos habló de su marido que luchó en la guerra mundial, de un hijo que peleó contra los serbios… Nos sirvió un té con unos pasteles tradicionales que cantaban en la lengua.

Luego pasamos el puente, fuimos al barrio antiguo de Shadrvan que se deshacía en callejuelas y cuestas con montones de encrucijadas. Los niños bailaban sobre el agua muy fría en la Plaza de la Fuente. En lo alto del monte la fortaleza Kalaja tenía aire de dominarlo todo, nos entraban tentaciones de subir pero el sol pegaba fuerte. A medio camino de subida se adivinaba la iglesia ortodoxa de San Salvador. Mucho más cerca estaba la mezquita de Sinán Pacha, con su cúpula azul y su minarete altísimo, que recordaba la Mezquita Azul de Estambul. Y cerca los baños de Gazi Pasha con su juego de cúpulas y sus muros compactos. Hay que separar las exquisiteces de la piel de las distracciones del mundo. Nos tomamos un helado asombroso en la heladería Europa delante de la mezquita y daba gusto vivir vibrando bajo el sol. Cerca de allí pasamos por el bar Hemingway.

Nos tomamos una cerveza mirando el puente y el río. Era una visión abigarrada de casas apretujadas contra la mezquita y subiendo la montaña. El agua discurría sobre las piedras lentamente y uno parecía olvidarse de las matanzas y los enfrentamientos de culturas. Se soñaba que pudieran vivir todos debajo del mismo sol, junto al mismo sonar del agua.

Nos fuimos a comer a un restaurante que se llamaba Sarajevo y nos tomamos el cevapcici mítico de Bosnia que hace que uno agradezca la vida. Se queda uno colocado y resistente aunque no te den alcohol. Decíamos que veníamos de Sarajevo y sonaba como un mito, como si fuera una ciudad legendaria. Por algo a Sarajevo le llamaban la Jerusalén de Europa. Prizren era algo así como Sarajevo, pero allí la variedad era problemática.

La avenida principal estaba llena de agitación y de vida. Había un mural enorme dando gracias a los más de cien países que han reconocido Kosovo. Y las fuerzas de la Otan protegían esa ilusión de independencia. No es malo para ellos tener una base enorme en Kosovo. Sus jeeps iban por la calle y los soldados repartían revistas con cotilleos a los adolescentes.

Nos empeñamos en ver la iglesia ortodoxa de Levisa, que es patrimonio de la UNESCO. Nadie quería indicarnos el sitio, o realmente no lo sabían. A veces son los extranjeros remotos con el sabor de los nombres los que vienen a indicarte algo que tú no valoras. Al fin un estudiante nos indicó claramente el camino. También es una suerte venir de muy lejos y no tener cara de serbio.

Llegamos a la iglesia y estaba abandonada y con las ventanas rotas. Alrededor había alambradas y se veía una caseta con soldados para protegerla. El juego de cilindros con cúpulas se levantaba detrás de los alambres. Las formas eran de una elegancia sinuosa, los muros de mampostería estaban llenos de arcos enmarcando arcos. El campanario se alzaba como un balcón abierto para ausentes, las campanas no sonaban desde hacia bastante tiempo. Uno soñaba con que convivieran las religiones y las lenguas, eso se daba a la fuerza en Sarajevo después de una guerra terrible. En Prizren solo podía ser en imagen.

A veces son solo las imágenes las que nos da una magia. Las imágenes, las que condenó Platón, con su ligereza y su sueño, están muchas veces más allá de la realidad. Prizren visualmente era una fiesta, era un poema. Pero más valía llegar desde muy lejos para poder apreciarlo y que las garras de la realidad no te sujetasen. Visto desde el río a lo lejos Prizren era un poema intenso como Estambul.

 

 

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