Varsovia, la ciudad paradójica

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Por Jose Rasero

Lo curioso de llegar a Varsovia desde el aeropuerto Frederic Chopin a la avenida Jana Pawla II (sí, el papa polaco) y alojarte en uno de los inmensos bloques de viviendas de la era soviética es que, nada más echar una vista a tu alrededor, compruebas que te encuentras en el centro (Centrum) de la gran paradoja que es esta ciudad.

Los grises bloques de cemento conviven en armonía con los modernísimos rascacielos en una de las más poderosas áreas financieras de Europa Central. Ya ven. Nada queda del Pacto aquel. No en vano Polonia –integrada en la UE desde 2004– es hoy día el principal receptor de fondos comunitarios.

Si caminas en dirección al Vístula te enfrentarás al colosal emblema de esta paradoja: el Palacio de la Cultura y la Ciencia, el regalo de Stalin al pueblo polaco. A imagen y semejanza de ‘las siete hermanas’ estalinistas de Moscú, tras la caída de la URSS los varsovianos tuvieron intención de derribar este recuerdo de la opresión soviética. Sin embargo, el plan no se llevó a cabo y hoy alberga, en sus más de 3000 habitaciones, un complejo de oficinas, salas de congresos, conciertos, teatros, cines, museos, cursos educativos, exposiciones y eventos. Aunque es indudable que conserva el hechizo mágico y evocador de tiempos pasados, al subir a su piso 30 y asomarnos a la terraza contemplaremos la magnífica panorámica de una ciudad moderna y pujante y, en la plaza que lo rodea, otro emblema, también, a su modo, colosal: un novísimo y sintomático centro comercial, Złote Tarasy .

Siguiendo en dirección al río se alcanza el denominado Camino Real, que une el parque Lazienki con la Ciudad Vieja. A nuestra derecha, a la altura de la rotonda De Gaulle, vemos la Casa del Partido, antigua sede del Comité Central del Partido Obrero Unificado, en la que, desde 1989, se fragua el capitalismo polaco, primero acogiendo la Bolsa de Valores y hoy como Centro Bancario y Financiero.

A un lado y otro del Camino Real (una de las mayores atracciones turísticas de Varsovia y toda una lección visual de su historia) nos topamos con edificios monumentales como la Iglesia de la Santa Cruz, donde reposa el corazón de Chopin, el palacio Presidencial, el hotel Bristol, que se salvó en la guerra porque fue escondrijo de las autoridades Nazis, la Universidad, o las estatuas de Nicolás Copérnico y Adam Mickiewicz.

Habrá que señalar que tanto el Camino Real, Stare Miasto, Nowe Miasto así como el 80 por ciento de la ciudad fue reducido a escombros por las fuerzas de ocupación alemanas tras la Insurrección de Varsovia (1944).

Actualmente es Alemania el primer inversor extranjero en Polonia.

Con el fin de la II Guerra Mundial se inició un periodo de reconstrucción de gran envergadura. En 1980 tanto la Ciudad Vieja como la Ciudad Nueva fueron declarados  Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Plazas y rincones pintorescos, de gran colorido, siempre atestadas tanto de varsovianos como de turistas. Ahí se encuentran la Sirena de Varsovia, la Barbacana –antigua fortificación que hoy comunica Stare Miasto y Nowe Miasto–, o el espectacular Palacio Real. Toda la zona rebosa de tiendas con los productos típicos y restaurantes en los que podremos reponer fuerzas a buen precio.

No deja de ser curioso que la nación que más ayudas recibe de la UE no pertenezca a la zona euro. Hoy por hoy mantiene su moneda, el Zloty. Por cierto, así anda el cambio: 1 Euro = 4,2867 Zloty.

Tras la pitanza estaría bien coger el metro (hay dos líneas, modernas y eficientes, aunque pienso que se quedan cortas), un autobús, un tranvía o un taxi (son asequibles) y acercarnos al parque Lazienki, o cruzar el Vístula a pie y visitar el barrio de Praga, o llegarnos al Museo Nacional o redescubrir lo que fue el Gueto de Varsovia, el mayor de Europa. O subir a los jardines de la Biblioteca Universitaria, que crecen en su azotea…

Al fin y al cabo, no hemos hecho más que comenzar a conocer Varsovia.

 

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