Salamanca: Carácter universitario

Salamanca y Universidad son dos palabras que van indeleblemente unidas hasta el punto de  que no es posible entender la una sin la otra. A veces, incluso, en un juego metonímico, la una y la otra intercambian su significado en nuestro imaginario colectivo. Todos hemos escuchado alguna vez aquel adagio que nos recuerda que “quod natura non dat, Salmantica non praestat” como si toda Salamanca fuera Universidad, como si el solo paseo por sus calles tuviera el mismo valor instructivo que la presencia activa en una clase. No es extraño: buena parte de la historia de Salamanca se ha escrito con el sentido, con la voluntad, de perfilarse como centro universitario. Un hecho que cuenta con un correlato paralelo. Dicho carácter universitario -a veces como la herramienta de un escultor; otras, con la paciencia con la que los elementos de la naturaleza erosionan el propio terreno- ha conformado la estructura urbana, el diseño arquitectónico y los modelos sociales de la capital charra.

Recordar que la historia de Salamanca se remonta a 2700 años atrás, contar el sinnúmero de pueblos que han encontrado su espacio en la ribera del Tormes,  no sería más que un esfuerzo estéril, un vano intento de competir con los millones de páginas escritas por autores mucho mejor documentados que nos permiten bucear por una historia tan compleja como fértil.

Glosar la belleza de la ciudad, listar el interminable catálogo de edificios singulares, escribir las razones por las que su casco histórico está reconocido como Patrimonio de la Humanidad o apuntar una serie de establecimientos en los que la gastronomía se ha convertido en arte, no sería más que un trabajo retórico. Sería suficiente con escribir la palabra ‘Salamanca’ en cualquier buscador de internet para minusvalorar todo lo que pudiera escribir.

Salamanca, sin embargo, es mucho más que historia pasada y piedra muerta. Salamanca es, sobre todo, vida. Una vida que emana, ¡cómo no!, de la simbiosis entre la propia ciudad y su carácter universitario. Los miles de estudiantes que cada curso acuden a la ciudad al reclamo de sus universidades, los cientos de miles de turistas que cada año la visitan para enamorarse, hallan justa correspondencia en una sociedad dispuesta a abrir sus puertas a toda persona que pretenda establecerse por un día o por los años que duren los estudios. Una simbiosis ciudad-universidad que potencia la libertad del territorio abierto -el físico y el mental- y la responsabilidad por compartir el mismo espacio que Miguel de Unamuno, Francisco de Vitoria o Fray Luis de León.

Una historia, la de Salamanca, la del carácter universitario, tan prolija que ha sido capaz de conformar en su seno el espacio propicio para el nacimiento y desarrollo de la UPSA, la Universidad Pontificia de Salamanca. Una Universidad casi centenaria que pretende una formación humana integral y que proporciona todos los servicios para que el tiempo de estudio en sus instalaciones sea fecundo.

Al fin, que estudiar en Salamanca es una posibilidad que permite completar una experiencia inolvidable, que hacerlo en la Pontificia supone mucho más que estudiar, que vivir en Salamanca durante los años de Universidad es, sencillamente, vivir en el mejor sentido del término vivir: vivir preparándose para vivir.

 

 

 

 

 

 

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