El futuro de la Ética y la Inteligencia Artificial

Estamos en los comienzos de una nueva Revolución Industrial, consistente en la incorporación de la inteligencia artificial a la producción económica. Con independencia de cómo vaya a afectar esto al trabajo humano (destrucción masiva de empleos, creación de nuevos empleos por transformación de los ya existentes), lo cierto es que se avecinan cambios profundos que irán más allá de lo económico, como ya ocurriera en las revoluciones industriales precedentes, hasta alcanzar todas las esferas de la vida.

A finales del siglo XIX, coincidiendo con la Segunda Revolución Industrial, ocurrió algo semejante con la aparición de la sociedad de masas (esto es, una forma social nueva en la Historia, cuyos componentes ya no eran grupos estructurados en torno a tradiciones locales, relaciones domésticas, de vecindario, etcétera, sino individuos aislados, «perdidos entre la muchedumbre»). Una consecuencia de esto, bien analizada en su día por Émile Durkheim (en «El suicidio»), consistió en la anomia y las tendencias autodestructivas que se incorporaron a los sujetos. Resultado de ello, y de las propias transformaciones materiales en la sociedad, fue el auge de la Psicología, no ya como disciplina científica, sino como práctica terapeútica y médica, al alcance y a la disposición de los individuos desestructurados.

El psicólogo de la sociedad de masas sustituyó al cura de las sociedades tradicionales. Cabe pensar que seguirá jugando un papel importante en el mundo futuro que parece dibujarse con la irrupción de la inteligencia artificial. Junto a él, sin embargo (y esta es la tesis de este artículo), va a ser cada vez más importante el filósofo (no se sonrían). Digo el filósofo, y en concreto el especializado en los problemas éticos, y no la Filosofía. La Filosofía, como la Ética, en tanto que disciplinas intelectuales, seguirán siendo tan irrelevantes socialmente como hasta ahora.

La actual Revolución Tecnológica, marcada por la consecución de la inteligencia artificial («superior» a la humana), con independencia de sus consecuencias sociales, políticas, económicas, etcétera, va a introducir problemas y conflictos y tensiones nuevos, desconocidos hasta la fecha en la Historia. Estos problemas, una buena parte de ellos, ya no tendrán qué ver con él «cómo» sino con el «por qué». Es decir, con la justificación ética que los seres humanos vamos a necesitar, cada vez en mayor medida, conforme nuestras posibilidades de acción (merced a las nuevas tecnologías y máquinas), se acrecienten. En prácticamente todos los ámbitos de la vida, desde la guerra y el uso de la fuerza y el control social, hasta la educación, la medicina etcétera. El valor mismo de la vida, del vivir, va a quedar en entredicho cuando la fuerza de trabajo humana, o una buena parte de ella, se revelen cada vez más superfluas, habida cuenta de que vivimos en una sociedad donde sólo lo útil tiene un sentido, y ser útil es participar en el trabajo para producción de bienes económicos.

¿Quién decidirá qué se debe y qué no se debe hacer o impedir, cuando se pueda hacer o impedir casi todo, merced a las nuevas tecnologías?. Junto a la terapia y el informe del Psicólogo (en la vida privada, doméstica, en las empresas, los estados, etcétera), va a ser cada vez más crucial, el informe del «experto en valores éticos». Podría llegarse incluso a la situación paradójica de que la Filosofía y la Ética como tales, sean percibidas socialmente como antigüallas peligrosas y disruptivas, pero al mismo tiempo se requiera del experto, titulado con un doctorado o un máster en valores éticos, para orientar las decisiones en una empresa, un hospital o incluso, una comunidad de vecinos.

Por último, y a diferencia de otros saberes y oficios, el saber ético no parece, de momento, al alcance de la inteligencia artificial. Hasta que esto no ocurra, será una de las pocas esferas de actuación profesional reservadas a los seres humanos que se especialicen en ella. Si esto es así, las Facultades y los Estudios de Filosofía en su rama de Ética van a conocer una edad de oro, similar a la que conocieron en su día las de Economía, Derecho, o Psicología hasta hoy. Eso sí, siempre y cuando la Filosofía y la Ética como tales pasen a un segundo plano, y dejen el campo libre a los expertos (como en su día ocurrió con la Economía Política de Smith o Ricardo, o con las primeras escuelas de Derecho y Psicología de Grotius, Wundt, o Freud). El empresario, el político, el director de un Hospital, no van a interesarse a estas alturas por Aristóteles o por Spinoza, pero seguirán necesitando, y cada vez con más motivos y urgencia, acostarse y dormir cada noche con la conciencia tranquila. La conciencia moral es, hoy por hoy, una realidad aún humana, «demasiado humana».

¡La Ética ha muerto, vivan los valores éticos!

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