Into the Wild. Tan sencillo como mirar un mapa                                                                                         

             

                                                                                    

 

 

Into the Wild (Sean Penn. 2007), narra una historia de candente actualidad. Es un acercamiento a la humana existencia y a la construcción postmoderna del mito, presentada en un cautivador envoltorio donde la majestuosidad de la naturaleza salvaje y el terror que inspira, son los verdaderos protagonistas. Christopher Jonson McCandless es un muchacho  acomodado de Virginia, de gran inteligencia y con un prometedor futuro como Licenciado en Historia y Antropología. Embebido de las lecturas de Tolstoi, Henry David Thoreau y Jack London, decide donar todo a una ONG y desaparecer, imbuido de un espíritu ¿aventurero? En realidad Christopher es un inconsciente que se juega el físico bajando ríos en kayak sin permisos y sin experiencia o es incapaz de mantener una relación duradera ya sea con el anciano que le acoge, o con la chica que se encapricha de él. No sabe ni lo que quiere. Ni siquiera escucha los consejos del conductor  James Galleen, que le deja en el Parque Nacional Delani, y que le dice que “No seas imbécil y vuelva a casa”. El protagonista se niega a recibir ayuda o a que le leven a Anchorage a comprar el equipo adecuado, ya que el conductor conoce bien el terreno. McCandless cree que con su rifle y un libro sobre la flora local se convertirá en un nuevo Robinsón Crusoe. Un  superviviente, lejos de la civilización, que se instala en un viejo autobús, en medio de la nada que fue dejado para uso de cazadores. Los sucesivos agujeros en su cinturón le van avisando de que la caza de la fauna local no es suficiente para la supervivencia. Cuando recupera la cordura, ya es demasiado tarde. Su ignorancia de la climatología, su desconocimiento del medio en que se mueve, le llevan a quedar atrapado en el deshielo del río Teklanika y comenzar a alimentarse de bayas, que van a resultar fatales. Cuatro meses duró la utopía de alguien que luego ha sido convertido en mito. Un resultado más de la carencia de norte de una sociedad que debería no aconsejar este tipo de conductas inconscientes.

Algunos imitadores han tratado de revivir los días del protagonista en su loca aventura, con algún resultado mortal. Pese a lo cual todavía pueden encontrarse mensaje escritos como “gracias por la inspiración”, que denotan poco respeto  por  una tierra salvaje y peligrosa para los  neófitos. Into the Wild es un film  generacional. Uno de esos extraños iconos visuales que un grupo de población adquiere como propio e idealiza, con todas sus consecuencias. Para un sector, McCandless se presente como una especie de mártir del capitalismo o pionero de una nueva forma de vida. Para los habitantes de la zona, era tan sólo un inconsciente (o un gilipollas). Un simple mapa de la zona le habría indicado las cabañas de auxilio y suministros que existían en la zona, así como el vagón de paso del río. A 400 metros de donde no pudo cruzar. Emile Hirsch realiza una interpretación hipnótica. Aunque la verdadera protagonista es la naturaleza, plena de salvaje majestuosidad, de atractivo peligro. Una naturaleza que asusta y asombra a partes iguales. La intención de McCandless de emular al protagonista de “La llamada de la selva” de Jack London, quedó frustrada con su muerte por inanición en el autobús donde habitaba. Los mismos guardabosques de la zona afirman que “habría que ser un idiota para fallecer de hambre en pleno verano a 20 millas de la carretera”, robándole todo el hálito romántico a la vida de Christopher.

 

La banda sonora es sugerente y envuelve esta experiencia inquieta y conmovedora. Las interpretaciones de Hal Holbrook y Catherine Keener son fuertes y están al nivel de la de Hirsch. Somos las decisiones que tomamos  y, en este caso, la naturaleza se encarga de poner al hombre en su lugar. Si Christopher hubiera leído la historia corta de su admirado Jack London “To Build a fire”,  habría encontrado un espejo donde mirarse. Sean Penn filma, una vez más, una historia intimista, quizás demasiado extensa en lo cinematográfico, y pese a los excepcionales paisajes, prolonga demasiado la anécdota. Obviamente, la película no les dirá nada a quienes son capaces de encontrar su viaje iniciático sentado en un banco del parque, viendo pasar los instantes. Todo en esta vida es cuestión de actitud y lo que sirve para unos, no es válido para otros espíritus. La filosofía nietzscheana de vuelta al mundo natural, el camino hacia el superhombre, que se ve frustrado por el poder verdadero de la naturaleza, aunque sea dentro de la belleza de un homenaje a Nanook el esquimal (Robert Flaherty. Nanook of the North. 1922.

En “To Build a Fire”, el protagonista ignora los consejos de un hombre mayor sobre los peligros de la aventura en que va a embarcarse y muere de hipotermia en su aventura. Una simple lectura podría haber evitado que otros “seguidores” de su filosofía vital, engañados por el aura romántica de la road-movie, también fallecieran siguiendo los pasos erróneos de un desconocido, elevado a los altares. Una verdadera gilipollez.

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