TÁR, de Todd Field

Película desconcertante, tanto como lo es Lydia Tár, su protagonista absoluta que interpreta Cate Blanchet en un papel que huele a Oscar (ya ganó en el festival de Venecia la copa Volpi a mejor actriz y también el Globo de Oro), la directora de la orquesta sinfónica de Berlín que está a punto de llegar a la cúspide de su carrera musical con la grabación de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler hasta que un incidente del pasado hace que todo su mundo se tambalee. El film del actor (el pianista de los ojos vendados Nick Nightingale de Eyes Wide Shut), guionista y director de cine estadounidense Todd Field (Pomona, California, 1964) se mueve entre géneros muy diversos y tiene una introducción decididamente árida: esos larguísimos cinco minutos títulos de crédito, que normalmente van al final del film y ningún espectador mira porque se levanta de la butaca para salir del cine, y una entrevista televisiva a plano fijo que también dura lo suyo, pero si el espectador logra traspasar esos dos escollos iniciales, a modo de prueba de resistencia que le pone el director —ya lo hizo también Lars von Trier en Europa contando de uno a cien—, la película, fragmentada en una serie de partes perfectamente diferenciadas, atrapa al espectador, adquiere en alguno de sus tramos la apariencia de thriller o film terrorífico, hipnotiza.

Todd Field (Secretos íntimos, En la habitación), se atreve a hablar en TÁR del Mee Too femenino, aunque haya en la película una referencia explícita a Plácido Domingo, para darle al tema una vuelta de tuerca provocativa, porque en realidad los abusos se dan en todos los géneros y capas sociales, en cuanto alguien detenta algún tipo de poder (económico, político, artístico en este caso concreto) y se sirve de su posición privilegiada para someter a los demás a sus caprichos. Lydia Tár, la directora de orquesta muy segura de sí misma, es lesbiana y hace alarde público de su condición sexual, mantiene una relación larga con la violinista Sharon Good (Nina Hoss), una de las instrumentistas de su orquesta, con quien vive en su lujoso y amplio apartamento en Alemania —muy cinematográfico, por cierto, en sus recovecos—, e imparte clases en una escuela de música en donde se muestra despótica con los alumnos que la cuestionan —el enfrentamiento, que llega al insulto mutuo, con uno de ellos en una de las primeras secuencias en donde se presenta el personaje, y también con su asistenta y secretaria Francesca Lentini (Noémie Merlant) que termina por autodespedirse—. El suicidio de una de sus becarias, de la que supuestamente abusó hace muchos años desde su posición de poder, y las repercusiones mediáticas que el caso tiene, hacen que la carrera de esta melómana se cuestione públicamente.

Todd Field radiografía a su personaje principal situando la cámara constantemente a dos palmos de ese rostro hierático, gélido, poco empático de Cate Blanchet que compone su desagradable rol con precisión en cada gesto, movimiento de cuerpo, mirada o hablando indistintamente en alemán o inglés. TÁR relata el ascenso y caída imparable de su protagonista y nos regala algunas secuencias inquietantes —ese sonido casi inaudible y persistente que cada noche la desvela, porque, por deformación profesional, oye lo que otros no oyen y la hace recorrer a oscuras el enorme apartamento en busca de su origen sin resultado; los gritos que escucha cuando cada día se pone las mallas y corre por un parque de Berlín—, y alguna terrorífica —la persecución y agresión que sufre en los bajos de un edificio abandonado cuando sigue a Olga Metkina (Sophie Kauer), la nueva violonchelista con la que coquetea—, y alguna polanskiana que remite a El quimérico inquilino —la vecina enferma que grita en el apartamento de al lado y termina muriendo, con cuyo cadáver se cruza Lydia Tár en las escaleras cuando los empleados funerarios lo bajan atado sobre una camilla—.

Todd Field imprime un mayor ritmo narrativo a la película a medida que esta avanza y se hace cada vez más oscura, desaparece todo el glamour del personaje —esa comida que tiene lugar en un restaurante de lujo con Eliot Kaplan (Mark Strong), uno de los donantes de la orquesta sinfónica que dirige Lydia Tár y la abandona a su suerte cuando todo se complica— y lo baja a la arena. Hay alguna sobreactuación interpretativa y narrativa —Lydia Tár, fuera de sí y vociferante, empeñada en dirigir su orquesta y sacada a rastras del escenario—, y en los últimos tramos del film, Todd Field empuja a su personaje por la pendiente y lo lleva a un final tan sorprendente como amargo en un territorio lejano y exótico —Lydia Tár se horroriza cuando pide un masaje terapéutico e interpretan que quiere un masaje sexual y la llevan a un prostíbulo—.

TÁR es un film hipnótico que fotograma a fotograma va engullendo al espectador en su compleja trama llena de aristas, de textura gélida gracias a la fotografía metálica de Florian Hoffmeister, con subrayados musicales inquietantes a cargo de la extraordinaria compositora y chelista islandesa Hildur Gudnadóttir y una puesta en escena operística y, en algún momento, grandilocuente, en la que brilla el rostro y la expresión adusta de Cate Blanchet presente en cada plano de las tres horas de metraje del film, un verdadero regalo interpretativo para la actriz australiana.

 

 

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