Ídolos con pies de barro

Los antiguos romanos (imperialistas ellos) gozaban de un conocimiento notable de la naturaleza humana. En concreto de la naturaleza indolente de aquellos que denominaban plebe, cuya haraganería y molicie les obligaba a la búsqueda de actividades con que entretener sus ocios, para evitar el noble ejercicio del pensamiento individual, con frecuencia origen de ideas peligrosas para el estado y las buenas costumbres. Nace entonces el Panem et Circenses. Lo que viene siendo el “te entretengo pá que no pienses” de toda la vida. Sagazmente manipulaban al personal con combates de gladiadores o alimentando fieras corrupias con filetes de prisionero. No hace demasiadas décadas nuestra excelsa televisión; tan solo dos Cadenas en blanco y negro; anestesiaba al personal con combates de boxeo, tauromaquia o partidos de fútbol en medio de la grisura imperante. Nobles actividades cuando el referente tiene otras opciones y elige de “motu propio”, pero peligrosa arma en manos de un gobierno que oferta los páramos baldíos de la ignorancia como oferta para que deambule alegremente el ciudadano. Los romanos actuales manipulan el opio del pueblo (la caja tonta), para entretener nuestros ocios con inanidades varias. Con la repetición, consiguen que el receptor de sus deyecciones llegue a considerar normal visualizar los escarceos amorosos de unos zascandiles que deambulan en porretas por una isla, o los enfrentamientos verbales de un grupo de cenutrios encerrados en una casa, vomitando insensateces. El “todo vale” cuando se trata de ver las majaderías que surgen de la pantalla, ha embotado la capacidad de criterio, aletargado el espíritu y la opinión, hasta el extremo de asimilar como cotidiano la anormalidad y el desvío. El espectador se zampa, sin especias ni cocción, la charcutería que les ofrece una programación claramente alienante, dónde los valores fundamentales son la falta de ética, de estética y de dignidad. Penetran en nuestras casas personajes patéticos, casposos hasta la médula, frikis desnortados, fulanos que piensan que la moral es una marca farmacéutica. Se fomenta la macarrería de callejón, el higadillo y la casquería, el analfabetismo vocacional, llevado con orgullo. Lo peor es que este mensaje envenenado llega sin filtro a los más jóvenes que reciben estos modos de conducta simiescos como algo cotidiano. Una generación cuyos valores están siendo pervertidos por el triunfo a costa de la propia entidad. Jóvenes que carecen de empatía y cuyo valor de referencia es el triunfo sin esfuerzo, ignorando a las personas o la propia autoestima. Los referentes sociales de los adolescentes son una gavilla de mostrencos, ágrafos por naturaleza, personajes de sainete, esperpénticos, carentes de enjundia, cuya aportación al género humano deja el listón bajo cero. El «Panem et Cirquenses» ha vuelto para quedarse. Nos siguen creando ídolos con pies de barro. ¿Ídolos del pueblo? Va a ser que no. Ídolos de la plebe. Que no es lo mismo

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